Hecho a mano

Leo Cortijo
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Paola Andrea Gracia y Marcela Quijano

Hecho a mano - Foto: Reyes Martí­nez

Forman el binomio perfecto. Lo que le falta a la una, lo tiene la otra. Paola y Marcela son dos colombianas con corazón conquense. La primera llegó a la ciudad hace ya 12 años; la segunda tan solo dos. Aquí, en este refugio de artistas, han encontrado la paz y la libertad para dejar volar su imaginación y crear magisterio en torno a un elemento que fundamenta casi toda su obra: el estaño. Paola, que abrió camino, pasó por una situación personal «muy complicada» hace seis años y en el arte encontró no sólo una «válvula de escape», sino también una forma de canalizar sus sentimientos como vía de expresión.

«La crisis tan fuerte que tuve que pasar despertó una actitud y una vocación que no conocía en mí», destaca orgullosa, y es que ahora adora el arte: «Si estoy estresada o tengo un problema, me pongo a pintar y me evado del mundo». El suyo es un camino autodidacta. «Me encantan los tutoriales de YouTube», apunta entre risas. Sin embargo, hubo un momento en el que estos vídeos se quedaron «cortos»: «Las herramientas que proponían usar no daban el resultado que yo quería y empecé a utilizar unas que me hacía yo misma». Y todo para manejar el estaño, lo que Paola llama «mi oro». Se ha convertido en una virtuosa de este elemento químico, «que se trabaja fácil porque es dulce, pero a su vez es muy laborioso». Con él hace prácticamente de todo... No hay meta que se le resista, y es una enamorada del resultado final que ofrece: «Le da vida y armonía a cualquier obra».

Lo más célebre son sus velas personalizadas de temática semanasantera. Pero eso no es lo único. Dentro de esta vertiente nazarena también ha dado forma a cuadros que parten de dibujos hechos en papel. La Pasión conquense no es su única fuente de inspiración, porque también lo es la propia ciudad, de la que se enamoró desde el primer instante. «Me encantó el fervor y la pasión con la que se vive la Semana Santa; venía de Bogotá, que es ruido, distancias largas, peligro... y al llegar aquí me sentí libre y respiré». Para esta artista –en solo una palabra– Cuenca es «libertad», pues gracias a ella rompí «mis cadenas».

Ese ánimo por mejorar y evolucionar, ha llevado a Paola a experimentar otras técnicas y con otros materiales que, poco a poco, ha ido introduciendo en su producción, como el óleo sobre cualquier tipo de superficie, por ejemplo. Aquí emana la figura del único profesor que ha tenido hasta la fecha, Emilio Morales. Pero es que Paola, además, utiliza objetos reciclados y elementos que le proporciona la naturaleza.

Ese sendero del arte es el que anima a seguir a sus hijas, de cinco y 10 años. «Hoy en día las pantallas e internet les absorben mucha creatividad y no quiero eso para ellas». Marcela sabe bien de lo que habla Paola porque ella, como las dos pequeñas, también es su pupila. O «sensei», como ella misma la llama. Su amiga de toda la vida dejó su trabajo en una aduana en Colombia hace un par de años para acompañarla en esta aventura. «Es un cambio radical porque yo estudié administración de empresas, pero poco a poco he descubierto en mí esta vena artística», apunta. 

Juntas exponen hasta este domingo Entre dos mundos en el Museo de Semana Santa, una colección muy interesante de su obra. Y juntas también han abierto una tienda en pleno centro de Cuenca, en el pasaje de Carretería, para que la gente conozca de primera mano lo que hacen, y es que además del boca a boca, «para nosotras es importante que la persona vea lo que hacemos». Su apuesta, por el momento, no les va nada mal. No en vano, reciben pedidos de muchos puntos de España y alguno, incluso, del extranjero, sobre todo en lo que se refiere a temática semanasantera. 

Al final, lo más importante, sentencia Paola, es hacer un producto «único y que te diferencie del resto». El suyo lo es y no solo porque todo el proceso sea hecho a mano, sino porque cada obra la entiende como un hijo: «Crear algo es como verte en un espejo... Es parte de ti».