A dos manos

RIÁNSARES L.C.
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José Luis Zamarra es el peluquero de la comarca de Tarancón más veterano tras más de 30 años como maestro del peine y la tijera. En el primer estado de alarma por la Covid-19 le dieron por muerto y pudo comprobar lo mucho que le quiere la gente.

Zamarra, de 66 años, disfruta de la conversación con sus clientes casi tanto como cortando el pelo. - Foto: R.L.C.

El taranconero José Luis Zamarra es el peluquero más veterano de la comarca después de 34 años desempeñando un oficio que le apasiona. Maestro de la tijera y el peine, también de la máquina, a sus 66 años, está orgulloso de que una de sus cuatro hijas haya cogido el relevo en su peluquería, en la que prevé seguir al pie del cañón, con una jubilación al cincuenta por ciento, hasta que cumpla setenta años.  

Hace cuatro décadas, cuando trabajaba en la desaparecida fábrica de las televisiones que hubo en Tarancón, cuando «se empezó a escuchar que iban a cerrarla para llevársela a China» se planteó ser peluquero, aunque para dar el paso necesito más de un empujón. «Siempre me ha gustado, de chaval íbamos a cortarnos el pelo donde Churrusco, otro peluquero que había antiguamente y yo me dedicaba a peinar a mis amigos, luego en casa cortaba el pelo a mis hijas, a mi primera mujer», recuerda. Pero lo cierto es que le pilló con treinta y algún año cuando decidió ir a la academia en Madrid. «Me empeñé y lo conseguí, hincando los codos, aunque cuando vi tanta gente joven me asusté», reconoce. «Una mujer mayor que intentaba cruzar la Castellana con el semáforo en rojo tuvo la culpa», añade. Y es que Zamarra intentó frenarla para que no la atropellaran, a pesar de que no había tráfico, y ella le dijo «esto es como todo en la vida, o te decides o no pasas nunca». Al escuchar esta frase recapacitó y se fue directo a sacarse el título de peluquero. 

Pero tras hacer prácticas en peluquerías de la capital de España,  no empezó a ejercer. En su camino se cruzó un albañil al que llamaban Perdigón, que necesitaba un peón con carné de conducir y como conocía el oficio aceptó, a la par que seguía arreglando el pelo a prácticamente toda la familia. «Ya teniendo el curso se fiaban un poco más, hasta que llegó mi abuelo el tío Félix Parraguilla, con 101 años, al que tras arreglar la chimenea me vio cómo había cortado el pelo a mi tía y mi prima y me dijo, tira la paleta y dedícate a esto», comenta. 

TODO UN REFERENTE. Como peluquero empezó quedándose con el negocio de Agustín Fronce, Tini, en la calle Inés de la Carrera. El 70 por ciento de la clientela eran personas mayores y hombres. Y es que empezó con mujeres también, para lo que se había formado, pero dice que comprobó desde sus inicios como los varones se asustaban cuando veían señoras, así que se dedicó a peluquero de caballeros, convirtiéndose en todo un referente. A su peluquería, que la mayor parte del tiempo ha estado junto al Pozo Ojicos, y desde hace unos tres años en la avenida Juan Carlos I, acuden hombres de todas las edades, y no solamente de Tarancón, el cincuenta por ciento de fuera. 

«Con la pandemia hemos notado mucho el efecto de las restricciones que no permitían venir a personas de pueblos vecinos de otras comunidades, por ejemplo, y  también notamos después del confinamiento total, pues la cantidad de trasquilones que trajo la gente, lo mucho que se acordaron de nosotros», apunta al recordar que en el primer estado de alarma por la Covid-19 «llegaron a darme por muerto, se extendió ese rumor y la gente empezó a llamarme, pude comprobar entonces la cantidad de clientes que me aprecian». 

Y es que Zamarra, el mayor de cinco hermanos, disfruta casi tanto como cortando el pelo de las conversaciones con la gente. Ha ido evolucionando según las modas y la profesión, y también ha hecho evolucionar a sus clientes. «Recuerdo cuando cogí la peluquería que había muchos, muchos clientes que se marcaban la raya dejándose la parte de arriba larga para taparse la calva y por abajo corto, poco a poco pudimos acabar con el sistema aquel, quedaba horroroso y cuando hacia aire ni te cuento», dice.

Sin abandonar el peine y la tijera, de las máquinas rudas de antaño, «alicate sobre todo y básicamente para desbastar», ahora se hacen cortes, marcas, degradados, de todo con máquina. Aunque aclara, «si el corte se hace bien no hay diferencia entre hacerlo con máquina o con tijera». A raíz del uso obligado de la mascarilla, en peluquería Zamarra, donde trabajan dos personas más, ha crecido la demanda de arreglo de barbas y afeitados. Hasta hace bien poco tenía miembros de las cuatro generaciones de una familia como clientes. Su establecimiento, es totalmente intergeneracional, niños, abuelos, adolescentes... «La verdad es que tengo la suerte de que disfruto mucho cuando corto el pelo, me gusta mucho mi trabajo, es un placer la gente que entiende lo que haces y se deja hacer, las relaciones de amistad que se establecen», afirma el también presidente del Casino La Unión de Tarancón, aficionado al baile y el deporte. Criado en el emblemático barrio de San Roque, está orgulloso de que por su negocio hayan pasado empleados que luego han montado su propia peluquería y de contar ahora con el relevo de su hija Noelia, que aprendió con él y tras formarse y trabajar en Madrid y Barcelona, ha vuelto a sus orígenes. 

DESDE LA CERCANÍA. «Estoy orgulloso de tener relevo y de poder darle esta oportunidad», menciona este peluquero que a los ocho años empezó a trabajar en la mítica tienda «El 95» de la calle Zapatería para después ser comercial o albañil, trabajar en sectores como el automóvil o la electrónica hasta con más de treinta años convertirse en aquello que quizá sin darse cuenta soñaba con ser desde muy joven. «Soy peluquero por dos personas mayores, porque estaba en una edad en la que pensaba que ya no podría llegar a conseguir dedicarme a lo que más me gustaba y venía años haciendo a nivel familiar», recalca. 

En los últimos años suscriptor de La Tribuna de Cuenca, en su peluquería nunca ha faltado la prensa provincial, por lo que ahora, en la recta final de su vida laboral, desde este modesto espacio no podía faltar un merecido homenaje a un hombre cuya máxima en su día a día es «disfrutar de la vida», algo que trasmite a cuantos le conocemos.