La iglesia de la Virgen de la Luz, seña de la Semana Santa

Miguel Romero
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El arquitecto municipal, Mateo López, hizo del lugar uno de los más bellos rincones místicos, artísticos y devocionales

Imagen del interior de la iglesia de la Virgen de la Luz con su altar mayor al fondo. - Foto: Reyes Martínez

Tal vez, no es fácil pensar como una iglesia de corte barroco ubicada en la popular barriada de San Antón de nuestra capital, nacida al amparo de una primitiva ermita dedicada a la Virgen de la Puente y un Hospital de la congregación antonera o antoniana dedicado al cuidado de enfermos del llamado ‘Fuego de San Antonio’ llegaría ser, a partir del siglo XX, centro neurálgico de la Semana Santa conquense.

Sin embargo, aquí, en este emblemático lugar donde se concentraron a partir del siglo XVI, olleros, curtidores, vinateros y molineros, en definitiva familias humildes, a los pies de ese Cerro de la Majestad del Rey, bajo Santo Toribio, se empezaría a iluminar la llama de una fuerte devoción volcada hacia la tradición católica más solemne que las ciudades españolas han postulado hacia esa Semana de Pasión en la que el populismo y la espiritualidad se congregan para conmemorar la historia más antigua de la vida y muerte de Cristo. 

Cuenca es belleza y tradición. Entre sus dos ríos, Huécar y Júcar, discurrirán las procesiones de un sentimiento lleno de dolor y de profunda devoción, remarcando cada momento entre sus imágenes pasionales, realizadas a base de la gubia del buen imaginero que ha querido dejar en Cuenca la prueba de su estilismo y maestría.

La iglesia de la Virgen de la Luz, trazada entre el ritual de la historia, bajo el credo de un barroco del siglo XVIII cuya traza ideara el turolense José Martín de Aldehuela y la confabulara el arquitecto municipal Mateo López, hizo de este lugar, uno de los más bellos rincones místicos, artísticos y devocionales de toda una ciudad colgada sobre el abismo de la incomprensión, viva en sentimiento y herida en su desarrollo a través de los tiempos.

 El discurrir de todo un misterio multicolor por el llamado Puente del Canto, ahora Puente de San Antón, en ese jueves santo de profundo dolor, cuando sus imágenes compungidas hacen volcar la tradición entre ese sabor popular de Hermandades arraigadas en la humildad de sus gentes, hace crecer el misterio hasta la soledad de soledades. La Archicofradía de Paz y Caridad, heredera de aquella Sangre de Cristo en campo franciscano, con su Cristo de las Misericordias, junto a Nuestro Padre Orando en el Huerto de San Antón, o la del Ecce Homo de San Gil o de San Andrés, desde 1908, la de Nuestro Padre con la Caña, la del Amarrado a la columna, o las esplendorosas de Nuestro Padre Jesús Nazareno  y la Soledad, ambas del Puente, sin olvidar como rige en solemnidad nuestra Virgen de las Angustias, copatrona de Cuenca.

Por eso, me siento bien al hablar de este rincón de la Cuenca pasional. Barrio con Hospitales como el de San Antón, San Jorge y San Lázaro en aquel lejano siglo XVI, barrio con oratorio hacia la primitiva Virgen del Sagrario, luego Nuestra Señora de la Puente desde el siglo XIII, la que sanara a la reina Beatriz de Suabia en 1226 o visitara Felipe III en 1604, y que ahora, desde 1749 se volcará en credo y alma a Nuestra Señora de la Luz, vulgo del Puente. 

Es un lugar que quiero y siento porque en él, se guardan razones semansanteras, pero también porque en él se reaviva el espíritu del conquense en una iglesia llena de dorados brillos que enaltecen el espíritu del caminante y donde sus gentes encabezadas por don Ángel, párroco y ejemplo, sienten cada ilusión compartida.

La construcción de la iglesia actual estrechó el paraje con la necesaria reforma del llamado camino real de salida hacia Madrid, llevado a cabo por Mateo López durante el último cuarto del siglo XVIII.

Los lienzos de la fachada favorecieron la solución del problema con ese trazado rectilíneo y su completa lisura -en palabras del profesor Ibáñez-.

La fachada principal marca con sillería la base de las torrecillas angulares en el tramo superior del llamado revoco y el resto es un gran plano liso solo animado por las dos portadas desiguales. La de la izquierda es del siglo XVI y la principal muy recompuesta con arco de medio punto despiezado en sillares almohadillados. La moldura superior se quiebra a manera de alfiz, albergando en su interior el escudo antoniano. Por detrás, antes el huerto y ahora el garaje se escalonan de abajo a arriba los volúmenes geométricos del camarín, la capilla mayor, el crucero, la cúpula y la linterna. La fachada norte queda prácticamente oculta por los edificios actuales.

En su interior, nave única con bóveda de cañón con lunetos, crucero marcado en la planta con cúpula elíptica sobre pechinas, dispuesta transversalmente y con linterna y profunda cabecera con el presbiterio y el Camarín de la Virgen de la Luz, antiguamente compartido con San Antón.

