"Cuenca me ha permitido conocer otra realidad de la Iglesia"

I.M.
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Este jueves se cumplirán 15 años de la toma de posesión de José María Yanguas (Alberite/La Rioja, 1947) como obispo de la Diócesis de la mano del entonces Arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares.

José María Yanguas. - Foto: Reyes Martínez

Este jueves se cumplirán 15 años de la toma de posesión de José María Yanguas (Alberite/La Rioja, 1947) como obispo de la Diócesis de  Cuenca de la mano del entonces Arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares. De cómo ha sido  este paso de los años o  de cómo está la Iglesia conquense hemos hablado con el obispo en esta entrevista, pero también de vocaciones, del Papa Francisco y de la  Covid-19 y sus consecuencias empezando por la suspensión por segunda vez de las procesiones de Semana Santa.  

Un 25 de febrero del 2006 usted tomaba posesión como obispo de la Diócesis de Cuenca.  ¿Cómo ha sido este tiempo para José María Yanguas pues desde aquel entonces han pasado 15 años?

La primera palabra que me viene a los labios como respuesta es intensos. Han sido 15  años vividos intensamente, con dedicación y entrega. Y la primera sensación  que los resume es la de un tiempo que ha pasado rápidamente.

¿De esos años, no obstante, qué destacaría tanto en lo positivo como  en lo negativo?

Estos 15 años en Cuenca me han permitido conocer la realidad de la Iglesia desde una perspectiva nueva. Los 17 años anteriores pasados en Roma, en la Santa Sede y  al servicio del Papa, me permitieron contemplar el misterio de la Iglesia en su estupenda catolicidad, en su unidad y riquísima variedad. En cambio, estos años en Cuenca me han permitido contemplar la misma Iglesia universal pero realizada en una Iglesia particular y en una diócesis  con una vida propia, con características bien definidas, afincada en un territorio y arraigada en personas con un modo de ser bien definido.

¿Qué ha supuesto para el obispado y para la misión pastoral que desde el año 2006 Cuenca esté menos habitada?

No es el momento ni disponemos de tiempo para hacer un estudio socio-religioso de estos 15 últimos años en la vida de la Diócesis. De todos modos, pienso que el fenómeno de la despoblación  y que, por desgracia, no parece haber tocado fondo, requiere  un empeño común,  ajeno a partidismos estériles, para encontrar vías eficaces de solución.  Los núcleos habitados ven disminuir su población y aumentar su envejecimiento  y son muchos los que no cuentan con ningún joven y tampoco con familias con niños. La vitalidad de muchas comunidades cristianas se ve lastrada por este fenómeno que hace que la actividad pastoral sea casi exclusivamente de mantenimiento. Una tarea que hay que llevar a cabo con ánimo, entrega, espíritu de servicio y cariño humano y sobrenatural por las personas que habitan nuestros pueblos y  que, en muchos casos, no alcanzan, ni de lejos, los cien habitantes. Esta realidad, marco de la actividad pastoral diocesana, desde luego plantea nuevos problemas de difícil solución, comenzando por el de la atención a las zonas que más sufren la despoblación.

¿Cree que la Iglesia ha perdido fieles últimamente? 

La respuesta requeriría primero aclarar el significado de la palabra fieles. Todo el mundo pensará que conoce su exacto significado, pero no estoy seguro de que así sea. Si por fiel se entiende sin más aquel que aparece registrado en el libo de Bautismos, es claro que, desgraciadamente, ha disminuido el número de los bautizados. No es infrecuente que padres que se consideran cristianos ya no bauticen a sus hijos. Pero cuando decimos fiel entendemos aquella persona que cree en Jesucristo y se esfuerza por seguir sus pasos y vivir como él, entonces no pienso que el número de los fieles haya disminuido. 

¿Cómo están las vocaciones? ¿Cómo se reparte la provincia en cuanto a los sacerdotes? 

En cuanto al número de las vocaciones, estamos un tanto escasos en números absolutos, aunque frente a las demás diócesis la situación es bastante buena como para asegurar cierto relevo generacional. En estos momentos contamos con 10 seminaristas mayores.  Es cierto que hemos de olvidarnos de situaciones anteriores en que muchos pueblos podía beneficiarse de la presencia estable del sacerdote. Hoy esto no es posible y un mismo sacerdote debe ocuparse de la cura pastoral de varios núcleos de población. La Diócesis cuenta con 130 sacerdotes en activo para una población de algo menos de 178.000 católicos, repartidos en 326 parroquias (algunas con un número verdaderamente exiguo de fieles). Los números no son dramáticos, pero todo el pueblo cristiano debe orar perseverantemente al Señor para que no nos falten vocaciones al sacerdocio.

¿Sobre el patrimonio eclesiástico  que podría decirnos? ¿Cómo está?

