Un triunfo de muy distinta condición

Leo Cortijo
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Emilio de Justo cincela una notable faena fundamentada en la ortodoxia y la pureza, mientras que que el peruano conectó con un toreo lineal. Morante dejó las pinceladas más caras.

Un triunfo de muy distinta condición - Foto: Javier Guijarro

En el broche de este atípico San Julián, la estadística dirá que Emilio de Justo y Roca Rey abandonaron la plaza a hombros con el mismo número de trofeos. Ahora bien, el recuerdo del buen aficionado sabrá para siempre que se trató de un triunfo de muy distinta condición. Nada tuvo que ver el toreo puro, ortodoxo y templado del extremeño, con el tiralíneas desajustado del que abusó el peruano. Uno es el toreo que pone a todos de acuerdo. El otro, solo a unos cuantos, aunque son muchos y piden con fuerza las orejas. Pero el sabor de una cosa y de la otra, no es el mismo. Y hablando de sabor... Morante en su primero. Vayamos por partes, que la tarde estrella de San Julián tuvo de todo.

La carta de presentación del genio de La Puebla fue de aquella manera... increíble en todos los sentidos. Un abanico de verónicas plásticas y estéticas de nota alta a un Estoico al que llevó galleando con gusto al caballo. Y, para rematar, y con un pequeño susto, quitó de forma vistosa para terminar de poner la plaza patas arriba. Torero a más no poder, como la montera decimonónica que lució. Y siempre con la sonrisa en el rostro. Esa que nunca le abandonó en el parlamento que planteó por ambos pitones, soberbio por templado y despacioso. Por momentos paró el reloj y toreó con todo el gusto del mundo. Y mucho más. Muy por encima del blandito y sosote animal, que no acompañó ni de lejos tan magna obra. Le faltó toro y medio. Hubo tres naturales y un doblón cumbres dentro de una faena memorable. Tras un metisaca infame, mató recibiendo para recoger el cariño de un público entregado a su maestro.

A su segundo, Agosteño, al que no vio con la capa, se le picó con saña más allá de las rayas y en varios puyazos ante las protestas airadas del respetable, que pidió –todavía no sé por qué– la devolución de la res. Una cosa es que el toro no le guste ni al torero ni a la afición, que es lo que pasó, y otra es que fuera reglamentario cambiarlo sin ningún problema. Lo que no puede ser, no puede ser. Nuestro gozo en un pozo. Lo dispuesto Morante, suelto, deslavazado y desdibujado, no tomó vuelo. Se justificó, sin más, ante un animal desclasado y áspero al que de principio no quiso ver. Lo despachó de un bajonazo. La afición se dividió entre las palmas de cariño y algunos pitos. Lo que no generó fue indiferencia...

Con una larga cambiada de rodillas recibió Emilio de Justo a su primero, Distinto, para luego recetarle un ramillete de ajustadas chicuelinas. El pica se hizo un lío, cogió en mal sitio y a punto estuvo de ser descabalgado. Por ahí andaba Morante para tirar del rabo al animal y solucionar el desaguisado. Aunque para desaguisado lo que vino después, una labor de difícil trago en la que el extremeño intentó por todos los medios meter en el canasto a un toro que no se quería tragar ni uno, siempre con la cabeza por las nubes y lanzando derrotes. Porfió y de qué manera, sudando la gota gorda, para hacer pasar por el aro a un animal áspero como él solo y sin pizca de clase. Tuvo un mérito tremendo, por lo que expuso y por lo que dispuso. El estoconazo, perfecto de ejecución, no cayó en buen sitio y eso frenó que el presidente diera el trofeo que parte del público sí pidió.

La lidia genuflexa a su segundo, Galguito, fue de vieja escuela. Como toda la vida. Notable magisterio para sacarse a los medios a un toro que de inicio quiso más bien poco. Sin probaturas ni medias tintas, comenzó pisando el acelerador desde el primer instante. Tres series soberbias por el pitón derecho, por candenciosas y profundas. Toreo hondo, del que llega a todos los públicos. Inteligencia a la hora de administrar tiempos y espacios, cuidando la noblona, repetitiva y enclasada condición del pupilo de Vázquez, al que se le fue apagando la llama como una vela. Por el flanco izquierdo la faena no tuvo la misma dimensión, aunque ofreció alguna pincelada con gusto. Volvió a la diestra para rematar una labor más que interesante, aunque para esas alturas la boyantía del cornúpeta ya era un espejismo. A Emilio le faltó toro y por eso tuvo que tirar de arrimón en las postrimerías, manoletinas incluidas, con el fin de convencer a los pocos indecisos que quedaban. Con el cañón que lleva por brazo cuando toma la espada, aunque no fue a parar al mejor sitio, certificó el doble trofeo.

El Andariego que hizo tercero buscó como un loco la puerta por la que había entrado nada más salir al ruedo. El asunto tomó algo de color en el quite, con un Roca Rey variado y animoso. Tras brindar al público, comenzó a maniobrar por alto en el centro del platillo por estatuarios. En los mismos terrenos alternó ambos pitones ligando muletazos de conexión con el tendido, pero justos de acople y con la colocación bajo mínimos. El peruano, excesivamente retorcido y forzado, tiró líneas por momentos de forma indecorosa. Y todo ante un animal que sin ser nada del otro mundo se dejó muletear como un bendito. Faltó comunión y rotundidad en la faena de Roca, que no llevó el barco a buen puerto. Su falta de convicción la evidenció en un lamentable sainete con la espada.

Al Dicchoso que cerró feria lo saludó con una larga cambiada y con un buen puñado de verónicas de rodillas y chicuelinas en un recibo bullicioso al que añadió tafalleras en el quite. Con el ánimo de quitarse la espinita brindó al público una labor que fundamentó en el toreo efectista, haciendo el péndulo en el centro del platillo. A partir de ahí, el toreo tiralíneas y despegado del limeño ante un oponente que se movió con transmisión en su muleta, a la que le faltó mando y ortodoxia. Un mar de pases de aquella manera, aunque eso sí, de conexión con el tendido. Suficiente en una plaza cómo ésta. Da igual el trazo del muletazo y la pureza del mismo. Lo importante para cortar las orejas es que el torero llame y el toro vaya. Sin más. Así el peruano logró convencer a una parroquia ávida de triunfalismo. El espadazo, al primer encuentro y en paralelo a las tablas, hizo el resto. Roca paseó los mismos trofeos que Emilio de Justo, pero entre el toreo de uno y el del otro hubo océanos de diferencia.

 

- Plaza de toros de Cuenca. 3ª de la Feria de San Julián. Casi lleno dentro del aforo permitido. Se lidiaron seis toros de José Vázquez, correctos de presentación y de juego muy variado. Noble y muy blando el 1º, áspero y sin clase el desagradecido 2º, se dejó muletear el 3º, sin clase el descastado 4º, enclasado y bueno pero a menos el 5º, y manejable el 6º.

- Morante de la Puebla (verde olivo y oro): oreja y palmas.

- Emilio de Justo (tabaco y oro): ovación con saludos y dos orejas.

- Roca Rey (blanco y plata): silencio tras aviso y dos orejas.