«Los días en la UCI fueron criminales»

Leo Cortijo
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Ver la sonrisa de sus cuatro nietos le da la vida. Esos pequeños momentos que para muchos pasan inadvertidos, cobran ahora para Vicenta un significado especial. A sus 69 años, es consciente de que la vida le ha dado una «segunda oportunidad»

«Los días en la UCI fueron criminales»

Ver la sonrisa de sus cuatro nietos le da la vida. Esos pequeños momentos que para muchos pasan inadvertidos, cobran ahora para Vicenta un significado especial. A sus 69 años, es consciente de que la vida le ha dado una «segunda oportunidad». Lo que esta casasimarreña y su familia pasaron durante la primera ola no se lo desea a nadie. A todos les afectó de una forma o de otra. La tristeza, la angustia y la desesperación son las pesadas piedras de un camino que su madre no terminó de recorrer. El coronavirus acabó con ella. Retrocedemos siete meses en el tiempo y revivimos su historia. Vicenta, al menos, puede contarlo.

¿Cómo empieza la pesadilla que vivió por culpa del coronavirus?

Mi madre estaba en la residencia de mayores del pueblo. Su estado de salud empezó a empeorar a consecuencia del virus y nos dijeron que había que llevarla al hospital. No sabemos cómo lo cogió... Ingresó el 12 de marzo, cinco días después le dieron el alta, volvió al pueblo y el 24 se murió. Desde que volvió a la residencia ya no la vi más porque ya no nos dejaron entrar a visitarla. Nos llamaron y nos dijeron que había muerto, sin más.

¿Cómo puede uno despedirse de un ser querido de esa manera?

Yo no me pude despedir de ella. No hubo velatorio ni nada; desde la residencia, directa al cementerio. Se murió por la mañana y a las cinco estaba enterrada. Al entierro solo pudo ir el cura, mi hermano y mi cuñada. Nadie más. Aunque solo tuve fiebre un día, yo ya estaba mal y no pude salir de mi casa. Tenía mucha tos y estaba devolviendo... Creía que era un resfriado como cualquier otro y que se me pasaría. De hecho, mandé a mi marido a que me trajese un jarabe de la farmacia. De repente un día me caí redonda en la habitación y ya no me enteré de nada. Eso fue dos días después de fallecer mi madre. Ahí es cuando me ingresaron de urgencia en el hospital.

Qué tristeza y qué impotencia pasar por algo tan trágico y tan duro de esa manera...

Esto ha sido una desgracia, pero de las gordas... En mis 69 años no he vivido peores días que esos. Mi madre tenía muchos años, 94, pero ni ella ni todos los que han pasado por esto merecían una despedida así, solos, como si fueran perros.

¿Qué sucede a partir de su ingreso en el hospital?

Me desmayo, llaman a la ambulancia y me trasladan. No me enteré absolutamente de nada. Desperté ya en el hospital, en observación. Un sanitario me preguntó si sabía dónde estaba y le dije que sí, que había estado allí con mi madre hace algunos días. A los pocos minutos empecé a notar asfixia, di la voz de alarma y rápidamente me llevaron a la UCI. No llegaron a intubarme porque me puse nerviosa y les dije que creía que no podía soportar eso. Entonces me pusieron una máscara muy grande que me aportaba oxígeno. Allí estuve ingresada cinco días, luego me trasladaron a planta y estuve otros 19 más en una habitación con dos personas.

¿Cómo es estar ingresada en una Unidad de Cuidados Intensivos?

Los días en la UCI fueron criminales. No te podías mover para nada, ni siquiera podía rascarme si me picaba la cara por todo lo que tenía puesto encima. Estaba llena de cables. Me acuerdo que la boca la tenía totalmente seca. De hecho, en el cielo de la boca tenía hasta costras. Poco a poco, con una gasa y un par de dedos, una enfermera me dio agua mojándome los labios. Bueno, bueno... una sensación muy desagradable. Esos días fueron los peores. El ruido de las máquinas era para volverte loca. ¿Sabes de quién me acordaba? De la gente que secuestran, todo el día y toda la noche viendo un punto de luz artificial... No veía ventanas ni la luz del día.

Durante su estancia en el hospital no pudo ver a sus familiares. ¿Hablaba con ellos?
No, no los vi en ningún momento. Allí no podía ir nadie. Una vez ya en planta hablaba con ellos por teléfono. Me llamaban mis dos hijos y mi marido por separado y les tuve que decir que me llamara uno solo porque me fatigaba. No podía hablar con los tres, pues además seguía con el oxígeno puesto. Aunque estuviese así, ya notaba que estaba algo mejor, la verdad.

Para una madre no debe ser fácil decirle a un hijo que no le llame...

¡Uf! Eso es durísimo. Ellos me trasladaban que estaban muy preocupados, como es normal. Mis hijos no podían moverse de Madrid, la impotencia era increíble. Mi marido en el pueblo lo pasó muy mal porque estaba solo. Cuando llegaban las ocho de la tarde y salían al aplauso y las vecinas le preguntaban, no podía contestar... se le cortaba la voz. ¡Qué mal lo pasó! Lo pasó casi peor que yo... No creo que lo vayamos a pasar peor ya en la vida.

