«La República no tiene el mérito de dignificar la enseñanza»

Leo Cortijo
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María del Pilar García Salmerón, doctora en Ciencias de la Educación

«La República no tiene el mérito de dignificar la enseñanza»

María del Pilar García, doctora en Ciencias de la Educación, publica un interesante estudio bajo el título Radiografía de las construcciones escolares públicas en España, 1922-1937, editado por el Ministerio de Educación, con la intención de esclarecer uno de los aspectos que más influyeron en la consolidación del sistema educativo en España, documentando todos los proyectos aprobados durante estos años. Fue un proceso que marcó un antes y un después en el acontecer educativo de la España contemporánea.

El periodo que estudia marcó un paradigma en el sistema educativo. La primera pregunta es clara: ¿Por qué?

Hasta entonces eran los ayuntamientos los responsables de construir las escuelas, y éstos tenían menos dinero del que tienen ahora. A partir de esa fecha, el Estado, que había dejado la enseñanza elemental en manos de los municipios, decide involucrarse en la expansión de la red de edificios escolares, habilitando créditos extraordinarios para levantar escuelas. Eso supone el inicio de la consolidación de la enseñanza elemental pública en España. Antes había órdenes religiosas y fundaciones privadas, como Aguirre o Palafox en Cuenca, que habían construido algo, pero en la mayoría de los núcleos rurales y ciudades no había ni un solo edificio escolar público. Cuando llegabas a una ciudad no se reconocía el edificio escolar, porque estaban instalados en locales, no en edificios, de propiedad municipal o en pisos alquilados, a cual más penoso.

¿Se acuñó entonces el concepto de escuela como lo conocemos hoy?

Dentro del sistema educativo, la enseñanza primaria era la menos favorecida por el Estado, que se limitaba a satisfacer el sueldo de los maestros. De pagar todo lo demás, los responsables eran los municipios, que no disponían de fondos ni para conseguir abrir más escuelas ni para mejorar las existentes, en cuyas aulas se apiñaban niños de todas las edades con distintos niveles de instrucción. Además, las tasas de escolarización eran muy bajas. Miles de niños no acudían a la escuela porque no había plazas.  Los intelectuales  regeneracionistas proponían como imprescindible revertir esta situación para que España superara el atraso en el que estaba sumida en relación con el resto de países europeos. Se necesitaban más escuelas, con aulas suficientes para escolarizar a todos los niños, y en las que pudiera agruparse a éstos de una forma más racional, basándose en la graduación de la enseñanza, es decir, que dentro de un aula conviviesen alumnos de la misma edad y con los mismos conocimientos.  Algo que hoy para nosotros es normal, entonces constituía casi una utopía, y precisaba mucho dinero, tiempo y esfuerzo para llevarlo a cabo.

De la nada a un concepto revolucionario para la época. ¿Cómo eran aquellos primeros centros?

En el periodo que yo estudio, la década de los 20 y los 30, los primeros centros se hicieron con cierta megalomanía porque los ayuntamientos, ya que habían descuidado tanto la enseñanza hasta entonces, quisieron dejar constancia de que ellos sabían hacer escuelas y de que además las hacían fenomenal. Luego vino el baño de realidad y se dieron cuenta de que si destinaban tantos recursos a un solo edificio se quedaban fuera muchos niños. Se pasó de esta fiebre inicial a una etapa más funcional.

¿Hay mucha diferencia en cómo Primo de Rivera y la II República construyen edificios educativos?

En esencia se mantuvieron los mismos criterios en ambas etapas. Lo primero, el alzado de la nueva escuela fue siempre fruto de la colaboración entre los ayuntamientos y el Estado. Mientras el primero facilitaba el solar y contribuía a los gastos de edificación, el Estado habilitaba créditos extraordinarios para costear el grueso del presupuesto. En 1920 se creó la Oficina Técnica para la Construcción de Escuelas, un gabinete de arquitectos del Estado, que redactó muchos de los proyectos y supervisó los de otros arquitectos, para que se ajustasen a unos parámetros definidos, que garantizasen que en las nuevas aulas podría desarrollarse una enseñanza de calidad.

¿Cómo influía en aquella época el marco legal, económico y social de cara a estas construcciones?

Legalmente, se articularon las fórmulas de colaboración entre ayuntamientos y Estado. El Estado, a fondo perdido, prestaba a los ayuntamientos el 75% del presupuesto de construcción, el ayuntamiento aportaba el 25% restante y luego tenían que acometer la urbanización, el moblaje, la canalización del agua… Pero claro, para los ayuntamientos fue una ayuda muy importante. Por otro lado, los consistorios no tenían dinero y recurrían al Instituto Nacional de Previsión, que les prestaba ese 25%. La ciudadanía vivía estas inauguraciones como acontecimientos grandiosos. Se invitaba a la banda de música, iban todas las autoridades locales y provinciales e, incluso, en algunas ocasiones venían hasta las nacionales. Era un acontecimiento histórico y como tal se vivía.

