'Gripalizar' España

Carlos Dávila
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Uno de los asesores de Sánchez se inventa un nuevo barbarismo para evitar que el coronavirus continúe erosionando al Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abandona en el vehículo oficial el Congreso de los Diputados tras una sesión plenaria. - Foto: Eduardo Parra (EP)

Es el nuevo barbarismo que se ha inventado el poder  para evitar que el maldito virus le arrastre a las tinieblas exteriores donde hay hambre y crujir de dientes. La Covid (lo siento, es femenino, lo ha sentenciado la RAE))  nos ha traído una pléyade de términos y vocablos que, de seguir así, van a obligar a los académicos de la Lengua a hacer horas extras para aceptar o rechazar tanto neologismo, mucho del cual es, desde cualquier punto de vista, inaceptable. Aquí soportamos ya el verbo confinar en vez del de encerrar, el vector del virus que no se sabe qué significa, la cuarentena para un aislamiento que sólo dura siete días, el aplanamiento de los contagios… y así una casi multitud de términos, cuya última aportación es ésta brutalidad lingüística de gripalizar. Este término no es ni mucho menos inocente; lo ha inventado un asesor de Sánchez que presume -me dicen- de ser un cerebrito y ya se está extendiendo más que la propia Covid. Después de anunciarnos solemnemente y con nuestros dineros que «hemos vencido al virus», que «salimos más fuertes» o que «las vacunas van a ser nuestra salvación», ahora se trata de convertir una pandemia en epidemia y, en consecuencia, no aterrorizarnos ni con el número de contagios, ni con las hospitalizaciones, ni con los ingresados en las UCIS, ni siquiera con las personas fallecidas.

«Acostumbrémonos a vivir con esto» ha dictaminado el perito en nada. Pedro Sánchez Castejón, e inmediatamente sus voceros se han puesto a comprar una mercancía que posee una sola utilidad: a saber, que los ciudadanos sepan que ésta de ahora es la nueva normalidad que ya nos prometió el aún presidente hace dos años. De este modo se excusa de hacer nada, de propulsar una ley de pandemia que rectifique la ley del 86, y más concretamente todavía, de continuar volcando sobre las regiones su impericia, su inepcia y su sectarismo. En los campos de investigación, epidemiológicos o de atención clínica, se tiran de los pelos con esta ingeniosidad del jefe del Gobierno, carente, según señalan casi unánimemente, del menor rigor científico. Convertir una pandemia en epidemia, me dicen, es como matar mosquitos con bombas de cobalto, envenenarte con antibióticos por una simple tosecilla de novicia. Engañar a la población en suma. Pero, claro, al Gobierno de este individuo, incluida esta pobre Darias que nos invitó a despojarnos del tapabocas y exhibir la mejor de nuestras sonrisas para luego declarar obligatorios esos perversos adminículos, le trae al fresco. El objetivo es seguir mintiendo y con una variante más: que el nuevo palabro pueda atribuirse tanto a la situación provocada por la Covid como al estado de la política española en general.

¿Bochorno general?

Es decir: vamos a gripalizar España para convencer al personal de «que esto es lo que hay», que la gobernación de esta ralea de socialistas y leninistas ofrece estabilidad al país y de que, no tengan prisa, porque hasta casi terminado el 2023 «no tengo la menor intención de convocar eleccciones». Una estrategia tan borde, tan cutre, ¿debería causar bochorno general y por ende una reacción social inconmensurable? Pues sí; eso ocurriría en un país normal, en España la gente está dormida porque así no enciende la luz y cuando protesta lo hace como aquellas señoronas del dibujante Serafín en la inolvidable Codorniz que se limitaban a decir: «Te digo, Pepi, que no sé hasta dónde vamos a llegar».

Pues hasta aquí, digo yo. Sánchez nos recomienda con la mejor de sus caras embusteras, que tratemos al virus como si fuera nuestra mascota de cabecera, que le embistamos con paracetamol, que es el nuevo bálsamo de fierabrás, y nos recuerda que con la gripe también se muere la gente. Fíjense: son tan torpes que en este nuevo diseño no han hecho acopio de memoria histórica para asimilar la Covid a la gripe asiática del bienio 1957-1959 en la que el director general de Sanidad de entonces, máxima autoridad gubernativa en la materia, aconsejó públicamente combatir la infección con mucho zumo y aspirinas. Aquel régimen no podía tolerar que sus adeptos se pusieran malos, a parir más bien. O sea, que ahora el aún presidente y su cuadrilla de acoplados, han sentenciado que sanitariamente la cosa no es para tanto, y que políticamente España va de p... madre. Son los mejores, vaya.

Y han gripalizado  la España contrita y encerrada (las calles de Madrid son un solar) a la que tienen sin resuello. Estamos -nos avisan- en posición de endemia política donde, por ejemplo, ya parece hasta aceptable que este sujeto se este morreando con los asesinos de ETA o que un tontolaba que si no es ministro no llegaría ser vocal de una casa de vecinos, arremeta contra nuestra ganadería utilizando además un periódico, The Guardian, laborista, claro está, que cada vez que habla de España es para aconsejar a los ingleses, enfermos hasta las trancas, que no se les ocurra venir aquí, que mejor están en Brighton donde luce el Sol preferentemente en los años bisiestos. La España gripalizada tiene la intención de durar años, el tiempo que necesita el aún presidente para cargarse un modelo político antagónico con el leninismo iberoamericano que él tanto cultiva. Este mismo lunes recibió al pretendiente a la Presidencia de Colombia, Gustavo Petro, un terrorista, condenado por esta condición, con el que se solazó porque las encuestas le dan ganador el próximo 29 de mayo. «Así -le vino a decir Sánchez a su nuevo conmilitón- cerraremos unos meses en los que Honduras y Chile ya han votado por los nuestros». Son estados gripalizados ya. Los españoles estamos en ello, pronto podremos constituir la Unión de Repúblicas Comunistas Intercontinentales. De eso se trata. Exactamente en esto consiste la gripalización de España a la que los compatriotas asistimos como si saliéramos de un partido de fútbol en el que no nos ha ido bien del todo. Estúpidamente cabizbajos y gruñendo para nuestros adentros: «Es que no hemos sabido reaccionar». Griposos sí, pero sobre todo bobos con vistas a la bahía donde veraneamos.