¿Cómo nota que mejora y cuándo le dan el alta para volver a casa?

Fiebre no tenía ninguna, la tos me desapareció por completo, la tensión la tenía fenomenal... Notaba que mejoraba en que la mascarilla del oxígeno era cada vez más pequeña. Me quitaron todos los aparatos y estuve dos días sin nada hasta que me dieron el alta. He de decir que fue increíble cómo los sanitarios se portaron conmigo. No tengo palabras de agradecimiento para mostrarles todo lo que siento. Era una atención constante las 24 horas del día.

El día que salió por la puerta del hospital imagino que vio la luz, además en el sentido literal de la expresión...

¡Uf! Cuando llegué al pueblo las vecinas me tenían preparada una pancarta en la puerta de casa. «Bienvenida al barrio», ponía. Me quedé en shock, como atontada, no sabía si reír o llorar. Todas dándome aplausos en la puerta de sus casas... El de la ambulancia, que venía vestido como un astronauta, me dijo: «¡Vaya recibimiento que ha tenido usted, señora!».

¿Cómo fue el reencuentro con su marido cuando llegó a casa?

Bueno, bueno... (se emociona). Alucinante. 

¿Qué tuvo que hacer cuando llegó?

Tuve que estar otros 15 días en aislamiento. Cuando me dieron el alta no me dijeron más, la verdad. De hecho, hasta el día de hoy no me han hecho ninguna prueba. Cuando terminaron esas dos semanas de aislamiento le pregunté al médico de cabecera que qué vida tenía que llevar, porque nadie me decía nada, y me dijo que si habían pasado esos días, que hiciera vida normal. Entonces no había test. Hasta el médico me dijo que no les habían hecho pruebas ni a ellos... Empecé a limpiar habitación por habitación y todo de arriba abajo. Vino hasta una máquina de ozono del Ayuntamiento a limpiar la casa.

¿Su marido nunca tuvo síntomas?

Sí. Lo pasó en mi casa sin la gravedad que yo tuve. Él solo perdió el sentido del gusto y el olfato, pero no tuvo nada grave. De hecho, cuando a mí me trasladaron al hospital en la ambulancia se vino, le hicieron placas y vieron que no estaba para ingresar, así que se volvió. Ahí, por cierto, vivimos un caos desesperante. A nuestros hijos les avisaron de que a sus padres se los había llevado una ambulancia al hospital. Fue criminal lo que pasaron... Las tres de la madrugada y sin dar con nosotros. Sin tener señales de vida. Llamaban al hospital y les decían que su madre había quedado ingresada. Les pedían que nos buscaran, pero hasta que nos localizaron... menudos momentos de desesperación.

Una vez que terminó el confinamiento, ¿cómo fue volver a reencontrarse con ellos?

Fuimos nosotros a Madrid en mayo y nada más vernos nos dimos un abrazo (se vuelve a emocionar). Nos reencontramos con ellos y con nuestros cuatro nietos. Llevaba sin verlos desde febrero, porque vinieron para carnaval. Mi hijo me dio un abrazo que no me soltaba... Lo pasaron muy mal. Sufrí más por ellos que por mí.

¿Cómo se encuentra ahora? ¿Tiene todavía algún síntoma?

Me encuentro bien. No noto nada especial. Lo único es que al mes de salir, más o menos, se me empezó a caer el pelo a manojos. Pensaba que me quedaba calva... Me mandaron unas pastillas y es cierto que me ha vuelto a salir. Noto que cuando subo escaleras me fatigo un poco, pero como dicen mis hijos, es más ya por la edad (risas). Hago vida normal al cien por cien.

Vicenta, en los momentos más difíciles, ¿llegó a pensar en lo peor?

No, para nada. Es cierto que el día que me desmayé y me llevaron al hospital, mi marido dice que iba totalmente grogui y que si me hubiese muerto, no me habría enterado. Cuando estaba en la UCI no llegué a pensar eso en ningún momento. Como tampoco pensé que iba a coger esta enfermedad ni que me iba a llevar tan al límite este bicharraco.

A los que vemos un día sí y otro también incumpliendo las normas, ¿qué les diría?

Yo no les ponía multas... Yo los tenía un mes o dos en un hospital ayudando a los sanitarios haciendo lo que pudieran, aunque fuera cambiando pañales o haciendo camas. Sin ganar nada, como si fuese un servicio a la comunidad. No se dan cuenta de que no son solos ellos, sino que en casa pueden contagiar a sus seres queridos y éstos, a su vez, a otras personas, y así no paramos la rueda. Por eso estamos como estamos. 

¿Nota que la vida le ha dado una segunda oportunidad?

Sí, claro que sí. Al menos yo lo puedo contar. Lo de mi madre fue una pena terrible, pero era ley de vida con 94 años, aunque haya sido todo tan desgraciado. Ver la sonrisa de mis nietos es la mayor alegría que tengo después de lo que hemos pasado.