Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


En directo

31/12/2021

Pon una serie en tu vida. Son el sustituto moderno a la lectura, que libera conciencias y hace frente a la soledad. Para no caer en generalidades, un buen ejercicio puede ser salir a la calle y preguntar a un joven -o no tan joven- que te cuente cuántos libros o periódicos -nos vale algún artículo suelto- ha leído en el último mes. La respuesta la contraponemos con el tiempo que ha empleado viendo alguna serie. Evitamos comparar datos con el uso de las redes sociales, porque el resultado sería atronador. Sin pretender encontrar conclusiones con rigor sociológico ni científico, antes de preguntar ya podemos intuir gran parte del informe final.
Las series formaron el kit de supervivencia durante los momentos más duros del confinamiento, especialmente para las personas que viven solas. Puedes ver lo que quieras, cuando te apetezca y de la temporada que sea, aunque te arriesgues a sufrir un empacho sin precedentes ante una pantalla. Tienen sus grandes beneficios y también sus evidentes carencias: al igual que el chocolate jamás podrá ser un sustituto completo al sexo -por mucha dopamina que libere del cerebro-, las series tampoco deben reemplazar a un libro ni a un periódico. En el complemento está la virtud.
Lejos de criminalizar nada, con el tiempo y la tranquilidad que te da una salida puntual de la vorágine rutinaria -lo que viene siendo unas vacaciones parciales- he visto dos series: ¿Dónde está Marta? y El caso Alcasser. Las dos vienen a coincidir en un mismo punto: la presión mediática se trasladó a la calle, lo que hizo emponzoñar la investigación policial y judicial hasta el punto que, en el caso de la joven sevillana, casi 13 años después, todavía no se ha encontrado el cuerpo. ¿De no haber sido mediatizado el caso se habría localizado ya el cadáver de Marta? Nunca lo sabremos. Lo que sí es seguro es que los dos procesos se vieron afectados por la presión de la calle, que puede ser todo lo soberana que quiera, pero que nunca puede sustituir a los profesionales de la policía y de la justicia. Cuando los que saben se dejan arrastrar por esa presión, se cometen errores. Algunos imperdonables.
En estos tiempos de sexta ola, estamos volviendo a vivir una retransmisión en directo. No es un asesinato, ni la investigación que le acompaña, ni tampoco el juicio en el que se debe condenar a los culpables. Lo de hoy es el directo, contado minuto a minuto, de una enfermedad respiratoria que hemos llamado coronavirus. ¿Alguien se imagina que, en invierno de 2019 y en los anteriores, estuviéramos contabilizando uno a uno los casos de gripe, con sus hospitalizaciones correspondientes y sus muertes derivadas de la enfermedad? Eso cada día, comunidad por comunidad, pueblo a pueblo. Ahí está el problema de nuestros temores y de nuestros miedos. No es cuestión de restar importancia numérica al sexto nivel de esta pandemia, pero sí de ponerlo en un contexto adecuado. Atendemos a la profusión de datos, a las interpretaciones permanentes de expertos de toda clase y condición como si de un domingo de fútbol de los de antes se tratara, cantando y comentado los goles pegados al transistor. Nunca con anterioridad se había difundido una enfermedad en directo, con la influencia añadida de las redes sociales, donde todo el mundo puede decir lo que le dé la gana.
Que esa macabra señal en directo se apague cuanto antes. Será la prueba de que se ha ganado la partida al virus, quizá no para siempre, pero sí que hemos aprendido a convivir con él sin altavoces distorsionados que nos atemoricen. ¡Feliz 2022!

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