Dolor y comprensión ante la suspensión de las procesiones

Leo Cortijo
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El presidente de Junta de Cofradías, Jorge Sánchez Albendea, destaca que, aunque «esperada», es una decisión «dolorosa», a la que se llega en un «ejercicio de responsabilidad» debido a la situación actual.

Dolor y comprensión ante la suspensión de las procesiones - Foto: Reyes Martí­nez

No por esperado es menos doloroso. La comunidad semanasantera conquense contiene el llanto, respira hondo y mira ya a la primavera de 2022 para el esperado regreso. No queda otra después de conocer que este año tampoco habrá procesiones. Así lo acordó este martes –ya de forma oficial– la junta de diputación de la Junta de Cofradías, en la que estuvieron representadas las 33 hermandades que conforman la Semana de Pasión de Cuenca, así como la comisión ejecutiva de la institución nazarena.

«Esto es algo que, por desgracia, esperábamos y que nos duele a todos muchísimo», comenta a La Tribuna el presidente de JdC, Jorge Sánchez Albendea, al mismo tiempo que incide en que se trata de un «ejercicio de responsabilidad» pensando en la situación actual, «que no nos permite barajar otra opción que no sea la suspensión de las procesiones». La cruda realidad de la pandemia no ofrece alternativa posible. Cualquier instante que venga a la mente relacionado con la Semana Santa, tanto en época de Cuaresma, como entre el Domingo de Ramos y el Domingo de Resurrección, es multitudinario. «Es imposible controlar eso o idear algo para intentar controlarlo», sentencia al respecto Sánchez Albendea.

Aunque sin perder en ningún momento la esperanza y sabiendo que esto pasará, el máximo responsable de la JdC prefiere no mirar demasiado al calendario a largo plazo. Básicamente, porque «esto parece un mal sueño», y es que «ha transcurrido un año entero y ahora mismo estamos prácticamente en la misma situación que cuando tomamos esta misma decisión el año pasado». La única diferencia –que nos es pequeña– para mirar al futuro con mayor optimismo, la aporta la vacuna. Ahora bien, centrados en el aquí y el ahora, la suspensión de 2021 es, si cabe, «más dolorosa» que la de 2020 porque «el año pasado estábamos metidos en nuestra casa sin poder hacer nada, pero éste, aunque sea con más o menos restricciones, estaremos en la calle y será tremendamente duro ver que durante esos días clave no están nuestros pasos desfilando».

Dos y hasta tres años en algunos casos sin poner las Imágenes en la calle se traduce de forma directa en la pérdida de la principal fuente de ingresos de las hermandades, que es la subasta de banzos y enseres. Eso genera que la situación de algunas de ellas sea «muy dura», aunque también es cierto que otras cofradías están acusando menos esta falta de recursos. La JdC, por activa y por pasiva, en boca de su presidente, siempre ha recalcado que «va a apoyar y va a estar ahí en todo lo que necesiten las hermandades». Ninguna de ellas, explica Sánchez Albendea, tendrá «ningún problema» en este sentido mientras se prolongue esta difícil tesitura, «ni tan siquiera un quebradero de cabeza». «Eso jamás lo consentiremos desde la Junta de Cofradías», remata.

Dolor y comprensión. Los nazarenos conquenses, como no puede ser de otra manera, entienden y comparten la decisión, aunque no pueden esconder el dolor que supone para todos los hermanos. La Tribuna ha contactado con varios secretarios y representantes de las cofradías para pulsar sus sensaciones. «Nos produce una profunda tristeza, pero lo primero es la salud y la solidaridad por los que padecen esta enfermedad», comenta Eva Díez, de El Bautismo. «Entendemos que es un momento para adecuar la vida diaria de una hermandad a esta realidad incierta», destaca Javier Caruda, de Jesús Resucitado. Mikel Rubio, de la hermandad de Jesús con la Caña, invita por su parte a vivir la próxima Semana de Pasión con «más fe que nunca» y a trabajar para que cuando regresen las procesiones «éstas recuperen sus fundamentos y sean verdadera catequesis en la calle». Julián Espada, de San Juan Evangelista, apunta que «es un hecho histórico y sin precedentes desde la Guerra Civil». «Esperamos que el año que viene podamos tener una Semana Santa tal y como la hemos conocido hasta ahora», sentencia Pablo López, de El Prendimiento.

La historia se repite. No ha sido uno, sino dos (por el momento) los años consecutivos en los que las procesiones se han suspendido por el maldito coronavirus. Algunas hermandades, de hecho, acumularán hasta tres por las inclemencias meteorológicas de 2019. Una situación que recuerda, muy tristemente, a la que vivió la ciudad durante la Guerra Civil. 80 años después, la historia se repite...

Una vez que estalló la contienda, Cuenca se vio afectada por la transformación de aquellos edificios públicos que estratégicamente pudieran ser útiles en la retaguardia. La nueva utilidad que se les dio cambió por completo la vida social y política. Fueron tres años de guerra en los que ocupaciones, bombardeos y luchas cuerpo a cuerpo decidieron el sino de la ciudad. Antiguos edificios religiosos sirvieron de cárceles, otros de cocheras o cuadras. Una transformación total. Un paréntesis en la milenaria historia de esta capital.

Ahora bien, si en las postrimerías de los años 30 se profanaron tantas iglesias como había en Cuenca, para acabar con toda manifestación religiosa, la llegada de la siguiente década supuso devolver el color y el sonido de las procesiones a la ciudad. Fue en la Semana Santa de 1940 cuando volvieron a sonar las horquillas, precisamente con el Jesús Nazareno, de Luisa Roldán, la Roldana.

Desde la primera Junta de Cofradías, en su afán de querer recuperar lo antes posible la Semana de Pasión, mandaron un escrito al Ayuntamiento pidiendo colaboración y ayuda económica para facilitar las nuevas procesiones, consideradas de tener «nombradía y lugar preeminente». El 25 de febrero de 1941 se firmó el expediente en el que la institución nazarena fue autorizada para la subvención de dos imágenes tituladas Jesús ante Anás y Jesús Nazareno (del Puente), con el fin de que ese año saliesen en procesión el mayor número de pasos. A partir de ahí, el transcurso de los años y el mencionado subsidio que recibía Marco Pérez hicieron que se sucedieran los encargos de las hermandades a lo largo de la década de los años 40.