Una realidad cofrade diferente

Javier Caruda
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Se ha modificado completamente la sociedad en la que vivíamos y nuestra Semana Santa es fiel reflejo de lo que ocurre en dicha sociedad.

Una realidad cofrade diferente - Foto: Reyes Martí­nez

No descubro nada si incido, de nuevo, en el cambio social creado por la Covid-19 desde la primavera del pasado año. Además de un incremento léxico con términos que no eran utilizados con frecuencia, hemos normalizado toda una serie de usos y costumbres impensables unos cuantos meses atrás. Si a cualquiera de nosotros le hubieran dicho en 2019 que íbamos a admitir, prácticamente sin queja alguna, un toque de queda –por ejemplo– habríamos estallado en una carcajada profunda. Pero la realidad es muy distinta. Pues bien, toda esa serie de usos y costumbres a los que aludía arriba han influido completamente en la sociedad general, y en la conquense en particular, conformando una realidad bien distinta. Han cambiado las preocupaciones generales y las nazarenas también. Se ha modificado completamente la sociedad en la que vivíamos y nuestra Semana Santa es fiel reflejo de lo que ocurre en dicha sociedad. Por lo tanto, esta realidad cambiante nos lleva a modificar, o al menos a estudiar, diversos aspectos fundamentales de la gestión de una hermandad o cofradía salvando las singularidades que estas puedan tener.

Desde la contienda civil, y hasta donde yo recuerdo, solo se habían suspendido procesiones total o parcialmente por la presencia de la pertinaz lluvia y, aunque algunas hermandades ya enlacen cuatro años sin dar cumplimiento a su salida procesional, nunca se habían encadenado dos primaveras sin un solo cortejo nazareno. No debemos olvidarnos que es ésta, la salida procesional, el punto fuerte de las diversas hermandades que conforman nuestra querida Junta de Cofradías. De hecho, el núcleo organizativo fundamental de las corporaciones nazarenas se cimienta en dicha salida. No hay nada más que ver en qué se basa la forma de financiación de las hermandades conquenses.

Este parón nazareno obligado bien sirve para hacer una prospección interior en la que valorar cómo es la organización de nuestra hermandad, cuál es el fin de la misma, cómo se consigue y, fundamentalmente, cómo se financia el mismo…extensiva, por supuesto, a la propia institución nazarena.

Y es que aunque nadie puede asegurarnos cuándo volveremos a disfrutar de la catequesis procesional conquense en la calle, nuestra obligación ha de centrarse en asegurar la supervivencia de nuestras hermandades y adecuarlas a esta nueva situación.

Sin lugar a dudas, hay que empezar a plantearnos que la salida procesional no es el fin único de una hermandad creada para dar culto a Cristo bajo una advocación determinada o a una imagen mariana, es el culto a dicha imagen el objetivo que debería pasar a entenderse y ejecutarse como el primero. Hay muchas formas de lograrlo, no únicamente con la solemne función religiosa, la práctica de la caridad, la realización de la ayuda asistencial, el desarrollo de una labor social…se deben convertir así en el trabajo fundamental de la hermandad consiguiendo dar un sentido a la misma durante todo el año. Obviamente dicho trabajo cristaliza con la consecución de un magnífico desfile procesional, al menos como hasta ahora. Ojalá no tengamos que volver a vivir una pandemia como estamos viviendo hoy en día pero las corporaciones nazarenas tienen que estar preparadas ante una nueva situación como esta.

Y, por supuesto, hay que revisar la financiación de las hermandades hoy en día centrada en la subasta procesional. Dos años sin subasta (hay hermandades que llevan algún año más) han obligado a tirar de los pocos recursos económicos existentes y a la paralización de diversas actividades. Tengo el convencimiento de que las hermandades deben, debemos, articular los pasos necesarios para financiarnos a través de las cuotas de hermano, asegurando así los gastos anuales que pueda tener una hermandad con independencia de si llueve o hay una pandemia.Este es un cambio importante, de calado pero, sin lugar a dudas, necesario para adecuar la vida de las hermandades a esta nueva sociedad post-pandémica en la que han de erigirse como faro dentro de la Iglesia, consiguiéndose mediante una estructura que permita trabajar sin el albur de una recaudación incierta.