Semana Santa: espejo social

Pablo Cortijo
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Frente a ese grupo reducido que antepone lo personal a lo colectivo, aparecen esos nazarenos que trabajan por y para la Semana de Pasión, de forma silenciosa y altruista, para devolverle el brillo que otros se empeñan en quitar

Semana Santa: espejo social - Foto: Reyes Martí­nez

Cuenca es Semana Santa. Fiesta y tradición que mantiene en vilo a los conquenses. Ocho días en los que la ciudad se tiñe y se transforma. De la salida triunfal de Jesús a lomos de una borriquilla hasta su Resurrección, pasando por el Perdón, el Silencio y el Calvario... Con la Procesión del Encuentro se calman los ánimos de tantos nazarenos que conformamos la Pasión conquense. 

Se acaban las procesiones, pero no ese ente que se mantiene en la ciudad, como el río Júcar, durante el resto del año. Ese carácter semanasantero, impronta que desde la más inocente de las edades entra para quedarse en cada uno de los nazarenos de Cuenca.

Desde el mismo momento que se cuelgan las túnicas para guardarlas, el conquense sigue pensando en Semana Santa y, por eso, se mantiene viva todo el año. No hay conversación, aunque en verano nos encontremos, que no sea Semana Santa. Periódicos locales dedican una sección todas las semanas del año, juntas de subasta, cultos de las hermandades, procesiones extraordinarias, reposteros que no se descuelgan de los balcones… Todo el año es Semana Santa en Cuenca. Incluso en Navidad. Mientras se celebra el Nacimiento de Jesús, ya se está pensando en su Pasión, Muerte y Resurrección. Porque en Cuenca siempre es Semana Santa. 

De sobra es sabido que, como organismo vivo, nuestra fiesta se va acomodando a los devenires de los abriles, pero nunca sin perder esa esencia que la define. No es un fósil, pues se ha adaptado a cualquier circunstancia económica, social y política… Incluso floreció, creció y mejoró en el paréntesis negro que vivieron los españoles en los anteriores años 30. Incluso a pesar de los gurús que siempre han intentado acabar con ella. 

Pero frente a éstos, emana el nazareno conquense de casta y coraje (nótese el sarcasmo), tratado casi como un héroe (o eso se piensa él). Capaz de convertir una fiesta religiosa en una afición. Esos que viven la Semana Santa para combatir su aburrimiento o para intentar desmarcarse socialmente… Aunque rocen el ridículo. Esos que necesitan demostrar que consumen Semana Santa todos los días del año. Pues podemos ponerle nombre y crear un nuevo personaje en Cuenca: el Súper Nazareno… o el Friki del Capuz.

Mensaje verdadero. Tonos jocosos aparte y siendo breves, éstos se identifican rápidamente porque son los que viven la Semana Santa para convertirla en su eje existencial y, preferiblemente, que ocupe todo su calendario, más allá del mensaje verdadero que nos trae cada primavera. Antes de meternos más en materia, es importante recalcar que una cosa es trabajar por y para la Semana Santa cualquier día del año, casi siempre desde la sombra, y otra muy diferente es querer hacer ver a los demás que se está a la vanguardia de la fiesta local… Pero lo único que se consigue así es fatigar de Semana Santa a los demás, a los conquenses que la vivan de un modo menos intenso. 

Y es que la Semana Santa también sufre de estos males. Sí es cierto que la llegada de la Cuaresma hace despertar en otros tantos ese espíritu semanasantero que mencionábamos, guardado en el baúl del olvido aquel Domingo de Pascua. Entre conciertos de marchas organizados por las hermandades; triduos, quinarios y novenas; traslados de imágenes y andas… Renace entre estos peculiares nazarenos un afán por aparecer, y hacerse ver, en todo lo que tenga que ver con la Semana Santa. Y ni hablar de ‘su’ Cristo, ‘su’ Virgen o, incluso, ‘su’ paso. 

Se ponen la máscara del fiel y devoto escudero y blindan todo aquello que esté sobre unas andas. A veces, muchas, sin conocer la historia de su hermandad. Y quien dice historia, dice el arte y patrimonio de la misma. Los mismos que no ven las procesiones, sino que necesitan consumirlas, preferiblemente sentados y con WhatsApp e Instagram abiertos para demostrar a sus iguales que estaban allí. Se ha perdido el recato y recogimiento de los orígenes en pos de alimentar a ese nazareno de casta y coraje que se oculta detrás de un smartphone.   