El cuidado del patrimonio es una de las preocupaciones constantes en el gobierno de muchas diócesis españolas, por la abundancia y riqueza del mismo.  El patrimonio es motivo de continua atención, aunque la que necesita es siempre más de la que se le puede dar. A la hora de elaborar los presupuestos de cada año, el capítulo de gastos correspondiente a patrimonio es muy elevado y resulta complicado atender de manera equilibrada a todas las necesidades, espirituales y materiales.  A lo largo de estos 15  años, la colaboración de la  Diputación y de muchos alcaldes en el cuidado del patrimonio religioso ha sido muy positiva, sin que haya importado el  ‘color’ político, por así decirlo, de quien estuviera  a su frente. Por ello, aprovecho esta circunstancia para agradecer a los diversos presidentes que he conocido al frente de la Diputación su sensibilidad para con el cuidado del patrimonio religioso, casi el único con el que cuentan muchos de nuestros pueblos especialmente, por otra parte,  los más pequeños. 

Al margen de lo anterior, ¿ cómo se va a celebra la Semana Santa de nuevo sin procesiones?  

La celebración litúrgica no variará con respecto a otros años, aunque la limitación en el aforo de los templos y las medidas sanitarias vigentes, si no cambian, condicionarán la presencia de los fieles que no podrá ser tan importante como otros años. Espero que las condiciones generales mejoren y que las autoridades adecuen de manera razonable las medidas relativas a las actividades religiosas con las de las cambiantes situaciones sanitarias, evitando las actuaciones caprichosas e irracionales, por tanto, injustas e irrespetuosas, si no decididamente contrarias, con un derecho fundamental como es el de culto.

¿Cómo se lleva el coronavirus a nivel eclesiástico? 

El coronavirus se ha cobrado sus víctimas también entre los sacerdotes y también se han sufrido sus consecuencias en alguno de los conventos de la Diócesis. Han muerto ocho sacerdotes a causa probablemente de la pandemia. Se trata en su mayor parte de personas con más de ochenta años. Permítame que me sirva de este medio para agradecer de manera particular a los sacerdotes en general y en particular a los capellanes del Hospital,  la dedicación de la que han hecho gala en estos meses, de su espíritu de iniciativa, de su cercanía a los enfermos y a sus familiares y de la compañía que han prestado en momentos difíciles, como han sido los entierros de muchos fieles, en los que se han encontrado solos con los empleados de los servicios funerarios.

¿Se ve el horizonte de la vacuna? 

Ignoro por completo como se desarrollarán las cosas en los próximos meses. Espero que la vacuna sea el freno que todos deseamos para la pandemia. Espero que todos podamos recibir pronto las dosis adecuadas y nos veamos libres del virus en breve. Todas las llamadas de atención a la prudencia y la vigilancia son pocas. Una y otra son exigencia de un mínimo sentido de responsabilidad y representan un verdadero deber moral.

  

¿Qué consuelo daría a los conquenses en estos tiempos de pandemia? 

En estos momentos necesitamos un mensaje de esperanza que nos dé algo de la seguridad que nos falta. Los científicos nos dan razones para que esperemos el resultado de su ciencia. Los cristianos sabemos, además, que, junto a las esperanzas humanas, está aquella otra que tiene su fundamento en Dios. La esperanza como virtud sobrenatural es un don del Dios que nos ama, aunque en estos momentos nos resulte más difícil aceptarlo.  Siempre podemos decir  que «si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?». Esa certeza es nuestra seguridad. 

 

Ya para terminar, ¿qué ha conllevado  para la Iglesia  la llegada del Papa Francisco?

Cada Pontífice marca con una «impronta» , en parte nueva, la actividad de la Iglesia universal. Es algo natural y, a mi modo de ver, un bien para toda la Iglesia que, por su catolicidad rechaza identificarse con un molde italiano, español, polaco, alemán o argentino. Cada Papa es diferente del anterior, no sólo por sus cualidades personales, por su formación, por su historia, sino también porque es hijo de su tiempo, de una tradición eclesial y de una experiencia pastoral distinta.  El Papa viene de Argentina, una nación relativamente nueva, inserta en la realidad cultural, social, económica, eclesial de la América Latina, que aún con algunas raíces europeas, sin embargo, es algo distinta de Europa. No son iguales los problemas, ni lo son las preocupaciones e intereses. El Papa lleva consigo el modo de ser y de ver las cosas de su propia tierra. De ahí que, junto a los intereses que diríamos más específicamente religiosos, le preocupen de manera especial asuntos relativos a la justicia internacional o a las relaciones norte-sur,  entre otras.

¿Qué piensa de sus mensajes sociales o ambientales? 

Ninguno de ellos presenta una radical novedad. Continua las líneas trazadas por los Papa anteriores, particularmente desde San Juan XXIII. Lo demuestra el repetido recurso a sus enseñanzas, que pueblan los escritos de Francisco. Cuando el Papa dice, por ejemplo, que el principio del uso común de los bienes de la tierra es el primer principio de todo el ordenamiento social, que es un derecho original y prioritario y que, por tanto, los demás derechos, incluido el de la propiedad privada, no deben estorbar sino facilitar su realización, no hace sino recordar enseñanzas de San Pablo VI y  San Juan Pablo II.