El juglar de la historia

Leo Cortijo
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Cristian Herraiz, al que le apasiona su trabajo como guía turístico, se dedica en cuerpo y alma a investigar y divulgar las riquezas patrimoniales de Cuenca, una «gran desconocida» para muchos, incluso para algunos conquenses

El juglar de la historia - Foto: Reyes Martí­nez

En plena Edad Media, los juglares eran artistas nómadas que bailaban, recitaban y cantaban historias de grandes gestas o de romances para entretenimiento del pueblo o recreo de nobles y reyes. Cinco siglos después, Cristian emula en cierta manera ese singular oficio. Él es guía turístico y divulga de forma «entretenida, pero profesional» las increíbles historias que hacen de Cuenca y su provincia un lugar único.

Desde niño supo que quería ser empresario, lo que nunca imaginó es que sería en el sector del turismo. De hecho, mientras estudiaba Humanidades e Historia Cultural, no se interesó por esa posible salida profesional, siempre proyectó su mira hacia la docencia. Sin embargo, empezó a trabajar de guía en una empresa y descubrió un mundo nuevo. «El turismo me eligió a mí y me atrapó tan fuerte que me quedé», dice. El gusanillo no solo le picó, sino que además inoculó en él la pasión por esta profesión, que además le permitía vivir en su amada Cuenca. Arrancó entonces el camino por su cuenta y riesgo, primero junto a un socio y desde octubre del año pasado de forma individual.

Ahora, con su propio sello, El juglar de la historia, vive entregado a su oficio, que se sustenta en dos patas fundamentales: investigación y divulgación. Nunca se va a la cama sin saber nada nuevo de Cuenca. «Siempre se está aprendido de ella», comenta al tiempo que reconoce que de los cinco libros que lleva en rueda, «mínimo tres» giran en torno a esta ciudad patrimonial. Su constante aprendizaje tiene eco en su trabajo, y es que sus visitas guiadas –una auténtica delicia– están impregnadas de anécdotas, curiosidades y apuntes históricos a cada cual más llamativo.

«La historia puede ser muy bonita de narrar», explica, «pero dependiendo de quien lo haga puede ser una auténtica pesadilla o algo maravilloso». Por eso tiene como objetivo que el turista se sienta «cómodo», que «no crea que estamos en una lección de instituto, sino que está de vacaciones y que el que está trabajando soy yo». En definitiva, defiende por encima de todo que el suyo es un trabajo que «sale bien si se disfruta y se hace con pasión». De esto último, precisamente, va sobrado. La pasión con la que habla de Cuenca lo acredita. Cree  –y con razón– que durante mucho tiempo «se ha vendido muy mal» y que es una «gran desconocida» tanto para el turista en general como para los propios conquenses.

No resulta «nada fácil» ser guía turístico desde el pasado mes de marzo. La pandemia le has destrozado. «El 90 por ciento de nuestros beneficios se han desplomado», destaca con crudeza. Con la positividad que le caracteriza, «y por ver el vaso medio lleno», apunta al respecto que «más fondo ya no se puede tocar, ahora es de aquí para arriba».

Cristian es de los que en las crisis prefiere ver oportunidades y abrir nuevas vías. Empezando por un canal de YouTube y un podcast de divulgación histórica, y siguiendo por estudiar cómo esta pandemia va a modificar la naturaleza de las visitas guiadas durante los próximos años. «Eso de llevar 30 personas de distinto lugar en un mismo grupo...», advierte.

Después del peregrinaje en el desierto que ha supuesto 2020, nuestro particular juglar de la historia mira al horizonte para sentenciar que hasta la primavera de 2022, «como mínimo» este sector «no respirará aliviado de verdad».