Memorias de un 'topo'

Amanda Rubio (EFE)
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Antonio de la Torre protagoniza 'La trinchera infinita', una película que cuenta la historia de Higinio, un republicano que pasó más de 30 años escondido en un agujero en su casa

"El fantasma del odio está siempre presente, como vemos con determinadas opciones políticas", señala Antonio de la Torre en una reciente entrevista con motivo del estreno en el mercado doméstico de La trinchera infinita. 

En la cinta de los directores vascos de Handia y Loreak, Jon Garaño, Josemari Goenaga y Aitor Arregi, el malagueño da vida a Higinio, un republicano andaluz que acaba de casarse con Rosa (Belén Cuesta) cuando estalla la Guerra Civil y se esconde en un agujero cavado en su propia casa. Pero cuando Franco gana la guerra, el miedo a la represalia le condena a un encierro de más 30 años.

Así, se convierte en lo que posteriormente se conocieron como topos, una situación claustrofóbica compleja para el actor, que cree que, como en el mito de la caverna de Platón, "solo nos hacemos una idea que se acerca a lo que pudo ser aquello, que debió ser un infierno".

"El gran acierto de La trinchera infinita es que a nivel narrativo y visual se plantea poner al espectador en el mismo lugar que a Higinio y le convierte en un topo", destaca el intérprete, a través de cuya visión se filtra toda la historia y en muchas de las escenas son solo sus ojos asustados los que informan sobre lo que sucede.

A De la Torre, un todoterreno del cine español, el papel le ha llegado en un punto "clave" de su vida porque puede colar como joven en la primera parte de la película y luego narrar 33 años de su vida, algo que le ha llegado cuando puede "asumir el arco del personaje con credibilidad".

Es precisamente esta búsqueda de la credibilidad "la regla número uno de un proyecto" para el ganador del Goya a mejor actor por Azuloscurocasinegro (2006) y El reino (2007), y por eso se informó en profundidad sobre cómo era la vida en un pueblo andaluz de los años 40, el acento, las expresiones o las costumbres.

"A toro pasado, me doy cuenta que la película me ha reconectado mucho con mis antepasados, uno va teniendo una edad y no me quedan antepasados y gracias a este trabajo he recordado cómo hablaba mi madre, mi abuelo", asegura con cierta nostalgia el actor.

Para sus directores, que se alzaron con la Concha de Plata del Festival de San Sebastián por esta cinta en su última edición, es «curiosa» la actualidad que cobró la cinta al estrenarse en cines apenas unos días después de que la exhumación de Franco reabriera las heridas.

"El propio título alude al encierro prolongado del protagonista y a que el conflicto no ha acabado", explica Goenaga, que cree que eso es algo "inherente a la condición humana", y considera un error "intentar cerrar las cosas de golpe" en lugar de asumir que "hay, hubo y habrá conflictos".

De hecho, cuenta Arregi que en la concepción de la cinta "el debate sobre el franquismo no estaba tan en la palestra", pero a medida que avanzaba el proyecto "cobraba un sentido actual" y creaba "vasos comunicantes" entre el presente y el pasado.

Aunque la Guerra Civil y la posguerra son el contexto, la película es una alegoría sobre el miedo y "cómo se transforma y se convierte en algo que te encadena y no te deja ser tú mismo", según Garaño.