Personajes con historia - Vasco Núñez de Balboa

Aventurero entre aventureros (I)


Antonio Pérez Henares - 04/10/2021

Por la vida de Vasco Núñez de Balboa se cruzan y entrecruzan los nombres y leyendas de los conquistadores y aventureros que cambiaron la faz de la tierra y descubrieron al mundo lo que el urbe desconocía de sí mismo. Pizarro, Ojeda, Juan de la Cosa, Américo Vespucio, Bastidas, compartieron con él singladuras, fatigas y combates y con otros muchos tuvo trato, desde Cortés a Almagro y Bartolomé de las Casas, pasando por el gran cronista de las Indias Fernández de Oviedo, que le vio morir, y el intrigante y despiadado Pedrarias que le hizo decapitar.

Balboa fue aventurero entre los aventureros, embarcando como polizón con su famoso perro, su siempre leal Leoncico, fundador de la primera ciudad en tierra firme, Santa María de la Antigua del Darien, descubridor entre descubridores en un mundo del descubrimiento, amante de la más hermosa princesa de las indias, Anayansi, que le mostró el camino a la que sería su mayor gloria, alcanzar el Mar del Sur, ahora el gran océano Pacífico. El fue quien primero oyó hablar en sus orillas del imperio Inca, el Perú, al que pensaba dirigirse cuando fue detenido por quien luego lo conquistaría, el entonces teniente al servicio de Pedrarias, Francisco de Pizarro, de quien él había sido jefe y amigo. 

«Vos, Pizarro, no solíais recibirme así».- le dijo al ser apresado.

A lo que el ya veterano rodelero respondió: «Mi capitán, yo solo cumplo órdenes».

Un tiempo en el que el mundo se descubría a sí mismo y cambiaba a cada paso o a bordo de las naos con hombres, españoles, que se aventuraban y hacían luego saber. Ni en Europa, ni Asia ni en África había nadie que supiera antes que había otro gran continente al otro lado del Atlántico, ni los habitantes de América tenían la más remota idea de que fuera de ellos hubiera más gentes ni más tierras. La negación y odio feroz, porque es tal lo que por él sienten, a la propia palabra «descubrimiento», por parte de la progrecracia hispana solo puede ser entendible, pues, como consecuencia del sectarismo ideológico y la ignorancia más supina. Y por más que ello sea hoy hegemónico e impuesto como dogma de obligado acatamiento no voy a dejar de señalar que su soberbia y presunta superioridad solo son, en realidad, un fruto de su merma y su carencias. Vasco Núñez de Balboa, tras Colón dio el segundo y gigantesco paso en ese descubrimiento y percepción del mundo. El tercero lo darían muy pocos años después Magallanes y Elcano.

Núñez de Balboa nació en Jerez de los Caballeros (Badajoz) en 1475, vástago de una familia de ascendencia galaica, de viejos hidalgos, su apellido Balboa proviene de un castillo cercano a Villafranca del Bierzo, en la montaña leonesa, pero de tan reducida hacienda que su padre marchó a Extremadura, donde se casó y tuvo tres hijos más, Gonzalo. Juan y Álvaro. Vasco entró muy joven como sirviente del señor de Moguer (Huelva) y, entre criado y paje, aprendió, algo nada usual, a leer y a escribir, además de hacerse muy diestro en el manejo de las armas. 

A sus 25 años era todo un real mozo. «Bien alto y dispuesto de cuerpo, y buenos miembros y fuerzas, y gentil gesto de hombre muy entendido, y para sufrir mucho trabajo», según la descripción de Fray Bartolomé de las Casas unos años después cuando tuvo ocasión de conocerlo.

Viviendo en Moguer, el sueño de las Indias estaba presente a todas horas y, en cuanto pudo, se embarcó hacia ellas en busca de fama y fortuna. Lo hizo en 1501 como escudero en la expedición del trianero Rodrigo de Bastidas con quien viajaba el renombrado cartógrafo que había ido con Colón y hombre de confianza de la reina Isabel, Juan de la Cosa. Era una de las expediciones auspiciadas por la Corona en demérito del almirante a quien con ello se le retiraba la exclusiva. 

