Ginés Marín le da la razón a Maximino

Leo Cortijo
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El torero extremeño, que repitió en la feria sustituyendo a El Fandi, vuelve a triunfar merced a una faena notable premiada con dos orejas. El toreo fundamental afloró ante un muy buen toro de Román Sorando

Ginés Marín le da la razón a Maximino

En el libro del buen empresario que maneja Maximino Pérez hay una máxima en lo que al capítulo de las sustituciones se refiere. «Éstas hay que dárselas al momento de los toreros». Así reza el mandamiento que cumple a rajatabla y que viene a significar que cuando un matador se cae del cartel, su puesto debe ocuparlo un compañero que atraviese un buen momento. Nada de grandes nombres si no están como deben ni demás experimentos con gaseosa. Y así, siguiendo este principio básico, no le ha ido nada mal. Cuenca ha visto infinidad de sustituciones bajo el paraguas de Maximino y la verdad es que el resultado no puede ser mejor. En esta ocasión, la teoría del empresario vino a refrendarla Ginés Marín, que pasa por uno de esos momentos de dulce, que ya hizo el paseíllo el sábado, que ya cortó tres orejas y que hoy, sustituyendo a Fandila, ha vuelto a cortar otras dos. Y no de cualquier manera. No. Lo ha hecho con una faena rotunda de principio a fin y con un sobresaliente toreo fundamental. El extremeño es ya el triunfador de esta feria y el Astuto al que desorejó suma enteros para ser el toro de la misma. Ahora, a toro pasado –nunca mejor dicho– es fácil decirlo, pero Maximino tiene una teoría y Ginés Marín vino a darle la razón.

Ese Astuto que hizo tercero, en principio, echó el freno en el capote que le presentó Ginés Marín para saludarlo. La cosa se arregló pronto. El inicio muleteril, con doblones excelsos, no pudo ser ni más torero ni más personal, incluyendo como remate una trincherilla increíble mirando al tendido. El pupilo del hierro jienense sacó un fondo interesantísimo de casta, que chocó de bruces con el resto de la corrida, blanda, mansa y descastada. Con codiciosa entrega, fijeza, repetición y humillación, se comió como un tejón la muleta que por ambos pitones le presentó el coleta. Evidenciando una claridad de ideas sobresaliente, Ginés construyó su parlamento a través de su mejor versión del toreo fundamental a diestra y siniestra, intercalando alguna arrucina que terminó de encandilar al respetable. Anduvo templado, seguro y muy firme. Hubo torero… y también toro. Dos gallos que quisieron pelea, y es que ninguno de los dos entregó la cuchara hasta el último momento. Hasta la fecha, la faena de la feria.

Con la misma buena disposición y el mismo talante que en sus tres faenas anteriores, Ginés recibió a la verónica de forma notable al que cerró plaza, Aislado. Sin embargo, todo lo que había que ver en este capítulo, quedó visto. Y es que el burel de la divisa de Andújar salió mortecino tras el encuentro con el varilarguero. A partir de ahí, con la roja, poco se pudo ver más que componer a las mil maravillas al extremeño. Ginés lo intentó hasta la extenuación por ambos lados sin conseguir que la obra llegara a tomar vuelo de forma rotunda. La falta de casta y fuerza del toro lastró sus muy buenas intenciones. Todo voluntad y actitud, pero capítulo en balde en lo que al toreo se refiere. Aun así, se le pidió con muchísima fuerza la oreja, que hubiera sido la sexta en dos tardes, pero el presidente la retuvo por la deficiente colocación de la espada.

Hubo un amago de sacar a saludar a Enrique Ponce tras romper el paseíllo, pero esos tímidos aplausos de cuatro buenos aficionados no se vieron correspondidos. Una pena. El torero miraba de reojo al tendido, pero al ver que no, mandó abrir la puerta y cogió el percal para lancear con gusto a la verónica al bonito Nubloso, que blandeó en exceso tras el encuentro con el picador. El inicio muletero, con el toro a todo menos a su matador, prometía más bien poco. Y así fue. El de Sorando, rajado desde el primer instante, fue un marmolillo con el que el de Chiva solo pudo negar con la cabeza. Su segundo, Escritor, se empleó lo justo y necesario en el peto. Con la pañosa, a Ponce no le quedó otra que llevarlo entre algodones y sin exigirle, tirando líneas y exponiendo más bien poquito. En esa faceta suya de enfermero, dejó pasajes toreros y cadenciosos, pero todo ante un animal que solo se dejó muletear. A la faena le faltó un kilo y medio de emoción, y por ello el experimentado matador se fue a buscar a los terrenos del sol, por entonces cubiertos por la negrura de un cielo que amenazaba lluvia. En esos terrenos del 3 se fue al suelo de rodillas a darle a la solanera lo que pedía: toreo en cercanías y el abaniqueo para cortar la oreja. Un trofeo que tenía en la mano y que tiró por la borda por el mal empleo del acero.

Miguel Ángel Perera dejó con Tradinoso un par de delantales de nota en el saludo capotero, un comienzo en el que el toro campó a sus anchas y se lo puso complicado a un gran lidiador como es Javier Ambel. El extremeño comenzó dosificando para administrar la justita boyantía del animal, que no iba sobrado. En ese contexto, muleteó por ambos lados a media altura la manejable embestida de este suavón, que se los tragó sin llegar a emocionar a los tendidos. Lo poco o mucho y lo bueno o malo que se vio fue gracias a Perera, que se inventó la faena de principio a fin. El quinto, Disimulado, se estrelló con el caballo de la contraquerencia y con el que guardaba la puerta. Ambel y Arruga, tras un recital con los palos, se desmonteraron. En el tercio, con la quietud y la rectitud en su figura como bandera, comenzó Perera a instrumentar trasteo al potable de Sorando, que sin ser nada del otro mundo, se dejó muletear con clase por ambos pitones en la primera mitad del parlamento. Pero la verdad es que más pronto que tarde echó la persiana, dijo que hasta aquí habíamos llegado y a Perera no le quedó otro camino que llegar, como es habitual en él (demasiado habitual), a través del arrimón a toro derrengado, que aporta entre poco y nada. Para más inri, dio un sainete con la espada, enterrándola por completo al sexto encuentro y de aquella manera. No tuvo su tarde.

 

- Plaza de toros de Cuenca. 3ª de la Feria de San Julián. Algo más de tres cuartos de entrada en tarde fresquita y parcialmente nublada. Se lidiaron seis toros de Román Sorando, correctos de presentación. Un marmolillo el rajado 1º; manejables a media altura pero sin emoción los blandos 2º y 4º; muy bueno en el último tercio, sacando un fondo encastado interesante el 3º; descastado y a menos el 5º; y descastado y muy soso el 6º.

- Enrique Ponce (purísima y oro): silencio y ovación con saludos tras aviso.

- Miguel Ángel Perera (coral y oro): oreja y ovación con saludos.

- Ginés Marín (azul marino y oro), que sustituía a El Fandi: dos orejas y ovación con saludos tras fuerte petición.

- Javier Ambel y Jesús Arruga se desmonteraron tras banderillear al quinto de la tarde. Los toros de Román Sorando lucieron divisa negra en memoria del padre del ganadero, que falleció hace escasos meses.