«Han sido 50 años de profesión entregado a mi pueblo"

Riánsares L. C.
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A petición del colectivo ciudadano La Quinita, el Ayuntamiento de Tarancón ha aprobado en Pleno dedicar una calle al taranconero Luis Fernández Rodríguez, conocido como Luisito 'El Practicante'

«Han sido 50 años de profesión entregado a mi pueblo"

Lleva más de 20 años jubilado, pero se sigue emocionando al hablar del compromiso que mantuvo medio siglo con sus vecinos al ejercer una profesión de la que, a sus 89 años, es referente de toda una saga familiar que no deja de crecer. Testigo de la evolución de la sanidad en la segunda mitad del siglo XX, es un gran aficionado a los toros.

¿Qué significa que una calle vaya a llevar su nombre y profesión?

Significa mucho para mí, sin duda alguna, porque creo que es un reconocimiento a mis 50 años de profesión ininterrumpidamente en mi pueblo y con mi pueblo. No me lo imaginaba, me enteré justo el 2 de febrero, que es mi cumpleaños, cuando después de la comida me lo comentarios mis hijos. Agradezco este gesto en vida a los promotores y también al Ayuntamiento.   

 ¿Y qué supone para usted el lugar donde se va a ubicar?

Todo. Allí ha sido mi vida, es donde estaba la plaza de toros y, sobre todo, la cerca de mis padres, donde tenían las vacas, las ovejas, todo, todo, todo... Concretamente allí pasé de los cuatro años hasta los 16. Durante la Guerra Civil estábamos en la calle Cedazo, en una cueva de piedra, era como un bunquer, ya podían caer 200 bombas, pero nos levantábamos y a la cerca, a jugar, a los toros y otras cosas, al balón no porque no teníamos, entonces no había de goma ni de cuero, nada de nada, pero bueno con una bola de trapos cosidos lo hacíamos. 

¿Qué recuerdos tiene de la plaza de toros (barrio Santa Quiteria)?

Muchos, allí he toreado seis u ocho años seguidos, el día 9 de septiembre siempre mataba un becerro, con 16 años en adelante. Maté un día uno gordo que le di un disgusto a mi padre tremendo. Mi abuelo fue quien hizo la plaza, en casa hemos sido muy aficionados, yo soy aficionado cien por cien. A beneficio de la residencia de mayores de don José María (que se inauguró en 1985) toreé dos veces. Siempre he puesto el cartel de no hay billetes. 

¿Le hubiera gustado ser torero? ¿Es su profesión frustada?

No, no, no... Mi hijo va diciendo por ahí, porque mi padre tiene muchos años, sino mi sobrino sería torero,  y es que uno de mis tres nietos, el hijo de mi hija, desde que nació no hace otra cosa que hablar de toros, tiene 9 años y torea como los ángeles, este año estuvo en una escuela taurina de Madrid, coincidí en la clausura con Joaquín Moreno Silva, que alabó lo bien que lo hacía, y él dice, es que mi abuelo es torero. 

¿Qué opina del movimiento en contra de la tauromaquia?

¿Qué tenemos los españoles en representación? Diles a los americanos que van a quitarles el béisbol... Es gente que está a ver de qué forma puede meterse con cualquier cosa, figurar, cobrar y vivir del cuento, porque no son los toros, está pasando con la caza y la pesca,  lo cierto es que se meten con todo.

Ha formado parte del equipo de cirugía de la plaza de toros de Cuenca durante mucho tiempo.

Sí. Han sido como mínimo quince años, hasta el año pasado que le dije a Amador Jiménez Torrijos, el cirujano, que ya no podía, entonces tuvo la generosidad de regalarme un abono detrás del burladero donde nos metemos los sanitarios. En Las Ventas tengo un abono desde hace más de 40 años, en el tendido 8 fila 24, bueno hace dos años lo cambié a uno más cómodo para mi edad y mientras pueda iré.  Éramos una cuadrilla de 21 aficionados, Luis Lozano, Jarabo, mi hermano, toda la familia... Muchos han ido ya muriendo, vamos quedando pocos, yo voy teniendo suerte, haciendo amistad con San Pedro y esquivando vas tirando para delante.

¿Qué ha pasado para que las corridas hayan decaído en Tarancón hasta el punto de desaparecer?

Aquella plaza era privada claro, entonces no había subvenciones ni nada. Mi tío lo fue abandonando y al no arreglarse el ruedo, se llenaba de hierba; una vez ardió todo el tendido número uno, era todo de madera, y ya no quisieron repararlo. Yo me mato por los toros, te puedo confesar que puedo ir a la plaza de un pueblo donde suelten una vaca y estarme 14 horas subido a una galera viendo correrla a los mozos.

El primer año que no ha habido toros en las fiestas de Tarancón ha sido éste. En la época de Raúl Amores como alcalde, hace más de diez años, fuimos a ver la plaza de toros que se hizo nueva en Aranda de Duero, como buen aficionado yo le fui metiendo el gusanillo. El mismo de allí se comprometió a hacerla aquí y gestionarla 70 años, después pasaría al Ayuntamiento, sin costar un duro, era cubierta, se podría haber usado para otras cosas también. No salió adelante. He sido presidente de las corridas que se han celebrado aquí cuatro o cinco años y asesor siempre. Me da igual un partido que otro, no me he aprovechado de la política para nada, si tengo algo es de mi trabajo, de mi pueblo, yo he vivido, bien lo sabe Dios, entregado a mi pueblo. 

