Historias del fútbol

Leo Cortijo
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Llegó a Cuenca en 2001 para defender la portería balompédica en una etapa dorada del club, sin imaginarse entonces que acabaría por echar raíces en esta ciudad

Historias del fútbol

Desembarcó en territorio conquense en los albores de este siglo, sin saber entonces que acabaría echando raíces en la ciudad de las Casas Colgadas. Lo hizo de la mano de Miguel Zurro –encargado de ojear a las perlas del fútbol vasco– para jugar como portero en la época más dorada de la Unión Balompédica Conquense. Álvaro defendió con estoico resultado la meta blanquinegra durante tres temporadas, entre 2001 y 2004. De aquella etapa solo guarda «buenos recuerdos», especialmente porque «había un buen equipo, jugábamos bien y fueron unos años en los que la gente disfrutó mucho del fútbol en La Fuensanta». Además, en su llegada a Cuenca, tanto el club como la afición le trataron «muy bien». Por eso recuerda con cariño a ilustres como Julián Cañamares o Ángel Pérez. «Me cuidaron mucho», apunta al respecto.

De su periplo como balompédico, rememora por encima de todo la «inolvidable» eliminatoria de Copa del Rey contra el Atlético de Madrid. Un hito en la historia del Conquense y uno de los días más especiales que ha vivido el deporte en esta ciudad. La Fuensanta, llena hasta la bandera, vio a Enrique Cerezo en el palco, a Gregorio Manzano en el banquillo y a jugadores como Ibagaza, Santi, Movilla o Javi Moreno sobre el césped. «Fue algo muy especial, sobre todo por la ilusión que despertó en la afición y la repercusión que tuvo a nivel nacional», comenta. Entonces compartió vestuario con míticos como Rafa Barber, López Garai, Lalo, Lozano o Castillejo, de los que algunos han entrenado o jugado en «la élite».

Álvaro sabe lo que es jugar rodeado de los más grandes. Siendo un «polluelo», con tanto solo 19 años, jugó en Segunda División con el equipo filial del Athletic Club de Bilbao, y eso le llevó a medirse a conjuntos de la talla del Espanyol o el Betis, que entonces militaban en la categoría de plata. Pero es más, en muchas ocasiones entrenaba con los jugadores del primer equipo, entonces bajo las órdenes del alemán Jupp Heynckes. Julen Guerrero, Cuco Ziganda o Ernesto Valverde, en la recta final de su carrera, fueron algunos de sus compañeros en ese momento. A él lo entrenaba directamente el gran José Ángel Iribar, un tótem del Athletic y de la selección española.

Ese fútbol poco o nada tiene que ver con el de ahora. «Antes era como más natural, más sencillo, más humilde… No sé si es mejor o peor, pero ha cambiado», explica Álvaro cargado de razones, que entiende además que «ahora los futbolistas se preocupan de algunas cosas que entonces eran impensables». «Nos dedicábamos a jugar, sin más», remata.

Tras colgar las botas después de una última parada en el San José Obrero y una etapa como entrenador en los dos equipos de la ciudad, en 2016 hizo las maletas para comenzar aventura en China. En Nanjing, una urbe de ocho millones de habitantes, desarrolló el fútbol desde la base dirigiendo una academia integrada en un centro educativo. Junto a su mujer y su hija, estuvo 15 meses en el país asiático, una oportunidad de oro para que la pequeña, que entonces solo tenía siete años, aprendiera el idioma «como una nativa».

Para la familia resultó «duro» adaptarse a la vida en China. «Desde el primer día estás continuamente experimentando cosas que no te podías ni imaginar... es como un mundo distinto», explica un Álvaro al que lo que más le costó fue acostumbrase a la comida. Asentados en Cuenca desde hace años por ser una ciudad «muy cómoda y práctica para vivir», Álvaro trabaja ahora como entrenador de LaLiga en campus de fútbol en China. De hecho, ha regresado en varias ocasiones al gigante oriental para desarrollar estos campamentos en los que forman en torno al deporte rey en colegios, institutos y universidades. El coronavirus ha supuesto un alto en el camino, pero espera que, lo antes posible, todo vuelva a la normalidad para continuar con el proyecto y seguir acumulando así historias en una vida que emana fútbol por todos los poros de su piel.