Diálogo interior

Leo Cortijo
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Carlos Arribas

Diálogo interior - Foto: Reyes Martí­nez

Hace seis años, con 27, la vida de Carlos Arribas dio un giro de 180 grados. Tomó, sin ningún género de dudas, la decisión más importante de su vida. Había sentido la llamada del apostolado. Había recibido la llamada de Dios y la quería responder. Se convirtió en seminarista. Por delante le esperaban dos años de Filosofía y cuatro de Teología. Un «largo camino» que al principio le asustó, pero que ahora, cuando llega a su fin, entiende lo «importante» que ha sido.

Hace unos días, Carlos se ordenó como diácono en su pueblo natal, Casasimarro, en un gran acto que congregó a toda la comunidad cristiana del municipio y que reunió en torno a setenta sacerdotes de la provincia, con la presencia además del obispo de la Diócesis, José María Yanguas. «Fue un día importantísimo para mí, de muchísima alegría, enorme felicidad y acción de gracias a Dios», comenta. «Te das cuenta de que en la vida hay muchas cosas que se pueden sacar adelante con esfuerzo, como aprobar un examen, por ejemplo, pero entiendes que el orden sacerdotal es un regalo de Dios».

Sus seis años de formación en el seminario, que terminarán –«si Dios quiere»– en junio, cuando se convierta en presbítero, han sido un profundo y somero diálogo interior. «Son años que te ayudan a madurar humana y espiritualmente, a discernir qué es lo que quiere el Señor de ti y si de verdad te está llamando por este camino», recalca. Aunque han sido años «muy bonitos», también ha habido momentos difíciles, «como en todo en la vida». Entre lo más «hermoso», destaca, está el vínculo que se establece con los hermanos de comunidad.

Ese diálogo interior es «inevitable» en tantas y tantas horas de soledad. Y en él resulta «fundamental» el papel del director espiritual, «con el que hablas de tu vocación, de tu persona, de tu vida… de cómo está yendo todo». Estos seis años han sido para Carlos un proceso de evolución. «En la medida en que te vas conociendo a ti mismo, también vas conociendo un poco mejor a Dios», comenta con una sonrisa de oreja a oreja.

¿Y como es eso de predicar la palabra de Dios en un mundo y en un momento como éste? Carlos lo tiene muy claro: «La gente de nuestro tiempo necesita, hoy más que nunca, escuchar la palabra de Dios y ese mensaje de amor, de paz, de comprensión, de perdón... La gente necesita mucho de Dios hoy en día». Para él, «existe un reto muy importante por delante, pero a la vez es una tarea apasionante». Ante los desafíos del siglo XXI, «tenemos que confiar en la palabra del Señor, que nunca nos abandona, y que nos ofrece su ayuda para salir adelante».

Como diácono, puede administrar el sacramento del bautismo, hacer la reserva y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio, llevar la comunión a los enfermos, presidir los funerales si son sin misa, proclamar el Evangelio y predicar la palabra de Dios y, por supuesto, mostrar su caridad con los más necesitados. Lo que todavía no puede es celebrar la misa, confesar y administrar la unción de enfermos.

Eso será en unos meses, cuando alcance el grado de presbítero, el obispo le destine una o varias parroquias y comience su labor de párroco, que puede ser en cualquier punto de la provincia. Carlos es un enamorado de los pueblos y defiende en éstos la faceta «significativa» del sacerdote. «En los municipios se puede hacer una gran labor, y más en una diócesis como la de Cuenca, eminentemente rural y tan dispersa, en la que en muchos casos ya no existe la figura del profesor ni del médico, por desgracia».

Este año será el único en ordenarse y en 2020 no lo hará nadie, por lo que todos los ojos están puestos en él. Ilusión, fe y amor a Dios no le faltan. Empezará una carrera de fondo que espera ser lo más fructífera posible. ¿Cuál es la meta? «Estar un poco más cerca del Señor cada día y, también, un poco más cerca de los débiles y de los que sufren».