Una alumna del Choe

belén monge ranz / guadalajara
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Carmen Martínez de Tejada era hija de un comandante de Caballería y tras morir su padre y enfermar la madre la alojaron junto a sus cuatro hermanas en el que antiguo Colegio de Huérfanas de Oficiales del Ejército 'Las Cristinas'

Una alumna del Choe - Foto: Javier Pozo

 Han pasado 48 años desde que Carmen Martínez de Tejada llegara al Colegio de Huérfanas de Oficiales del Ejército María de Las Cristinas en Guadalajara (CHOE) y futuro campus junto a sus cuatro hermanas. Su padre, comandante de Caballería, había fallecido y la madre había caído enferma. Ello condujo a que las cinco jovencitas, como ocurría en esa época con las hijas de oficiales militares fallecidos, fueran realojadas en un colegio del Ejército en régimen residencial. Primero, mientras se levantaba el centro residencial de chicas de Guadalajara, estuvieron internas en Aranjuez. Carmen recuerda la inauguración de Las Cristinas en el mes de octubre de 1971 por Carmen Polo, la mujer del entonces jefe del Estado, Francisco Franco, y como fue el popular hostelero Pedro Chicote quien sirvió el vino de honor. Guarda un buen recuerdo de su etapa en este colegio regentado por monjas de la Sagrada Familia, aunque admite que no es el caso de todas las alumnas. «Mis recuerdos son muy tranquilos. Hay gente que lo pasó mal con las monjas pero yo no», señala agradecida por tener la opción de estudiar. 

Para esta estudiante, el CHOE- que llegó a albergar cerca de  200 huérfanas en sus primeros años-, fue un «centro pionero» para esa época. Según explica, llevaban uniforme gris y «había disciplina», pero recuerda especialmente las dos piscinas, cubierta y descubierta, un gimnasio «fantástico» y las habitaciones individuales que tenían.  

Carmen, al igual que otras de las niñas y adolescentes que llegaron a esta residencia en su momento, lo acataba porque estaba acostumbrada a la disciplina en su propio hogar. Para ella, el CHOE -como lo conocían en Guadalajara - era un colegio «bastante abierto» para los años setenta y teniendo en cuenta como eran entonces los internados de monjas y más para hijas de militares. Le viene a la memoria como, todas las tardes merendaban pan con chocolate de La Trapa, «que estaba malísimo», y una vez a la semana les daban lo que llamaban bocadillo, que era embutido, dice. 

Estuvo internada dos años y recuerda también un edificio «enorme, que nada tenía que ver con el de Aranjuez», donde habían estado antes. Hoy está casada con un guadalajareño, como otras muchas hijas de militares que llegaron aquí en esa década, pero aún reconoce que cuando llegó a Guadalajara le pareció una ciudad muy distinta a las que había conocido hasta entonces. Desde aquí marchó a Madrid a estudiar Derecho y hoy reside en Cabanillas del Campo. 

Y aunque ella ya estudio COU en el instituto rememora como algún sobrino ha llegado a estudiar en Las Cristinas cuando paso a ser colegio público coincidiendo con un cambio de mentalidad en el cuerpo militar y la dignificación de las pensiones de los propios militares. 

La mayoría de las niñas que llegaron al CHOEtenían todos los gastos cubiertos por el Patronato de Huérfanos del ejército porque «las pensiones entonces no eran para tirar cohetes y esto era una pequeña retribución en especies», subraya la abogada, convencida de que su llegada a la capital alcarreña «fue una revolución. Llegamos un montón de chicas y creo que al principio nos miraban con cierta prevención», indica entre risas, admitiendo que hubo «un poco de pique» pero se adaptaron bien. 

Hoy todas esta generación de Cristinas rondan o sobrepasan los 60 pero, para la mayoría, como es el caso de Carmen, «es un orgullo que el colegio se pueda seguir utilizando para la docencia, y creo que dará vida a la ciudad», señala. Ella no pertenece a la asociación de Los Pínfanos -huérfanos-, creada hace años por chicas de la residencia pero alguna de sus hermanas sí está.