Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Encarnita

30/11/2021

Hace muchos años yo no sabía por donde tirar tras el COU. Cierto es que en aquellos tiempos lo que solía darse era que al ser tantos los frentes que nos atraían, surgía la duda sobre cuáles sacrificar en beneficio de otros. Por exclusión, decidí matricularme en el rimbombante Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y cursar la carrera superior, ya desaparecida, de Solfeo, Teoría de la Música, Repentización, Transposición y Acompañamiento. Un título solemne y largo que en aquel centro estaba en manos de una catedrática, «conocida» por el 90 % de los estudiantes de música de este país, al aparecer estampado su nombre en la portada de muchos de libros de la época: Encarnación López de Arenosa. Cuando lo comenté en mi entorno, multitud de comentarios me llegaron. Los españoles somos así: sabemos de todo. Muchas opiniones me llegaron cargadas de admiración, no siendo pocas las que lo hicieron también en sentido contrario. Envidias, mediocridades, celos… presidían esas falacias; tristes opiniones formuladas por quienes no eran sino seres oscuros que pensaban que infravalorando a una referencia indiscutible ganarían ellos algún mérito. Suele ocurrirle a los infelices e incapaces. Tratarla tan solo en las dos primeras clases hizo que se incrementase en mí la pasión por enseñar. Una luz cegadora fue la que a partir de entonces iluminó mi camino estando siempre ella a mi lado, encima de mí, delante de mí… Es lo que consiguen los verdaderamente grandes. Ya entonces era una Maestra, una referencia, un icono en el campo de la educación musical de esos que solamente lo llegan a ser por méritos propios y reconocimiento ajeno. Hoy la música está de luto, el arte está bajo de ánimo, la vida ha perdido un gran referente de lo que son los valores que deberían transmitirse entre generaciones para conseguir que la humanidad fuese cada vez más humana. Encarnita, así llamada por las legiones de adeptos que siempre tuvo, no era una profesora al uso, ni tan siquiera de música o de artes escénicas… era una Señora, una Dama, una impresionante referencia de vida que enamoraba con solo mirar a los ojos a cualquiera. No sabía hacerlo de otra manera. Y si abría la boca, entonces se convertía en droga para el alma, el espíritu o la vida de quienes hasta ella se acercaban. Sensible, inteligente, audaz, trabajadora, responsable, humana, … Cada conversación con ella era una lección de vida. Una vez jubilada, necesitaba regularmente chutarme con sus palabras, seguir vivo constatando que a pesar del paso del tiempo sus sonrisas y sentido del humor seguían aguerridas en su personalidad; confirmar con ilusión que aún era muchísimo el camino que me quedaba por recorrer para simplemente aspirar a, en el mejor de los casos, ser la sombra de lo que ella representaba. Sus palabras, siempre motivadoras y cargadas de vitalidad y energía, eran un permanente estímulo para quienes la quisimos y admiramos. Desaparecida físicamente, su recuerdo perdurará unido a las vivencias que a cada cual tuvo con ella. Cuando hace muchos años, y en virtud de las responsabilidades que en diversos momentos desempeñó, me pidió —yo le decía que me sobrevaloraba con sus propuestas— que le echase una mano para ocupar yo tal o cual responsabilidad, jamás dudé en aceptar. ¡Era tanto lo que ella me había dado! Tristemente, en nuestra última conversación de hace un par de semanas, con una agilidad mental que ya quisiera yo para mí alguna vez, se mostró ilusionada con un proyecto que le plantee y que ya no podrá disfrutar. Hoy, su recuerdo me empuja a seguir incluso con más bríos. Por haber estado en mi vida, por todo, gracias de corazón, Encarnita.
 

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