Toda una vida

Leo Cortijo
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Rosa Cuesta

Toda una vida

Toda una vida me estaría contigo; no me importa en qué forma; ni cómo, ni dónde, pero junto a ti. Así cantaba este reconocidísimo bolero el gran Antonio Machín. Y así lo canta también Rosa en su taller de costura mientras permanece ajena al inevitable transcurrir del tiempo entre agujas, dedales, tijeras, bobinas de hilo y retales. Y es que lo suyo es toda una vida dedicada a un mismo oficio, el de costurera. Aquel que su abuela le enseñó a los nueve años y que durante el último medio siglo ha ejercido con maestría, eficacia e ilusión. Mucha ilusión.

«Empecé a coser de niña, en mi Ceuta natal, junto a mi abuela, que fue la que me enseñó todo lo que hoy sé», comenta orgullosa. Éstos eran los cursos de Formación Profesional de la época. Una época en la que los oficios «de toda la vida» se enseñaban por transmisión oral de padres a hijos. «Aprovechaba todos los consejos y lecciones que mi abuela me daba porque valían su peso en oro», explica esta avezada costurera, que desde bien pequeña «aprendía todo a la primera y me quedaba con todos los detalles». Y éstos, los pequeños detalles, son fundamentales en una labor como la suya, donde siempre hay que hilar muy fino.

Más que un trabajo, coser es un placer para Rosa. De hecho, de pequeña «prefería estar cosiendo que jugando con las demás niñas». Pronto se desenvolvió como pez en el agua en su nuevo menester. Al principio «cosía para mi familia, haciendo los arreglos y las confecciones que necesitaban». Pero cumplidos los 20 se dio cuenta de que lo que hasta entonces había sido poco menos que un hobby se podía convertir en una salida profesional y en una manera de ganarse la vida muy honradamente.

Dio el paso al frente y primero comenzó como costurera por cuenta propia, en su casa, «cogiendo arreglos de gente que entre ellos se hablaban de mí y de cómo hacía las cosas». Y como las hacía bien, con el tiempo dio el salto a un negocio de cara al público y a pie calle. Un empresario la contrató y en esa pequeña tienda siguió aprendiendo el oficio «día tras día, porque todos los días son una lección constante».

Pero su vida tuvo un inesperado giro de guión y eso la trajo hasta Cuenca, hace ya casi 15 años. Las manos eran las mismas y su particular magisterio de aguja y dedal también caló en esta ciudad, que la recibió con los brazos abiertos. «Nada más llegar empecé en una tienda de vestidos de novia y luego seguí en otra de arreglos en general», apunta.

Aquella etapa, como todo en la vida, tuvo un final. Y ahí fue cuando Rosa se vio obligada a armarse de valor y ponerse el mundo por montera. Después de toda una vida dedicando su trabajo a los demás, dio el paso de abrir su propio negocio. Y así, el pasado mes de octubre, alzó el telón de La Rosa, un nuevo taller de costura y confección al que no le pudo dar mejor nombre. «Trabajar para una misma es lo más gratificante, así se trabaja muy a gusto», y es que, añade, «como me gusta tanto coser, las horas pasan y pasan y no me doy cuenta, no me canso y sigo y sigo...».

Hay arreglos que son el abc del oficio, como los bajos de los pantalones o el acortar las mangas de las camisas, pero lo cierto es que durante estos más de 50 años de labor, nunca mejor dicho, Rosa se ha enfrentado a absolutamente de todo. «El abanico es tremendo, no hay ningún arreglo al que diga que no; ante, cuero, piel... hasta zapatos y botas si hace falta». Su leitmotiv profesional lo deja meridianamente claro: «Todo lo que entra en la máquina se cose». Por muy raro que sea.

¿El arreglo más raro que ha hecho en su vida? «El más raro no te lo puedo decir porque... porque no, dejémoslo ahí; el segundo más raro lo trajo un hombre que vino con una faja de señora a la que quería que le abriese una apertura en la zona delantera para que pudiera hacer sus necesidades». Casi nada...