José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


Abandono u olvido de un edificio histórico

13/01/2022

Hay varias opciones callejeras para ir, caminando, entre la parte alta y la nueva de la ciudad. Las más utilizadas, me parece, son las que pasan por delante de la puerta de El Salvador o la que sigue la línea principal por Alfonso VIII, Andrés de Cabrera y Palafox. Entre ellas hay varias alternativas de menor uso pero una, personalmente, me resulta muy atractiva y la hago con cierta frecuencia, bajando por la calle de la Esperanza para ir en busca del Huécar y la calle del Agua. En ese camino es inevitable darse de frente con un espectáculo que, con el paso del tiempo (años ya) se ha convertido en deprimente porque pone de manifiesto una cierta impotencia para intervenir con eficacia en el mantenimiento y recuperación de los edificios que forman parte del patrimonio urbano de esta ciudad. En este caso yo diría más: sospecho que el Ayuntamiento incluso se ha olvidado de que existe un edificio llamado El Almudí (o El Pósito), que es de su propiedad, envuelto ahora en una horrorosa malla con la que se quiere ocultar el deterioro que padece y que, de paso, oculta a las miradas la existencia de esta noble arquitectura cargada de historia.
No voy a entrar aquí a deslizar datos o noticias sobre el importante papel que durante siglos desempeñaron los Pósitos, como instrumentos reguladores del mercado alimenticio, especialmente el de granos y, consecuentemente, en la elaboración de pan como producto básico. Sobre eso ya hay suficientes escritos al alcance de cualquier interesado. Vayamos a lo que interesa, que es el maltratado edificio de El Almudí conquense, obra magnífica del Renacimiento, construido a finales del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, por encargo hecho desde el consistorio municipal al maestro Pedro López de Vaca, si bien de esa época inicial apenas se conservan algunos elementos identificados, ya que se reconstruyó por completo entre 1751 y 1753, dejándolo tal como lo vemos ahora, introduciendo las bóvedas interiores tan características en la sala principal.
Cuando los pósitos fueron suprimidos, comenzó el calvario para El Almudí, porque el siempre indeciso Ayuntamiento de Cuenca nunca fue capaz de darle un destino estable. A partir del siglo XIX su historia es la de una sucesión de calamidades. Fue almacén, depósito provisional de enfermos psiquiátricos, escuelas públicas, archivo notarial, laboratorio municipal, inspección de vigilancia, refugio y cárcel durante la guerra civil, después sede de Falange, perrera, servicio municipal de limpieza, sala de exposiciones y, en 1962, sede del Museo Arqueológico, quizá su destino más digno mientras duró, dejando luego el sitio a la Policía Municipal que aquí instaló su cuartel. Por fin, cuando ésta se marchó, el local fue destinado a sala de ensayos de la Banda de Música de Cuenca, que sin duda merece un espacio más adecuado pero a la que debemos agradecer su dedicación para mantener en pie el edificio, al menos en el interior, y ello pese a las goteras y desgarrones de la cubierta.
En resumidas cuentas, El Almudi es un magnífico edificio renacentista asentado parcialmente sobre la antigua muralla medieval, de una sola planta rectangular y muy sólida construcción, aunque la estructura básica se prolonga también en dos niveles inferiores con entrada lateral por las Escalerillas del Gallo. La fábrica es de mampostería con sillares en las esquinas, con huecos recercados y cornisa moldurada, también de piedra, con notable portada clásica, escudos y rejería, detalles que ahora hay que adivinar porque la tupida malla que lo envuelve no permite apreciar ninguno de los aspectos de la construcción, como tampoco es posible advertir la cubierta de teja árabe a tres aguas. La puerta principal es un arco de medio punto enclavado entre sillería almohadillada, sobre el que campea un espectacular escudo que tuvo policromía. Diré finalmente que está declarado Bien de Interés Cultural, con la categoría de monumento, desde el año 2002, aunque ya sabemos que tal declaración no sirve absolutamente de nada. Hace un par de años, la vivienda colindante, de propiedad particular, sufrió un incendio que, por fortuna, afectó sólo parcialmente a El Almudí, ese noble y valioso edificio sobre el que ha caído el pertinaz castigo del abandono y, me temo, también el del olvido por parte de su propietario que quizá ya ni se acuerda de que existe.