También es una característica peculiar de este personaje conquense, digno de estudio, el pertenecer al mayor número posible de hermandades. Que no seamos nosotros quienes pongamos en duda la devoción a una imagen, pero de ahí a participar en todas las procesiones –un total de 10 entre el Domingo de Ramos y Domingo de Resurrecciónresulta un tanto difícil de entender. Más que nada por el desgaste físico. Pero aquí entra en juego otro valor y es el de ponerse la túnica y entrar y salir de la procesión tantas veces como sea necesario para que los espectadores los vean, sobre todo bajo el personaje del bancero, tan bien pagado en nuestra ciudad... 

Otros son los que posan delante de la Sagrada Imagen con cara de circunstancia, pero siempre a sabiendas que tienen un fotógrafo cerca y con la única intención de que los retraten. Así, podrán seguir decorando los pasillos de su casa, como si del Prado se tratase, con fotografías que evidencian un narcisismo acuciante, en detrimento de aquella que va encima de las andas. La única que debería tener protagonismo en esa instantánea. 

Es interesante ver cómo una hermandad esté realizando su Estación de Penitencia y, alejado de ella, se vea a un ‘hermano’ (seguramente acompañado por sus iguales), con la túnica bien limpia y planchada. Pero en la mano, en vez de una tulipa, portan un vaso de elixir conquense... Y, a ser posible, prefieren dejar fotografiada la ‘heroica’ hazaña de abandonar el desfile para alimentar su ego con los likes que en breves recibirá en esa vida virtual de las redes. Evidentemente, así es muy fácil aguantar tantas procesiones como te echen. 

A fin de cuentas, en una sociedad que se diferencia por el dominio de filtros y hashtags, no deja de ser una mera alusión indirecta de los inicios de la propia fiesta de la Semana Santa: el siglo XVII, es decir, un trampantojo barroco aplicado a la popularidad del siglo XXI. El espejo roto donde se refleja, sin suerte, la Semana Santa de Cuenca. Pues este recurso pictórico no tiene otra finalidad que la ilusión óptica para engañar haciendo ver lo que no es.

Pero no hemos venido a dedicar buenas palabras a quienes, quizás, empañen el espejo de la Semana Santa de Cuenca. Ni mucho menos. Sino a demostrar que nuestra ciudad y su fiesta mayor son capaces de mucho más que eso. Si juntas superaron el odio de años pretéritos, transformado en piras incendiarias que redujeron a cenizas nuestro museo procesional, provocadas intencionadamente por aquellos que se refugiaban bajo la bandera de la libertad –o eso decían ellos–, ¿cómo no van a saber plantarse ante este espécimen que enarbola el brazo con la única intención de dejar ver que las pulseras de hermandades le llegan hasta el codo?

Adaptarse a los tiempos. La Pasión conquense es más que eso. Porque, a fin de cuentas, este espejo es tan caduco como todos los anteriores que ha ido sorteando la Semana Santa, siempre mirando hacia adelante y adaptándose a aquellos reflejos que estén por venir. Para empezar, de nuevo, con el Hosanna, seguir con el Perdón, el Silencio y el Calvario… Por los siglos de los siglos, como ha hecho hasta ahora.

Frente a este personaje, aparecen, como la diosa Némesis (justicia, solidaridad y equilibrio), todos esos nazarenos y conquenses que trabajan por y para la Semana Santa, de forma silenciosa y altruista. Para devolverle el brillo que otros le quitan. El siguiente ejemplo de buen hacer, sin ir más lejos, está en esa Banda de la Junta de Cofradías o la Banda Municipal de Cuenca, que no dejan de ensayar para darle sonido a nuestras procesiones; o en aquellos que investigamos la historia de la Semana Santa, los que la acercan a los ciudadanos en periódicos, fotografías, carteles, pinturas o esculturas… Los que organizan eventos solidarios en aras de favorecer a quienes lo necesitan; o esas hermandades que sufragan o apoyan económicamente al Seminario.

La Semana Santa, a fin de cuentas, tiene que ser la barca en la que todos rememos en la misma dirección. Tenemos un contexto Patrimonio de la Humanidad, donde celebramos una Fiesta de Interés Turístico Internacional. Y tenemos que conseguir juntos –con el propósito personal de quien firma– la intención de declararla Patrimonio Cultural Inmaterial.