Con ellos, llegó a la costa atlántica primero venezolana y colombiana y luego centroamericana costeando todo el litoral panameño antes de que Colón lo hiciera al año siguiente en su postrer viaje buscando por allí el inexistente paso por mar hacia el océano. 

Cinco meses después de llegar, las tres naves que llevaban estaban a punto de hundirse a causa de la bruma que tenía horadados sus cascos y Juan de la Cosa optó y consiguió llegar con ellas a La Española donde ya sí se fueron a pique en febrero de 1502. 

Balboa, que se había ganado en la expedición fama de arriesgado y buen espadachín, decidió quedarse en Santo Domingo, y allí consiguió tierras en el reparto de Ovando, con quien había participado en completar la conquista de la isla. Se le ocurrió montar en ellas un negocio de cría de cerdos que lo llevó a la ruina, a endeudarse hasta las cejas y ser acosado por sus acreedores. Tanto fue así que, cuanto intento salir de allí con la expedición de Ojeda en 1509, estos le impidieron embarcar. Algo que hizo clandestinamente y como polizón cuando más de un año después partió el barco del bachiller Enciso que acudía a socorrer a su superior, cercado en el Urabá por los indios y al borde de sucumbir. 

Balboa se coló la noche anterior a la partida en la nao donde se ocultó envuelto en unas velas con su perro Leoncico, que era el más mentado can de las Américas. El renombrado Becerrillo, un mito entre los conquistadores, que tenía el doble de soldada que un ballestero, temido por los indígenas y que, como colofón de sus hazañas, dio la vida por su amo, un capitán de Ponce de León.

Abandono

Ya en alta mar, Balboa fue descubierto y Fernández de Enciso como primera medida ordenó abandonarlo en la primera isla o islote desierto que avistaran. Pero Balboa y Leoncico eran muy conocidos y, por algunos, admirados. Le dijeron a Enciso y a ellos unió sus palabras Vasco, que amén de fuerte y hábil con la espada conocía la zona a la que se dirigían por haberla navegado con Bastidas y de la Cosa y que sería muy útil. Así que le perdonó la vida y, a partir de ahí, Balboa con ello entraría de lleno en la gran Historia de América y del mundo.

La expedición de Ojeda era conjunta con otro explorador, el muy pudiente y adinerado Nicuesa. Compartían objetivo pero, cada cual, una diferente gobernación otorgada por la Corona y limitadas ambas por el golfo de Uraba. Al Este, la Nueva Andalucía de Ojeda y, al Oeste, Veragua de Diego de Nicuesa.

Ojeda había fundado San Sebastián de Uraba en su zona y había sufrido el continuo ataque de los indios caribes que emponzoñaban sus flechas y habían matado a muchos. El Capitán de la Virgen, como era conocido, herido por una, se aplicó hierro al rojo vivo en la herida para salvarse. Como Enciso no aparecía, pues se demoró en ello muchos meses y, ante la angustiosa situación del fuerte, sin bastimentos y mermado de gente, decidió embarcarse y buscar ayuda. Dejó al mando del lugar a Francisco Pizarro, que allí y así cruzaría ya su vida con Balboa, con la orden de esperarlo 50 días y si transcurridos estos no hubiera él regresado hiciera lo que estuviera en su mano para regresar a La Española. Y en ello, estaba Pizarro, que ya había salido de San Sebastián, obligado a abandonarlo y que los indios había terminado por arrasar, quemando sus treinta casas.

Toparon con Enciso que asomaba al fin pero de mala manera, pues su nao embarrancó y acabó naufragando. El bachiller, Enciso lo era y hacía ostentación continua de ello, ordenó desembarcar y reunidos al fin, como alcalde mayor de Ojeda que todos, los de Pizarro y los que llegaban, volvieran al poblado. La protesta surgió de inmediato. Estaba destruido y los caribes esperándole. Y encima, en el naufragio, Enciso había perdido las credenciales de su cargo. 

