Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Clasismo

02/11/2021

Un día, en los años 80 del siglo XIX y sin cita previa, un matrimonio, con ropas y ademanes aparentemente propios de humildes labriegos, se presentó en la universidad de Harvard con intención de entrevistarse con su presidente. Su secretaria, a fin de quitárselos de encima, les dijo que su jefe ese día tenía una agenda repleta y que difícilmente podría atenderles, a lo que ellos respondieron que, no teniendo nada mejor que hacer en esa jornada, esperarían. Pacientes vieron discurrir las horas en la misma proporción en que la administrativa se iba desesperando. Ella, convencida de que los supuestamente campesinos de nada podrían tratar con su superior, tras intentar sin éxito evitar a toda costa que el mandamás perdiese su tiempo con personas que, con ropas raídas de algodón, habían osado presentarse en una institución educativa y científica sin nivel para ello, decidió cambiar de estrategia. Así, propuso al rector que los atendiese un minuto para, fuese lo que fuese aquello de lo que deseasen tratar, él mismo, con sus inapelables argumentos, les animase a marcharse y así dejarlo tranquilo. Refunfuñando, con el cejo fruncido y aspavientos propios de quien se considera más que otros, se dirigió a ellos. La mujer le contó que, padres de un único hijo que había nacido cuando ella misma contaba ya con 39 años de edad, habían tenido la desgracia de perderlo cuando contaba con tan solo 15 años y a causa de unas fiebres tifoideas. El fallecido había cursado un año en Harvard y ellos, agradecidos, deseaban costear algún tipo de memorial en su recuerdo. El preboste, acrecentando la sensación de pérdida de tiempo que en ese momento le embargaba, les dijo que era una barbaridad pensar que en aquella prestigiosa institución se levantase una estatua cada vez que uno de sus antiguos alumnos falleciese. La pareja, intentando disipar dudas en la mente de la iluminada cabeza que en esos momentos regía los destinos de tan singular universidad, le dijo que lo que realmente pretendían era costear la construcción de un edificio. Sonrisas y miradas de pena acompañaron las palabras con que este les contestó al informarles de que, obviamente, los visitantes no tenían ni idea de lo que estaban diciendo desconociendo la magnitud de sus intenciones. ¡Más de siete millones de dólares había costado levantar lo hasta ese momento existente en Harvard! ¿Solo siete millones cuesta construir una universidad?, le contestaron, antes de que, dirigiéndose la mirada uno al otro, los desconsolados padres se dijeran: «pues entonces levantaremos una universidad entera». A continuación se dieron la vuelta y marcharon dejando plantados al engreído responsable y a su secretaria. Poco después, concretamente en 1891 y en Palo Alto, California, abría sus puertas la Leland Standford Junior University en homenaje al joven hijo desaparecido. Sus promotores, el matrimonio constituido por Leland Standford Sr. y Jane Lathrop Standford, dedicaron sus bienes a, honrando la memoria de su tristemente fallecido vástago, levantar la que hoy es considerada una de las diez mejores universidades del mundo. El marido y desafortunado padre, a pesar de su manera de vestir y de su humilde apariencia, era un magnate ferroviario que además simultaneó sus esfuerzos empresariales con el cargo de senador de los Estados Unidos y el de gobernador de California. Triste vivencia, fundamentalmente, para aquel prepotente y clasista regente de Harvard cuya soberbia no le permitió constatar donde existía la calidad humana que a él le faltaba. Un lema rige desde poco después en Standford: Die Luft der Freiheit Weht (Sopla el viento de la libertad)