Ancestral 'Endiablada'

Jonatan López
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Cerca de 150 'diablos' de Almonacid del Marquesado honraron esta semana a la Virgen de la Candelaria y a San Blas, en una de las fiestas tradicionales más antiguas y singulares del territorio nacional

Ancestral ‘Endiablada’

Dicen las crónicas que no se sabe con certeza cuál es el origen de esta tradición, probablemente milenaria, tan arraigada en esta parte del territorio conquense. En Almonacid del Marquesado no sabrían decir si se celebra la Candelaria desde la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo o desde el siglo XVII –se conserva un documento que acredita que por entonces ya se celebraba esta fiesta–, pero ancianos, niños y gentes de todas las edades tienen señaladas en el calendario las fechas y están presentes desde sus primeros recuerdos. Tanto es así, y tan hondo es el sentimiento, que se inculca en la tierna infancia y cala hasta la vejez. Es La Endiablada, una de las fiestas más singulares de España y, probablemente, la más antigua.

Luce el sol y calienta en la mañana del día de San Blas. Propios y extraños ya se han congregado en la llamada Plaza Nacional para asistir a uno de los rituales más preciosistas del acervo conquense. Antes de que el santo haga presencia, diez danzantas ejecutan a la perfección el llamado paloteo y la danza del cordón. Dos varones sujetan un palo de madera rodeado de cintas de colores, que las jóvenes muchachas entretejerán con sus bailes y movimientos a los sones de la dulzaina y el tambor.

A esa hora, las doce y media de la mañana, repican las campanas de la iglesia de Santiago Apóstol que llama a los diablos –debidamente uniformados con la mitra y sus trajes de vivos colores– para que acudan a recibir a San Blas. 

El estruendo de los cencerros ya se ha echo con el ambiente. Las filas de diablos se colocan frente a la puerta de la parroquia para que la imagen del santo, en andas, haga acto de presencia y se inicie el desfile por las calles que circundan el templo parroquial. Niños, jóvenes y adultos circulan delante de la imagen, mientras realizan el singular baile. De forma acompasada danzan sobre la punta de los pies, hacen sonar los cencerros y colocan los brazos en cruz, sin perder la vista al santo patrón. 

Es en la calle de José Antonio donde se produce uno de los momentos más particulares. Vecinos y curiosos se apostan a ambos lados de la estrecha travesía para presenciar los saltos a la carrera de los diablos. Es aquí donde se desafía a la gravedad, dejándose caer cuesta abajo a velocidad frenética y tratando de que el sonido de los cencerros sea atronador. El desfile regresará a la parroquia para oficiar la santa misa y cumplir con las tradiciones de las fiestas declaradas de Interés Turístico Regional. Por cierto, por el momento, el Ayuntamiento estudia la posibilidad de solicitar la declaración de Interés Turístico Internacional. 

Diablo Mayor. A diferencia de los últimos 22 años, Aniceto Rodrigo no ha sido en esta ocasión el Diablo Mayor –esta distinción la ostenta el más anciano que ininterrumpidamente ha cumplido con la tradición–. Este año, y debido a una enfermedad, ha decidido dejar el puesto a su primo, Julián Rodrigo, quien guió a los cerca de 150 diablos participantes. 

El nuevo Diablo Mayor asegura que no se ha perdido una sola Endiablada desde 1954. Es más, cuenta que está documentado porque «aquel año vino el periódico La Ofensiva de Cuenca e hizo un reportaje en el que decía que el diablo más pequeño salía por primera vez. Ese era yo».

Julián, al que vecinos y conocidos llaman Pancho, se conmueve cuando se le cuestiona sobre lo que supone para él ser el nuevo Diablo Mayor. «No se puede explicar con palabras y te emocionas mucho, pero ya lo haré delante de San Blas», dice, mientras señala a Antonio, su primo, «que lleva los cencerros más grandes y los que mejor tocan. Los tres pesan entre 14 y 15 kilos y los he llevado yo toda la vida. Mi padre fue a por ellos, en 1963, a Mora de Toledo».