Válvula de escape

Leo Cortijo
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Félix Soriano, que no para de trabajar en su taller durante todo el año, es un maestro belenista con más de tres décadas a sus espaldas y unas producciones que se circunscriben sin ningún género de dudas a la categoría de obras de arte.

Válvula de escape - Foto: Reyes Martínez

Aunque el calor que ya aprieta con fuerza ayuda a despejar casi todas las dudas, cualquiera que lea este texto mirará el calendario para cerciorarse de que, efectivamente, estamos a las puertas de un nuevo verano y no en plena Navidad. No le culpo por ello. Y es que en la contraportada de este caluroso y soleado 7 de junio luce la sapiencia artesana de Félix Soriano, maestro belenista con más de tres décadas a sus espaldas y unas producciones que se circunscriben sin ningún género de dudas a la categoría de obras de arte. Y luce porque a pesar de ser, a priori, un día intempestivo para el tema que nos ocupa, él no descansa. Son casi 365 días entregados a una afición que le da la vida. 

Algo tan laborioso y extremadamente detallista como cincelar y pintar minúsculas figuritas es lo que más le relaja. «Es mi válvula de escape». Así lo siente él, aunque al común de los mortales le pudiera hacer perder los nervios. Por eso no es de extrañar que le dedique «dos horas» de lunes a viernes y «unas cinco o seis» los fines de semana. Entre risas reconoce que es una especie de «vicio» por el tiempo que emplea en ello. Sarna con gusto no pica, dice el refrán. Aunque lo haga todo por amor al arte, nunca mejor dicho.

Su maestría va mucho más allá de la versión reduccionista que todos podemos tener de la figura del belenista, y es que Félix maneja todas las disciplinas que se necesitan para erigir auténticas ciudades en miniatura. Sus manos también son las del electricista o el ebanista, por ejemplo. Y es que solo de esa forma un belén sobresaliente puede alcanzar la matrícula de honor al dotarle de efectos meteorológicos. En el último nacimiento de la hermandad de La Amargura, sin ir más lejos, rompía a nevar en un momento determinado.

Esa ha sido, hasta la fecha, una de sus obras más macizas por todos los elementos que ponía en escena. Aunque no ha sido la única. 30 años de trayectoria –los que han pasado desde que formara parte de la asociación de belenistas de Cuenca– dan para mucho. Y como no para... Ahora está inmerso en otro proyecto, que verá la luz la próxima Navidad. Se trata del belén de la hermandad de San Isidro, el de arriba. Ahora está con eso que él llama «los pequeños detalles» y que traducido al lenguaje común es «estoy volcándome en cuerpo y alma para que el resultado sea perfecto». Como siempre. Además, avisa, esta pieza será algo «novedoso» en Cuenca. Y sabe de lo que habla, pues todo lo que se propone lo consigue.

Este maestro belenista y «amante de las manualidades» en general afirma que el rédito a tantas y tantas horas de denodado y sacrificado trabajo lo encuentra en la gratitud de la gente. En ese comentario de felicitación que llega tras contemplar sus belenes y dibujar, casi sin quererlo, una mueca de asombro de forma instantánea. Eso es precisamente lo que le insufla oxígeno para seguir adelante. «Mientras tenga salud y la vista no me falte, aquí estaré». Aunque eso sí, comenta con el sentido del humor que le caracteriza, «con unas gafas cada vez más gordas, porque la estoy perdiendo».