La obra es el espejo del alma

Leo Cortijo
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Desde hoy la Sala Iberia se llena de luz y color. La luz y el color del Mediterráneo. La luz y el color de Sofía Porcar, que expone su obra cerámica con el fin de «sensibilizar a los ojos del que mira».

La obra es el espejo del alma

No la conocemos (todavía), pero sus esculturas –dice– son un fiel reflejo de su personalidad. Sus obras no solo forman parte de ella... Son ella en sí mismas. «Soy una persona alegre y extrovertida y en mis piezas eso se ve a través de la luz, los colores y las texturas», comenta Sofía, una entusiasta de la cerámica que el próximo lunes desembarca en la Sala Iberia con el deseo de cautivar a los conquenses.

Nació en el Mediterráneo, en Valencia, circunstancia que también imprime un sello especial a todo lo que crea con sus manos. Sin embargo, un hilo rojo la conecta con Casasimarro, y es que de este pueblo de la Manchuela conquense es su marido, el mismo con el que comparte aventura desde hace casi 40 años, cuando él se marchó en busca de trabajo, como tantos otros de su generación, al levante español. Por eso, exponer en Cuenca, que es hacerlo como en casa, lleva implícita una responsabilidad «enorme». «Espero que mi obra llegue a comunicar a todo el mundo», subraya una entusiasmada Sofía. «Me hace especial ilusión porque nunca había tenido la oportunidad de exponer en Cuenca y por la cercanía a todos los amigos que tengo en Casasimarro», afirma.

Esa responsabilidad no debería ser tanta, pues ella mejor que nadie conoce lo que supone pisar plazas de importancia. Su obra se ha paseado por infinidad de escenarios. No en vano, atesora en su haber cinco premios, dos de ellos de carácter internacional, el concurso de la bienal de Manises y el ‘Angelina Alos’ de Barcelona.

Es normal tanto reconocimiento. Dicen que de casta le viene al galgo, pues Sofía desciende de una familia de artistas. Los últimos eslabones de la cadena cuentan que su abuelo era caricaturista del diario El Mundo, y su padre, diseñador gráfico en el Ayuntamiento de Valencia. Ella, sin embargo, fue pionera al ser la primera en la familia en trabajar la cerámica. «Creo que los genes siempre salen a relucir… el arte va en nuestro ADN», comenta con una sonrisa en la cara, aunque al mismo tiempo advierte que no solo le sucede a ella, y es que «todo el mundo lleva un artista dentro».

Sofía, que maniobra con la cerámica «en todas sus facetas», se ha formado con los mejores, empezando por el maestro de maestros, Enric Mestre. Además, en su camino vital, siempre ligado al artístico, ha trabajado con importantes becas de investigación, tratando por ejemplo los colores y vidriados de alta temperatura. Esmaltes, pastas y riquezas cromáticas que le han servido desde entonces para cincelar una trayectoria maciza, singular y especial.

Como artista, el leitmotiv de Sofía es «sensibilizar a los ojos del que mira». Establecer una «comunicación» a través de la obra. Una obra, por cierto, que no tiene por qué explicarse, pues el arte es «sensibilidad», y cada uno lo «interioriza» como cree conveniente. Lo importante, señala la ceramista, es que «llame la atención y que cuestione». Como cuestionan al espectador algunas de las piezas que desembarcan en Cuenca, como Hijas de Eva, El guardián de las palabras o El otoño, una alegoría a esta estación compuesta por hojas hechas en barro rojo cocidas a 1.300 grados... En definitiva, «muchas formas de cerámica que no son la tradicional que conocemos habitualmente».

Desde el lunes 11 la Sala Iberia se llena de luz y color. La luz y el color del Mediterráneo. La luz y el color de Sofía Porcar. Una persona a la que ya conocemos un poquito mejor. O, al menos, mejor que hace cinco minutos. Aunque ya saben, para terminar de armar la personalidad de esta valenciana con medio corazón casasimarreño basta con contemplar su obra. Porque la obra en su caso –como en el de muchos artistas– es el espejo del alma.