Lo lleva dentro

Leo Cortijo
-

Luce un apellido insigne y eso tiene sus pros y sus contras, circunstancia que Mateo lleva con orgullo para perpetuar una forma de pintar inconfundible. Artista desde la cuna.

Lo lleva dentro - Foto: Reyes Martínez

Lucir el apellido De la Vega y ser pintor tiene «sus cosas buenas y sus no tan buenas». Entre las primeras, es una carta de presentación magnífica y un vergel de oportunidades. Un llamativo escaparate que propicia que mucha gente se fije en ti. En el otro lado de la balanza se encuentra como contrapeso un alto nivel de exigencia, y es que resulta muy difícil estar a la altura del gran maestro de los murales eternos y el último pintor místico de la escuela castellana.

Mateo sabe de lo que habla. Se crió en una casa repleta de artistas, con el gran exponente de su padre, Víctor de la Vega, el frente del clan. Por eso se siente artista desde que nació. No solo por la influencia de su progenitor, sino también de sus tíos y sus hermanos, Vitejo y Benito. Como él dice, «lo llevo dentro». Aunque para llegar a pintar como pinta hay muchísimas horas de trabajo, esfuerzo y constancia, una parte importante de su destreza es innata. Así lo defiende a capa y espada este virtuoso del pincel y la pintura al agua. Un espejo de su padre, «tanto por fuera como por dentro». Dos gotas clavadas.

Aunque sin olvidar por completo la temática fantástica, el realismo en los paisajes conquenses de Mateo añade en algunas ocasiones el prefijo aumentativo «hiper» para plasmar mágicos instantes encapsulados en el tiempo. Pero eso es catedraliciamente difícil. Hasta que la obra no es perfecta, no para, y así pasa, que algunos encargos se demoran en el tiempo merced a esa búsqueda constante de la excelencia. De hecho, reconoce que a veces lo pasa mal. No entiende a aquellos que, bajo encargo, pintan por placer o simplemente para pasar el rato. Él lo hace porque le gusta, porque quiere exteriorizar sentimientos para que el espectador se sumerja en ellos, pero eso no es óbice para que haya una notable dosis de «sufrimiento». Afirma que es «duro» y que le cansa «mentalmente» al obsesionarse con el esplendor rotundo del resultado de la obra.

Vivir del arte es muy complicado. Para casi todos los que emprenden el camino es poco menos que misión imposible. Mateo es uno de ellos. Forestal de formación, artista por vocación. Es un apasionado del campo, la naturaleza y el medio ambiente. En infinitos paseos por la provincia es donde muchas encuentra la inspiración necesaria para pintar. Le da igual Serranía que Mancha o Alcarria. Cuenca, en su conjunto, le cautiva. En esas «grandes caminatas», además, es donde su cabeza toma aire cuando llega a su tope. A veces hay que hacer un alto en el camino, respirar hondo y mirar al horizonte antes de continuar con la marcha.

En el buzón de entrada de tareas pendientes, Mateo tiene sobre la mesa en este momento en torno a seis o siete encargos. Y es que está atravesando un buen momento en este sentido. En los últimos tiempos está recibiendo, de media, un encargo al mes, circunstancia que le hace mirar al futuro con mayor optimismo. Lo importante es que las manos del artista no paren de crear. Aunque eso sí, en su justo tiempo. El arte no entiende de prisas. Ni de presiones. Los artistas crean cuando las musas aparecen. Los artistas no son factorías que producen en cadenas de montaje.  A los genios, básicamente, hay que dejarlos trabajar. Así, el resultado será el esperado.