En base a los datos del inventario de don Pedro del Castillo y Ayala fechado en 1780 y el actual libro del profesor Pedro Miguel Ibáñez, La iglesia de la Virgen de la Luz y San Antón y el Barroco conquense. Fundación Cuenca Cultura. Año 201, se divide el recorrido interior en tres partes:

1. la capilla mayor con el camarín y el crucero de la nave Bóveda sobre cuatro columnas de yeso estucado de verde con basas y capiteles de basa dorada y dos grandes medallones de yeso imitando mármol blanco. Y los relieves, uno en el lado del Evangelio que representa la Anunciación y el de la Epístola con la Visitación.

Tras el altar mayor se eleva lo que llaman capilla de la Virgen de la Luz que no es más que un retablo camarín de madera policromada. Alberga a la Virgen don detalles de vestimentas y adornos. Dos tallas primorosas, en el lado del Evangelio a San Julián y a la izquierda San Nicolás de Nepomuceno. Consta otra fachada en el retablo, en el lado opuesto que da al camarín con su propio altar para decir misa. Tiene dos columnas jaspeadas que cobija un trono dorado con San Antonio Abad, de uno veinticinco de altura.  Ángeles o serafines por partes doradas, paredes estucadas, talladas y pintadas con diversos colores. Todo esto es lo que decía la memoria del siglo XVIII.

Actualmente, la desaparición del retablo baldaquino bifronte de la Virgen de la Luz y San Antón, con un retablo posterior a la guerra civil en el que sin policromía ni el altar, ni el sagrario ni las mesas. En la capilla mayor ha habido cambios en la policromía, pasando aquel color verde a un color ocre y se mantienen los capiteles dorados.

El techo del camarín ha perdido el primitivo color y ahora es una pintura tosca y de pésima factura; mediocres pinturas alegóricas sustituyen a las antiguas cornucopias y se mantienen los serafines estucados y los cuatro ángeles de estuco en los ángulos.

Hay unos murales nuevos en las paredes del camarín, glorificación de San José, la Natividad, San Antonio Abad y la Epifanía.

2. el crucero, coronado por la cúpula elíptica Con la nueva remodelación cambia y mucho el inventario del XVIII. Ahora, la desaparición de la imaginería y el mobiliario de la parte baja, manteniendo a duras penas, la decoración de la parte más elevada.

 Se han perdido los antiguos retablos del crucero, el de San Pedro ha sido sustituido por el que alberga con carpintería reciente el Jesús Nazareno del Puente, obra de José Capuz y el de San Pablo ha sido reemplazado por otro retablo nuevo con la imagen de la Virgen de la Soledad del Puente. El antiguo nicho que mantenía el llamado Niño de Nápoles, ahora lo ocupa el Ecce Homo de San Andrés realizada por Marco Pérez.

Ya no está la Virgen de la Concepción y los antiguos confesionarios con sus nichos respectivos y en su lugar están las imágenes modernas de San Julián, San Ramón Neonato y San Antonio de Padua. A media altura se conservan media docena de las pinturas del XVIII, habiendo desaparecido la pintura de San Juan Bautista que ocupaba la jamba izquierda del arco toral y en su lugar, un San Julián Arrodillado ante la aparición de la Virgen realizada a mediados del siglo XX por el profesor conquense Emilio Saiz.

Se mantienen las pinturas de las cúpulas y la linterna, algunas algo deterioradas que no se saben de cuándo son, con las Virtudes en los ocho lunetos que permiten abrir ventanas en el casco de la cúpula.

3. la nave De los cuatro altares del XVIII ya no hay ninguno, ni los dos grandes lienzos con tema mariano que colgaban en el coro y en el pórtico entre las columnas de la entrada.

Han desaparecido los retablos que ocupaban los cuatro de esos seis nichos existentes, albergando diversas imágenes modernas entre ellas, algunas de la Archicofradía de Paz y Caridad, además de las de San Antón y San Roque de Fausto Culebras en el muro del Evangelio, desde el crucero a los pies, el último en el nicho inmediato al púlpito; Jesús con la Caña en el central y Jesús Amarrado a la columna en el restante. En el otro muro, de la Epístola, el Cristo de la Misericordia de Marco Pérez, Jesús Orando en el Huerto de Coullaut Valera en el nicho grande del centro y San Antonio Abad en la hornacina hacia la puerta de entrada al templo. Esta último sustituyó a la de Fausto Culebras que sorprendentemente fue trasladada al Museo de Cuenca. 

Una gran pintura en el centro de la bóveda en relieve que representa la Gloria de la Virgen de la Luz y de San Antonio Abad.

La vidriera parece ser original como alguna otra que hay en la cúpula, aunque se ven con cierta dificultad. En el muro este de la iglesia a la altura del coro, dos ángeles en relieve y realizados en estuco sostienen el escudo de la orden antoniana donde queda registrada la fecha de 1764. En ese pórtico cerrado entre los canceles de las puertas, que configuraban las dos columnas de color verde que describía el inventario de 1780 y donde colgaba un cuadro perdido de la Virgen de las Mercedes, un retablo nuevo sirve de marco a la imagen de la Virgen de las Angustias labrada por Marco Pérez.