Verde esperanza

Leo Cortijo
-

Laura encarna la cuarta generación de una empresa familiar que arrancó su andadura en 1890. Ahora, Horno de Tévar da otro paso al frente y abre una nueva tienda para prestar un mejor servicio a sus clientes.

Verde esperanza - Foto: Reyes Martínez

En su camiseta verde, distintiva y característica, luce el logo de su empresa, Horno de Tévar, y bajo éste, una fecha: 1890. Es el año en el que su bisabuelo puso en marcha lo que hoy es una empresa familiar con más de 130 años de andadura, que se dice pronto. Un recorrido impensable para infinidad de compañías, y más con la que ha caído (y sigue cayendo) para los tenaces y sufridos empresarios. Todo una proeza que camina por su cuarta generación y que ahora encarna Laura. Ella es la encargada de maniobrar con el timón, la responsable de llevar el barco a buen puerto soplen los vientos que soplen. Contra viento y marea.

Los principios fueron muy «duros y difíciles», comenta. Y es que los que la precedieron sufrieron, entre otros asuntos delicados, una Guerra Civil y las penurias que ésta trajo consigo. Ella, tiempo después, puede presumir de lo que supone salvar una pandemia mundial de seculares proporciones. «No cerramos en ningún momento, hemos estado disponibles para nuestros clientes y todo con la incertidumbre que reinaba», afirma.

Laura maneja las riendas del Horno de Tévar desde 2014, cuando el destino le obligó a tomarlas de forma trágica y repentina. Se creció en el castigo, y apoyada en la «experiencia» de sus años de trabajo en la panadería y en el «aprendizaje familiar» adquirido hasta ese momento, afrontó la situación con relativa «seguridad». Eso sí, «hacerte cargo de un negocio de repente, llevarlo a tu terreno y hacerlo a tú manera es un proceso de cambio por el que hay que pasar», asume con la tranquilidad de la que se sabe con el deber cumplido.

En este trayecto, que como todo en la vida, también ha tenido sus curvas peligrosas y zonas pedregosas, algo tuvo que ayudar el que Laura viviera «rodeada de pan desde chiquitita». «Lo llevamos en la sangre», remata. Antes de empezar a trabajar formalmente, echó una mano cuando se le pidió. Los veranos y las navidades, por ejemplo, eran temporadas de arrimar el hombro. «Así nos lo han inculcado desde siempre».

Ahora, después de más de 20 años despachando pan a un sinfín de clientes en la Plaza de la Constitución, Laura es protagonista por establecer un nuevo hito en la conspicua historia de su negocio. Desde hace escasos días, Horno de Tévar tiene una segunda tienda en la que atender a su «fiel» clientela. El nuevo emplazamiento está ubicado en la Avenida de la Música Española, en el otro extremo de la ciudad. Este paso al frente se da para atender las necesidades de todo el público: «Muchos clientes de esa zona nos decían que venían al centro para comprar nuestros productos y que podríamos abrir una tienda en este barrio, así salió la oportunidad y aquí estamos». Ni la pandemia les ha parado. Ha costado más de lo debido, pero ahí están.

Laura, junto a todo su equipo –ahora mismo cuenta con 14 empleados– atiende a sus parroquianos con la plena «confianza» en su producto. Esa es la clave. Ya sea el pan, los dulces, la bollería o las riquísimas y famosas empanadas. Lo más importante es «cuidar la materia prima, que sea de máxima calidad y de cercanía», comenta al tiempo que ensalza la elaboración de su buque insignia, el pan. «Tiene fermentaciones muy largas» –explica– y eso hace que «el sabor y el aroma esté mucho más presente», además de mantener sus cualidades durante más tiempo: «la gente se lleva una barra y con ella come, cena y le hace el bocadillo al niño para el colegio para el día siguiente».

A partir de ahora, con dos puntos de venta en marcha, nuestra particular capitana de barco tendrá que redoblar esfuerzos. No le importa. Si hay alguien capacitada y preparada es ella. El cuarto eslabón de una cadena que se sentiría orgullosa al verla. Hace grande el apellido que luce y que da nombre a un horno que se tiñe de verde como marca de la casa. De verde esperanza.