Un gran testigo del día a día

Leo Cortijo
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Miguel García es uno de los miembros de la gran familia de Aspadec, un inmejorable ejemplo de cómo las cosas se pueden hacer realmente bien cuando hay voluntad.

Un gran testigo del día a día - Foto: Reyes Martínez

Ante todo y sobre todo, Miguel presume de pueblo, Villarejo de Fuentes, célebremente conocido entre otros menesteres por «hacer los mejores quesos del mundo». Desde allí desembarcó en la capital conquense cuando apenas sobrepasaba las veinte primaveras, por lo que en territorio capitalino lleva ya «más de media vida». Y aquí, junto a la gran familia de Aspadec –asociación para la atención a personas con discapacidad intelectual o del desarrollo y sus familias de la provincia de Cuenca– desarrolla un proyecto vital que, por encima de cualquier otra cosa, le hace ser «feliz». Miguel cuenta que en el seno de la asociación ha hecho «muchos amigos» y que gracias a ellos y a las actividades que desarrollan no se aburre en absoluto. Y menos cuando borda los quehaceres como ayudante de cocina en las instalaciones que este colectivo tiene en El Terminillo.

Entre los usuarios que viven en el centro y los que acuden temporalmente, como es el caso de Miguel, Aspadec da respuesta a más de 120 personas. Muchas de ellas, de hecho, han elaborado un sinfín de manualidades –la mayoría con motivos conquenses– que ahora se encuentran a la venta en la caseta que la asociación tiene dentro del mercado navideño que inunda el centro de la ciudad. Desde cuadernos hasta imanes, llaveros y calendarios, pasando por peluches, cojines u objetos de decoración. «De todo y todo bonito», recalca un entusiasmado Miguel, que valora el trabajo de los compañeros que han realizado estos artículos, básicamente, «porque están genial». Por eso anima a todos los conquenses a que se pasen por el stand y sumen su granito de arena a esta buena causa, para que así la asociación pueda seguir desarrollando sus muchos talleres ocupacionales.

Miguel, un apasionado de la tauromaquia, aprovecha también estos días en los que las calles están «más bonitas gracias a las luces de Navidad» para pasear, una de sus grandes aficiones. Recorrer Carretería de punta a punta observando todo lo que sucede a su alrededor es algo que le «encanta». Especialmente cuando en su camino se cruza con gente «simpática» que le saluda y habla con él. Otra cosa que le chifla es ver las cafeterías y los bares llenos y cómo los conquenses compran en el comercio local. Es algo, dice, que «deberíamos hacer más». Ahora bien, si entre todo hay algo en lo que Miguel emplea gran parte de sus tardes, y más cuando empieza el buen tiempo, es en entablar tertulias con algunos de sus compañeros de Aspadec. Suelen reunirse en alguno de los bancos de San Esteban y ahí dan rienda suelta a su imaginación y hablan «de todo un poco».

Ahora esos momentos se saborean mucho más que antes, y es que el rostro de Miguel dibuja nubarrones cuando recuerda lo mal que lo pasó durante la pandemia, pues hubo mucho tiempo en el que no pudo salir a la calle. Y eso a él, que se desvive por callejear, no le gusta ni un pelo. Y así, entre fogones, tertulias y paseos, es como este gran testigo del día a día de la ciudad –un notario de la realidad, que diría aquel– «echa el día» antes de descansar en la vivienda tutelada que comparte junto a sus inseparables Pedro, Julito, Fran, Isidro y compañía. Todos ellos –y muchos más– conforman la gran familia de Aspadec, un ejemplo de cómo las cosas se pueden hacer realmente bien.

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