Un metro de más

Leo Cortijo
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Juan Puerta

Un metro de más - Foto: Reyes Martí­nez

Una película de Carlos Saura cambió su forma de ser y de estar. Sobre todo de estar, porque a partir de entonces ve la vida un metro más alto de lo normal. El cineasta oscense estrenó en 1984 Los Zancos, que contaba las andanzas de un grupo de teatro amateur que tenía en estos pilares de madera su principal herramienta de trabajo. En ese momento nació la afición de Juan, carpintero de profesión, que tuvo todo a su favor para fabricárselos. Primero fueron unos de 50 centímetros, luego unos de 60 y después otros de 80. Y así hasta unos de un metro, «que son los que más utilizo». Tiene unos de un metro y medio, pero «me los he puesto muy poquito porque aunque ganas en visibilidad, pierdes en movilidad».

Empezar a andar en zancos parece complicado, pero a Juan siempre se le dio bien. «Lo primero es mover los pies sin moverte del sitio, agarrado a una farola o a un árbol, después sueltas una mano, luego la otra y ya está». La cuestión «consiste en tener equilibrio y sentir los zancos como una continuidad de tus piernas». 

Al poco tiempo conoció a Rafael Gascón, de la asociación cultural El canto del gallo, que también era zancudo. «Con él he participado en mercados medievales, representaciones históricas, desfiles y cabalgatas», explica Juan. De las últimas destaca lo «increíble» que resulta ver la cara de los niños. Pero hubo un día en el que dio un giro de tuerca más a su afición de andar un metro por encima del suelo. Fue en una fiesta de aniversario de Radio Kolor. Allí conoció al grupo de batucada Sambas Colgadas y eso fue «alucinante». El estilo repetitivo y el ritmo acelerado de los tambores despertó algo nuevo en Juan. «Fue una locura para mí, me enganché de tal forma que empecé a bailar sobre los zancos». Desde entonces acompaña a este grupo en la mayoría de sus actuaciones.

Juan es un amante de la música, y cuando la escucha mientras hace las veces de zancudo siente una «liberación total». No en vano, dice que entra «como en trance». Puede estar una hora y media en una cabalgata y terminar «molido», pero sin embargo puede pasarse tres horas sin parar de bailar con la batucada. Eso sí, avisa a navegantes y deja claro que es «arrítmico». De hecho, él lo llama «bailes eléctricos o espasmódicos».

Tanto significan para Juan los zancos que cuando está «de bajón», se los pone y «me da el subidón». Como cualquier persona, «uno busca sus momentos de terapia», aunque ojo, «no es necesario que esté mal», ya que «cualquier momento es bueno» para subirse en los zancos, ponerse una peluca y pintarse la cara.

Sobre sus plataformas ha hecho de todo. Desde correr la última Carrera del Pavo –a los 300 metros ya le había adelantado todo el mundo– hasta comprar en un supermercado vestido de pájaro pescador. Se metió tanto en el personaje que fue derecho a la sección de pescadería, compró dos sardinas e hizo que se las comía. «La gente alucinó porque no está acostumbrada a ver un zancudo en el supermercado», comenta tan tranquilo.

Los zancos le han llevado, incluso, a trabajar sobre ellos. De hecho, tiene hasta un eslogan: «Si quieres que tu negocio funcione, que zancudo-Uhan te promocione». Y es que en alguna ocasión ha hecho promociones de publicidad para diferentes negocios, desde una óptica hasta una carnicería. «Si repartes flyers de formal normal algunos se cambian de acera, pero si lo haces sobre los zancos hasta se acercan a ti», argumenta. 

Ahora se afana en otro proyecto que espera que sea un espectáculo. Se trata de pintar sobre los zancos al ritmo de música clásica. Lo suyo es sacar sonrisas a la gente «en este mundo tan serio». Hacer feliz a los demás... como a su hijo Pedro, que con nueve años ya tiene unos zancos a su medida para seguir su estela.