La que queda por hacer

Leo Cortijo
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Jesús, también conocido como 'El Fotero', lleva casi toda la vida pegado a una cámara de fotos y atesora más de 100.000 negativos, pero aún así aguarda expectante porque todavía no ha hecho su mejor fotografía.

La que queda por hacer - Foto: Lola Pineda

A Jesús muchos le conocen por su seudónimo, El Fotero. Ese con el que firma buena parte de sus obras y cuya génesis se asienta en una bonita historia. Corría el año 1976 y este taranconero residía entonces en Madrid. En el Corte Inglés de Princesa había una pequeña tienda de fotografía con ese nombre, en la que compraba todo el material que necesitaba. Un día decidió cambiar de equipo y adquirió una Olympus OM-1, una de las mejores cámaras del mercado. El precio, en aquel contexto, era para echarse las manos a la cabeza: 33.000 pesetas. No podía pagar esa cantidad a tocateja y el dueño de El Fotero le brindó la financiación más asequible de la historia: «Me dijo que le fuera dando 1.000 pesetas cada mes», comenta Jesús, que por entonces apenas contaba con 20 primaveras. Sin intereses ni documentos de por medio. Eran otros tiempos. La palabra valía más que cualquier papel firmado. Como debe ser.

Aunque a raíz de ese momento es cuando más emergió la pasión de Jesús por la fotografía, ya que llegó incluso a montar un cuarto oscuro en su casa para revelar en blanco y negro, esta «afición» es algo que le encanta desde niño. Recuerda que antiguamente había fotógrafos que recorrían las ferias de los pueblos con sus cámaras de fuelle a cuestas para inmortalizar retratos a cambio de un par de pesetas. «Eso me llamó la atención y siempre pensé que algún día yo haría esas cosas», comenta.

Jesús es un enamorado de los métodos clásicos de la fotografía. Oscuridad absoluta. Rollos de película. Papel. Revelador, detenedor y fijador. La magia del revelado, el «ver cómo va apareciendo poco a poco una imagen en un papel en blanco». «Es lo que terminó de cautivarme», dice con cierto romanticismo. Ahora bien, la llegada de la era digital a esta disciplina artística lo cambió todo. Aunque ofrece un sinfín de ventajas, es cierto, «se pierde la esencia de la fotografía».

Pese a ello, esta posibilidad es la que en los últimos años le ha permitido dedicar más horas a este «hobby». Ahora, ya jubilado, suele salir algunos días a hacer fotografías a primera hora de la mañana, entre siete y media y once. Por la noche las revela «digitalmente». Le apasiona, sobre todo, inmortalizar paisajes y la macrofotografía. Y, en menor medida, la fotografía callejera y el retrato.

Desde 2015 rige las riendas de la Asociación de Fotógrafos de Cuenca (Afocu), un colectivo que impulsó «junto a unos cuantos amigos» para agrupar a todos aquellos apasionados del diafragma, el objetivo y el obturador. Ya son 110 socios y con bastante frecuencia suelen organizar cursos, charlas, excursiones y exposiciones. La idea es no parar de generar actividades en torno a la afición que les une.

Más allá de la creatividad que siempre intenta imprimir a sus fotos, Jesús encuentra la satisfacción en hacer algo que le gusta y poder «enseñarlo al mundo» a través de las redes sociales o de una muestra, por ejemplo. Así, como resultado de este fructífero periplo, puede tener archivados más de 100.000 negativos. Pero de todos ellos, cuando se le pregunta por el asunto, siempre responde que la mejor fotografía es «la última» que ha hecho. Una respuesta que, añade de inmediato, tiene una mejorada segunda parte: «La mejor fotografía es la que todavía queda por hacer». Pues que sean muchas, Jesús.