Vocación maestra

Leo Cortijo
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Javier Cantero Arguisuelas

Vocación maestra - Foto: Reyes Martí­nez

Más de 30 años en la profesión le contemplan. Siempre en el epicentro de la ciudad, primero en República Argentina y ahora en Colón. Siempre bajo un sello, Javier Peluqueros, y una imagen, un mosaico en tonos morados, amarillos, grises y negros. Y siempre en boca de todos por su buen hacer. Como en cualquier otro negocio, fidelizar al público es de las empresas más difíciles a las que hacer frente. Pero Javier lo ha conseguido. Aunque, eso sí, asume que gustar siempre es «complicado» porque a veces «donde menos te esperas que puedas fallar, metes la pata... o alguien piensa que has metido la pata y se siente ofendido».

A lo largo de tres décadas de trayectoria, como en botica, ha habido de todo. Como cuando tuvo que interrumpir su única semana de vacaciones en Alicante para atender a una novia con la que se había comprometido. «Vine, la peiné y me volví a ir». Lo primero es lo primero, que diría aquel, y es que «nunca he dejado tirado a un cliente».

En el punto de partida de este largo camino se encuentra su hermana mayor, Mamen, su «primera maestra». Ella, «una gran profesional», era peluquera y comenzó a trabajar «muy joven» en un salón de la ciudad. «Yo, siendo el más pequeño de la casa, me iba con ella cuando iba a pelar a las vecinas». Y así, explica Javier, mientras Mamen peinaba él miraba con atención cómo lo hacía. «¡Por eso tengo el olor de la permanente metido en la pituitaria desde niño!».

Ella siguió su carrera como peluquera y Javier hizo una FP de electricidad. Aunque avisa: «Que no me pidan arreglar un secador... cambio una bombilla como mucho». Estaba claro, ese no era su destino. Los destornilladores los acabaría sustituyendo por las tijeras, el peine y la laca. Fue a partir de una proposición que recibió en plena ‘mili’. Su hermana, que algunos años antes le había aconsejado seguir estudiando porque este trabajo es «muy sacrificado», le preguntó si le quería acompañar en el nuevo salón que había abierto. Dicho y hecho. «En un permiso me vine y ya no me he ido». Es más, la peluquería «siempre me gustó mucho» y cuando tuvo la oportunidad de probarlo se dio cuenta de que «era lo mío». Mamen le enseñó todos los campos de la profesión, «empezando por barrer, que he barrido mucho y es por donde se empieza...», reconoce con una sonrisa en la cara. A la par que bajo el abrigo de su hermana, Javier se formó en Madrid, sobre todo, junto a César Morales.

No se plantea cuál es la clave de su éxito. Eso es algo que «deberían decir los clientes», apunta cargado de razón. Él lo intenta hacer lo mejor que puede, se forma donde mejor enseñan y bebe de las fuentes más oportunas. Y todo ello sin olvidar que atienden al público, «por lo que a parte de hacer el trabajo lo mejor que podemos, atendemos a los clientes lo mejor que sabemos». No en vano, a través de esa receta «fundamental», Javier ha conseguido una clientela tremendamente fiel, a los que él llama «de toda la vida». Hay personas a las que les ha cortado el pelo «cuando nacieron, siendo niños, en su primera comunión, en su boda y ahora se lo corto a sus hijos».

Junto a él, en Javier Peluqueros trabajan en este momento cinco personas. Llegaron a ser una decena antes de la crisis, que les obligó a «readaptarse a las circunstancias». Por ejemplo, no subiendo precios durante varios años y no redujeron un ápice el servicio ni la calidad de sus productos. Ahí está la madre del cordero. Esa palabra mágica que todos pronuncian, pero pocos ponen en práctica: calidad. Javier sí lo hace. Y lo razona: «La peluquería es tan amplia que no abarcamos todo, hay ciertas cosas en las que no hemos entrado, no porque no me parezcan oportunas, sino porque pienso que hay que hacerlas muy bien... Es preferible eso a querer tocar todos los palillos y no terminar de hacerlo». Chapó.