Fue el momento en el que emergió Balboa. Él conocía aquella zona y levantándose en la reunión propuso trasladarse al otro lado del Golfo de Uraba, al Darien, de mejor tierra pero, sobre todo, un dato esencial: los indígenas no envenenaban sus dardos. «Yo me acuerdo, que los años pasados, viniendo por esta costa con Rodrigo de Bastidas a descubrir, entramos en este Golfo y, a la parte de occidente, a mano derecha, según me parece, salimos en tierra y vimos un pueblo de la otra banda de un gran río, que tenía muy fresca y abundante tierra de comida, y la gente de ella no ponía hierba (veneno) en sus flechas». Aquello convenció a la gran mayoría y contó con la aprobación de Enciso. Así que el grueso se puso en marcha mientras 65 quedaban en San Sebastián guardando parte de los pertrechos desembarcos a la espera de que la vanguardia lograra asentarse y establecerse allí.

El cacique de aquel territorio, Cémaco, no estaba dispuesto a consentirlo y se dispuso a impedirlo con medio millar de indios. Temerosos los españoles de su gran superioridad en número se encomendaron a una virgen muy venerada en Sevilla, la de la Antigua, e hicieron voto de bautizar la ciudad con su nombre si salían victoriosos. El combate fue duro pero Cémaco, derrotado, se retiró al interior de la selva dejando su poblado en manos de los hombres que ya más que al bachiller seguían a Balboa. En el saqueo de sus chozas encontraron un botín importante de adornos en oro. Santa María de la Antigua del Darién fue fundada en diciembre de 1510 convirtiéndose en la primera ciudad española en tierra firme del continente. Los 65 de San Sebastián se unieron a ellos y Vasco Nuñez de Balboa, ya su líder de hecho, no tardó en forzar el derecho para ser también su alcaide. El descontento con Enciso se incrementó por no querer repartir el oro, pretender guardarlo y hacer las partes ya en La Española. Balboa, amén de buena espada, no tenía mala boca. Arguyó que en la parte donde estaba no correspondía a la gobernación de Ojeda ya que habían pasado la linde con la de Nicuesa y, por tanto, su lugarteniente tampoco lo era. Encima, había desaparecido en el naufragio, carecía de credencial alguna. En fin, que por votación mayoritaria fue destituido, constituido un cabildo abierto y elegidos dos alcaldes. El primero, claro, Balboa.

La gente de Nicuesa no tardó en aparecer por Antigua. Una flotilla, que buscaba a su gobernador en apuros por el norte divisó Antigua y a su capitán, Colmenares, quien acordó que los nuevos colonos se someterían a la autoridad del gobernador para lo cual dos fueron enviados como representantes a su encuentro. Lo hallaron, malherido, en Nombre de Dios, donde se había refugiado.

«¡En Nombre de Dios, desembarquemos!» Clamaron los pocos hombres que le quedaban tras haber sufrido una derrota contra los indios y ese nombre le quedó para siempre, aunque no tardaría en ser superado por el después floreciente Portobelo (así lo bautizó Colón) que acabó por ser el puerto de entrada a Panamá desde el Atlántico e inicio del Camino Real de Chagres que iba hasta Panamá la Vieja. Doy fe personal (Ruta Quetzal 1999) que Nombre de Dios, infestadas sus playas de tiburones toros, de nubes de mosquitos y sin posibilidad apenas de defensa no era una buena opción para establecer poblamiento alguno, pero allí sigue.

Al ser informado Nicuesa de la intromisión en su jurisdicción, a pesar de la propuesta apaciguadora de aceptar su autoridad se tomó muy a mal la cosa y se aprestó para llegar hasta allí e imponerla castigando severamente a su cabecilla, ya Balboa a todos los efectos. Algunos de sus propios hombres, descontentos con su maneras, avisaron a los enviados de Santa María de sus intenciones. Estos escaparon y consiguieron llegar hasta los suyos para informales. Así que cuando Nicuesa llegó ante Santa María de la Antigua del Darien no salieron precisamente a recibirle con los brazos abiertos, sino que le impidieron desembarcar y no consintieron en ello, ni siquiera cuando renunció a hacerlo como gobernador. No se fiaban. Y aún peor, muchos de los que con el venían lo abandonaron hartos de sus desastres y fracasos y se pasaron a Balboa. 

Una nao desvencijada

Entre los primeros, Colmenares y los que con él le habían encontrado primero. A la postre, Nicuesa se quedó sin barcos y sin gente y hubo de subir a una nao desvencijada con tan solo 17 tripulantes que se dieron a la mar el 1 de marzo de 1511 y nunca más se supo de ellos. En un bohío de Cuba, donde parece que naufragó y fue aprisionado por los indios, se dice haberse encontrado después escrito: «Aquí feneció el desdichado Diego de Nicuesa».

