Manos blancas contra el terror

Leticia Ortiz (SPC)
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El asesinato de Francisco Tomás y Valiente el 14 de febrero de 1996 desencadenó el rechazo en las calles a la violencia de ETA

Manos blancas contra el terror

En silencio, con sus manos alzadas adelante y con las palmas pintadas de blanco. Así se manifestaron miles de jóvenes que, por primera vez en la historia de la democracia española, se echaron en masa a las calles para mostrar su rechazo a la violencia de ETA. Una rebelión cívica -germen de las movilizaciones posteriores que se produjeron cuanto la banda terrorista secuestró y mató a Miguel Ángel Blanco- que se desencadenó tras el asesinato de Francisco Tomás y Valiente, catedrático de Historia del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid.

Pasaban las 10,45 de la mañana del 14 de febrero de 1996 cuando el profesor, que había tratado el terrorismo en numerosos artículos de prensa vaticinando que el Estado ganaría el desafío de la violencia etarra, hablaba por teléfono sentado en su despacho. A cara descubierta y como si fuera un alumno cualquiera -nadie sospechó debido a su aspecto aniñado, a pesar de que su fotografía estaba ya entre las de los etarras más buscados-, Jon Bienzobas Arreche irrumpió en el habitáculo y disparó tres veces a bocajarro contra el jurista, quien no pudo ni defenderse ni intentar huir.

Pistola en mano, el asesino salió corriendo por la Facultad, llegando a amenazar incluso a profesores y alumnos con los que se cruzó en su fuga al grito de «¡si me miráis, os mato!». A las afueras del edificio le esperaba un coche que, hora y media después, estalló al norte de la capital sin causar víctimas mortales. 

El cuerpo de Tomás y Valiente, que meses antes había declinado llevar escolta a pesar de las amenazas, fue recogido inmediatamente por sus compañeros y alumnos quienes, en un desesperado intento por salvarle la vida, lo sacaron al pasillo y lo metieron en un ascensor. Al llegar al aparcamiento, se dieron cuenta de que estaba muerto. El reguero de sangre permaneció durante toda la mañana en los pasillos de la cuarta planta del centro universitario.

Mientras, en su clase, un grupo de estudiantes de primero de Derecho esperaba aún al expresidente del Tribunal Constitucional porque a las 11 comenzaban un examen que no llegó a celebrarse ese día.

Apenas habían transcurrido 24 horas del crimen cuando esos alumnos, acompañados de otros cientos de la Universidad Autónoma, se reunieron en el campus con sus manos pintadas de blanco, en un gesto de contraste con aquellas manos manchas de sangre de los terroristas. Ni siquiera gritaron consignas en aquellos primeros momentos, cuando el dolor peleaba con la incredulidad en unos chavales a los que el terrorismo, hasta entonces, les parecía una cosa lejana. Reinaba el silencio.

Aquella protesta sirvió de inspiración a otros miles de jóvenes que repitieron el simbólico gesto por las universidades de todo el país. Aunque entonces no se podía saber, la rebelión cívica contra ETA había comenzado. Y nadie podría pararla como se demostró cinco días más tarde en las calles de Madrid. Más de un millón de personas corearon al unísono un único grito, el de «¡Basta ya!», para expresar su repulsa contra una banda terrorista que había asesinado a Tomás y Valiente y ocho días antes, el 6 de febrero del 96, al dirigente socialista vasco Fernando Múgica. También hacía casi un mes que ETA había iniciado el que a la postre sería su secuestro más largo, el del funcionario de prisiones Ortega Lara, quien fue rescatado por la Guardia Civil 532 días después.

En aquella movilización, la más multitudinaria vista en la capital desde la que se celebró el 24 de febrero de 1981 para rechazar el intento de Golpe de Estado del día anterior, los jóvenes también repartieron pintura blanca para alzar con ella las manos al cielo.