¿Qué semilla se sembró entonces que la escuela de hoy recoge?

Desde mi punto de vista, lo más importante es que el Estado asumió la tarea de la enseñanza primaria como una tarea propia de un Estado moderno. En España, hasta entonces, había un desentendimiento de la enseñanza primaria. Hasta esa fecha, el crecimiento, la consolidación y la mejora de la calidad de la enseñanza dependía de los ayuntamientos, que no podían hacer frente a los gastos que generaba una enseñanza primaria de calidad. 1922 marca precisamente eso, la implicación decidida del Estado en la escolarización. Parece mentira, pero hasta entonces se había preocupado solo de la enseñanza media y universitaria.

¿Qué vestigios de aquella época permanecen en la Cuenca actual?

Hay tres edificios, pero solo queda uno en pie. En 1928 se construyó, donde está ahora la Subdelegación del Gobierno, el primer edificio destinado a escuela pública, que se llamó Primo de Rivera, que solamente tenía tres aulas y que fue demolido después porque se construyó con maderas verdes. Antes, en 1926, se inició la construcción del grupo Ramón y Cajal, cuyo proyecto se aprobó durante la dictadura, pero no se inauguró hasta la República. Por problemas en las obras todo se retrasó y terminó en 1932. Éste es el único edificio que se conserva, además muy bien porque apenas se ha variado su distribución y su fachada, y es un testimonio único de esa época. También teníamos la antigua Escuela de Magisterio. Rodolfo Llopis fue profesor aquí y consiguió para Cuenca que se alzara en la ciudad la Escuela Normal.

¿Es difícil mantener en pie durante tantos años un edificio así solamente para fines educativos?

Depende del contratista. Si fue alguien legal, que lo hizo en un solar idóneo y después los ayuntamientos se han encargado de su mantenimiento, el edificio pervive en buenas condiciones hasta nuestros días. Si por el contrario era un desastre y ahorró lo máximo posible o al ayuntamiento le interesa el solar por el valor que tiene, adiós muy buenas. Es así de sencillo.

El libro es fruto de un trabajo de investigación complejo. Eso da para sacar muchas conclusiones…

Tras concluir mi tesis sobre la enseñanza en Cuenca durante la II República, comprobé que en la provincia se habían  construido escuelas de tipología y en número semejantes a las alzadas durante la dictadura. Investigué después lo acontecido en otras provincias, que contaban con estudios locales sobre el tema, y llegué a la misma conclusión. Y por último, me lancé a una búsqueda de datos en distintos archivos nacionales y locales con el fin de cuantificar y documentar lo más exactamente posible el número de escuelas construidas con auxilio económico del Estado, durante estas dos etapas políticas tan dispares. Han sido más de diez años dedicando parte de mis vacaciones a esta investigación. Los resultados obtenidos ponen en entredicho la imagen tan asumida de que el régimen republicano fue el primero interesado en dignificar la enseñanza primaria pública en España y que  consiguió construir los primeros edificios escolares dignos. Durante la dictadura se abrieron más aulas en España que durante la II República, y por tanto no se puede atribuir a la ideología republicana y, sobre todo a la ideología de izquierdas, el mérito de haber dignificado la escuela pública.

Interesante conclusión...

Pero no te quedes ahí solo. Desde los años veinte, en España, la ciudadanía ya era consciente de que la situación de la enseñanza primaria pública era insostenible. Era una necesidad primordial. No dejaron de presionar a los concejales y alcaldes a que iniciasen la construcción de estos edificios. Al fin y al cabo, eran éstos quienes iniciaban las obras. Ni  los sucesivos  gobiernos de Primo de Rivera ni tampoco los gobiernos republicanos podían levantar una nueva escuela si el ayuntamiento respectivo no iniciaba los trámites y facilitaba el solar. No era una cuestión de política. Era el sentir de la gente, que lo veía como una necesidad imperial.

Estamos en una época bien distinta, en la que la comunidad educativa reclama un pacto por la Educación. ¿Qué opinión tiene usted?

A mí me parece fundamental. No sé cómo lo tienen que hacer ni cómo lo tienen que redactar, pero me parece una incongruencia que no esté hecho todavía, y máxime para la enseñanza primaria. No entiendo qué peso puede tener la ideología en la escuela. Es algo impensable. Todos los partidos tendrían que reflexionar. Es mucho más importante el desafío de las nuevas tecnologías, la pérdida de valores, la pérdida de autoridad docente, las recompensas al mérito y al esfuerzo... Desafíos a los que no estamos dando la respuesta adecuada o más efectiva.