Aquello, que pasado el tiempo sería un letal cargo en su contra, le iba a dar a Vasco Nuñez de Balboa, embarcado como polizón y a punto de ser abandonado en un islote desierto, el poder sobre todas aquellas tierras, que se vería inclusive confirmado y hecho oficial por el nuevo virrey Diego de Colón, el hijo del almirante llegado a La Española. 

Núñez de Balboa se daba buena maña para jugar sus cartas ante quienes debía. Santa María de la Antigua del Darién no dejaba de crecer, las gentes de Nicuesa habían ido llegando hacia ella y se había convertido en floreciente y cada vez más populosa. La tierra era buena y los cultivos prosperaban, el maíz daba muy buenas cosechas y, la otra, la del oro, empezaba a afluir en abundancia. Balboa tenía muy buen cuidado en separar antes que nada el quinto real y guardarlo. Así que cuando envío a Zamudio, coalcalde con él y persona de su confianza en un barco en el que iba también el despojado Enciso, Balboa llegó a encarcelarle, pero luego lo dejó libre. Le llevaba al virrey, además de todas aquellas buenas nuevas, 15.000 pesos de oro. Zamudio se dirigió después a España y la víspera del día de nochebuena de 1511 la Corona nombró a Balboa «gobernador y capitán» de «la provincia del Darién». ?Las protestas de Enciso no encontraron en Santo Domingo oídos que le escucharan, pero el Bachiller era muy perseverante.

Desde Santa María de la Antigua, el audaz aventurero comenzó su expansión y sus conquistas. Utilizó tanto las armas como los acuerdos y reafirmó sus alianzas con el matrimonio, pues ahí entró en escena la bella Anahiansi, hija de uno de los caciques más poderosos que se le enfrentó, Chima de Careta, al que primero venció en batalla y luego hizo aliado y amigo, y acabó por recibir el bautismo cristiano. En carta a la corte Balboa, amén de pedir ayuda y bastimentos para mejor repoblar y construir un astillero y aunque había utilizado gran violencia en algunos casos, pedía que se aplicara la más benevolente política con los indígenas, aunque excluía de ella a los caníbales caribes para los que exigía severidad extrema.

El cacique de Careta acordó con él abastecer a la colonia castellana a cambio de su apoyo contra sus rivales y la entrega algunos utensilios de hierro que los indígenas apreciaron en grado sumo. La alianza se selló tomando Balboa a la jovencísima Anahiansi «como si mujer fuera legítima» atacando a sus enemigos, haciendo huir y saqueando las aldeas de quien se le opuso y pactando con quienes se le sometieron y recibieron. 

Fue en los dominios de uno de estos últimos caciques, Comagre, cuando en compañía de Anahiansi escuchó hablar por vez primera no solo del gran mar que estaba cercano sino que en aquella costa había un gran pueblo cargado de riquezas y dominado por grandes señores que llevaban cubierto su cuerpo de adornos de oro y que comían y bebían en vasos y cuencos de ese metal en vez de hacerlo en los de madera. 

Fiebre del oro

Fue el hijo de Comagre, Panquiaco, quien alterado por el ansia de los españoles por aquel metal del que tan poco encontraban le dijo «Si tan ansiosos estáis de oro que abandonáis vuestra tierra para venir a inquietar la ajena, yo os mostraré una provincia donde podéis a manos llenas satisfacer ese deseo». Nombró el lugar como el Birú que acabaría en el Perú castellano y estaba hablando de imperio del Inca.

Estas noticias encendieron de tal manera los ánimos de Balboa y de sus gentes, que tras regresar a Santa María, en 1513, este decidió pedir hombres y pertrechos a La Española para emprender la expedición hacia aquel gran mar, pero no solo no la obtuvo sino que se enteró de que la versión de Enciso iba haciendo mella. Entonces, envió a sus hombres a España para solicitarla, pero también allí había llegado la denuncia de Enciso y le fue denegada por lo que decidió a emprender la aventura contando solo con sus fuerzas. Ante él estaban la gloria y la fortuna y se lanzó a por ellas.