Cincuenta años como practicante, media vida de servicio a los demás.

Toda la vida dedicada por entero a Tarancón, creo que no hay casa en el pueblo en la que no haya entrado. Terminé y empecé de comadrón y de practicante. El comadrón de siempre había sido mi tío Saturnino, cuando empecé a estudiar iba con él a los partos, antes de terminar ya había visto a lo mejor treinta o cuarenta, y he estado cogiendo partos hasta que me he jubilado prácticamente. Matronas han existido siempre pero en los pueblos no había y las que salían de la escuela no se venían a Tarancón a vivir porque el sueldo era ínfimo, yo cobraba cuando empecé 125 pesetas mensuales, como titular, como funcionario del estado. Tengo cuatro títulos, el primero de practicante firmado por Franco, el siguiente de ayudante técnico sanitario rubricado por el rey Juan Carlos I, el de diplomado en Enfermería y ahora últimamente enfermero. 

Antes la atención era fundamentalmente domiciliaria...

Siendo estudiante, cuando venía de vacaciones, los dos años de carrera, de los 18 a los 20, me dedicaba a pinchar de puerta en puerta, era cuando se ponían inyecciones de penicilina cada tres horas, empezaba a las doce de la noche y terminaba a las ocho de la mañana. 

Yo luché mucho, y todavía hay mujeres que lo pueden decir, les decía que les iban a asistir mejor en el hospital, pero las viejas me suplicaban de rodillas llorando, Luisito pero qué vas a hacer, no querían ir ni por asomo, algo que conseguimos que poco a poco fuera cambiando. Y es que al venir el equipo de tocología de la Seguridad Social, con Álvaro Vicente, ya cogíamos toda la comarca que es hoy, entonces tenía que asistir a las personas de todos los pueblos. Al principio había mucha reticencia, las fui convenciendo de año en año, yo les decía si estoy de parto tuyo y me llama la monja que hay un ingreso de un pueblo de al lado tengo que dejarte a tí, y es que era verdad. Estuve con don Álvaro de ayudante de comadrón hasta que me casé a los 39 años, justo este 14 de marzo hemos cumplido 50 años de matrimonio.  

¿Tendrá mil y una anécdotas? 

Sí, totalmente. Aprendí, no por los libros, sino por la experiencia, que el secreto del comadrón es paciencia, paciencia y paciencia. A una, recuerdo de la familia de Los Merengues, la tuve tres días de parto, con dolores, todo los días le hacía cuatro o cinco visitas como mínimo, ay que echarle valor porque ahora si no dilatan, una cesárea y fuera, que luego posteriormente lo hemos hecho don Álvaro y yo también. La siguiente hija que tuvo, vimos que no dilataba pero había meconio, entonces hubo que subirla al hospital, le hicimos un fórceps y muy bien. Para la tercera, vino corriendo el marido, Florencio, a buscarme al Casino Nuevo y le digo, pero hombre no tengas prisa  ya sabes que mínimo son dos días. Por el camino me decía estoy loco, es un muchacho, entonces yo le decía, eso es que ya ha parido, el caso que rápidamente llegamos en mi 600, corté el cordón, lo arreglé y cuando lo echo en los brazos digo pues si es otra muchacha, Florencio que venía con la botella de Anís del Mono, digo no la abras... De esas he tenido cuatro o seis.

¿Ha puesto humor muchas veces a situaciones que no lo tenían?

Ya lo creo que sí, las mujeres me decían y me recuerdan hoy, siempre cantando, siempre cantando. cuando me recogiste con lo mala que estaba y siempre de cachondeo, el humor ha sido muy importante para hacer tirar para delante fuera cual fuera la situación. 

¿Cómo valora la evolución de su profesión en las últimas décadas?

Yo he sido el más feliz de la tierra con mi profesión, mi tatarabuelo practicante, mi bisabuelo practicante, mi abuelo practicante y mi tío Saturnino practicante. Y ahora mi hija practicante, también por amor a la profesión, porque su madre que es maestra le decía  no ves que tu padre no duerme, no vive, está dedicado de día y de noche. Mi hijo es médico, está en urgencias en hospital de Cuenca, dos sobrinas también son practicantes, dos hijos de mi hermano, hijos de mis sobrinos pediatras...

Ese calor, ese resentir viviendo con el enfermo y con los familiares mayormente. Tuve una desgracia gorda, mi madre murió dejando cuatro hijos, yo con 12 años, y he visto casos de esos y me he tenido que ir por no llorar delante de la gente. Ese cariño, ese amor, porque he ayudado a bien morir y, en los partos, a bien nacer a los críos, ésa ha sido mi profesión. Es un orgullo, todo lo que diga es poco, la satisfacción que yo tengo, que no puedo andar por la calle, todo el mundo me conoce y me agradece, llevo a mi pueblo en el corazón. 

¿Qué diría a las nuevas generaciones que aprenden su profesión?

Para mí es la profesión más bonita que hay, no he envidiado nunca a nadie, salvo al que va solo en un reactor. Ahora ha cambiado todo mucho, yo no hubiese entrado desde luego, es todo más mecánico, llegas al centro de salud, cumples un horario, muchos entran deseando que lleguen las dos para irse y les importa un pito sus clientes. El médico, el practicante preocupado porque al niño no le baja la fiebre y no tiene síntomas de garganta y no vive, ahora ya no existe, los mandan para Cuenca y fuera. Yo he vivido para mi profesión 24 horas al día durante cincuenta años.