Antivacunas con viento a favor

F. I. (EFE)
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El movimiento que clama contra las profilaxis data de mediados del siglo XIX y se ampara en mentiras y hechos sin contrastar

Antivacunas con viento a favor - Foto: MASSIMO PERCOSSI

El movimiento antivacunas es uno de los más antiguos en la historia de la desinformación. Si desde 1852 fue obligatorio vacunar a bebés en el Reino Unido, poco después aparecieron asociaciones de opositores que en 1898 lograron una cláusula de objeción de conciencia para los padres.

A finales del siglo XX, dos casos  surgidos en el mismo país reactivaron a los antivacunas: un informe sobre niños con problemas neurológicos tras vacunarse de difteria, tétanos y tosferina -sin pruebas concluyentes- y una alerta por posible relación con el autismo de la profilaxis contra sarampión, paperas y rubeola, tras un informe que fue falsificado, según se supo en los años siguientes.

Pese al declarado fraude, el siglo XXI comenzó con ímpetu para este movimeinto, en especial por esa presunta relación con el autismo, nunca probada, pero alentada por personajes famosos como Robert de Niro o Donald Trump.

Que tienen efectos secundarios peligrosos, que previenen enfermedades erradicadas y que solo sirven para el negocio farmacéutico son tres de los más difundidos bulos sobre el tema.

Como afirma la OMS, es «mucho más fácil padecer lesiones graves por una enfermedad prevenible mediante vacunación que por una vacuna», pues «los beneficios superan largamente los riesgos». De hecho, si se dejara de vacunar reaparecerían pronto enfermedades casi erradicadas, ya que se calcula que evitan entre dos y tres millones de muertes cada año.

La pandemia de coronavirus reactivó en 2020 a los antivacunas, que desplegaron un sinfín de falsedades para meter el miedo en el cuerpo; por ejemplo, que las basadas en ARN mensajero producen alteraciones genéticas, cuando no es posible porque una vez generada la respuesta inmunitaria la molécula se degrada.

Otra filfa era que la COVID-19 la causa un ingrediente de la vacuna antigripal, el polisorbato 80, pese a que no hay evidencia científica. Tampoco es cierto que una vacuna de Bill Gates causase un reciente brote de polio en África, ni que se elaboren con tejidos de fetos abortados, ni que el coronavirus se propagara a partir de vacunas de gripe contaminadas.

Si la plandemia fue la estrella de la desinformación en 2020, todo apunta a que los antivacunas marquen el ritmo en 2021, año en el que este proceso será el factor principal para que la COVID remita.