Ángel de la guarda

Leo Cortijo
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Francisco Javier Tébar, enfermero de Atención Primaria

Ángel de la guarda

Primero llegó la fiebre, después una tos persistente y al poco tiempo el dolor muscular era ya generalizado. Se daba el grito de alerta. El presidente del Gobierno declaraba el estado de alarma, el país se confinaba y Paco presentaba los síntomas propios de un virus con corona que por entonces comenzaba a arrasar todo lo que encontraba a su paso. Herido en combate tras pelear con uñas y dientes, tuvo que dejar el frente de batalla para aislarse en casa. Así comenzó otra guerra particular, una que estiró hasta lo inaguantable su capacidad de resiliencia.

«Mi mujer también es enfermera y siguió trabajando en turnos de 12 horas», explica. En esa situación y junto a dos hijos de seis y diez años, tuvieron que capear el temporal cuando éste sacudía con más violencia. El panorama era muy complejo, y es que «tu vida se convierte en un minuto a minuto, asumes cada mínima tarea como si fuese un mundo». Entre tanto y por si fuera poco, Paco recibió otra mala noticia. Su padre, al borde de los 90 años, gran dependiente y en una residencia, también había caído presa del bicho. «No le pude ver, tanto él como yo estábamos aislados, y por teléfono me iban diciendo cómo iba evolucionando».

En una situación así, es lógico que la «angustia» sea el sentimiento predominante. A ella se unió otra mala compañera de viaje, la «incertidumbre» que siempre genera enfrentarse a «algo nuevo». Y en esa coctelera en la que el «miedo» también asoma, aparece «la impotencia de no poder trabajar junto a tus compañeros ni ayudar a tu familia».

Has aguantado una semana y los síntomas no solo no remiten, sino que van a más. Paco cree que ha llegado la hora de mover ficha, de no seguir esperando a base de paracetamol. Como un ángel de la guarda, llama a su compañera en el centro de salud, también con síntomas: «Pilar, no podemos seguir viéndolas venir, vamos al hospital porque esto pinta mal» (Gracias eternas, Paco). El enfermero no erró. Las pruebas revelaron que ambos presentaban neumonía en distinto grado. Quién sabe lo que podría haber pasado si Paco no hubiera dado el paso... Si por miedo a no saturar unos hospitales ya de por sí saturados hubiera sido tarde la próxima vez. No habrían sido los únicos que, por esperar, hallan un trágico destino.

«Ese domingo 29 de marzo volvimos a nacer», comenta convencido. Siguió el aislamiento, pero cambió el tratamiento. El hasta entonces estéril paracetamol se sustituyó por un cóctel de antibióticos, antivirales, anticoagulantes, corticoides... Una legión de medicamentos para destronar a un virus que acabó claudicando. Sin embargo, hay guerras en las que siempre se quedan los mejores. «Es el precio altísimo que tenemos que pagar», apunta Paco. Su padre no logró vencer al enemigo. Su avanzada edad y su estado de salud no jugaban a su favor. Pero aún así, «todavía no era su hora». Eso ha sido «lo más duro y triste de todo, no poder estar con él en su recta final ni despedirlo como se merecía». Pero como el bravo, había que crecerse en el castigo y sacar fuerzas de flaqueza. Su motivación siempre fue pensar en su familia y volver de nuevo al frente para ayudar a sus compañeros de filas.

Ahora, cuando parece que lo peor ya ha pasado, «la angustia inicial regresa otra vez al ver ciertos comportamientos incívicos de algunos», que invitan a pensar en posibles rebrotes. Por eso pide «precaución y solidaridad». Que los aplausos que «tanta fuerza» les han dando durante todos estos días se transformen ahora en distanciamiento social y uso generalizado de mascarillas.

«Esto nos ha golpeado como sociedad y como especie, soy de los que quiere creer que aprenderemos algo», recalca, «sobre todo a valorar cosas que antes obviábamos». Por esa razón, añade, «sería muy triste y diría poco de nosotros como sociedad si volvemos a caer una vez que ya sabemos las duras consecuencias que tiene». «Hemos ganado una pequeña batalla que ha costado sangre, sudor y lágrimas, pero todavía no podemos levantar la bandera de la victoria final». Dicho queda. Palabra de un guerrero herido en combate. Palabra de un ángel de la guarda.