Entre los fogones del siglo XVIII

Javier D. Bazaga (SPC)
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Fernando J. Múñez da el salto a la gran novela con 'La cocinera de Castamar', una obra que busca despertar los sentidos a través de las recetas más imaginativas en la Corte de Felipe V

Entre los fogones del SXVIII

«Siempre he sido escritor antes que cualquier otra cosa» confiesa Fernando J. Múñez. Un autor que ya había tenido sus primeros escarceos con el cine escribiendo cortos y dirigiendo el largometraje Las normas, pero que ha dado el salto a la gran novela con La cocinera de Castamar (Planeta), un reflejo de la sociedad española del siglo XVIII donde el lector se verá inmerso en un mundo de olores, sabores y sensaciones.

Y es que Múñez ha decidido utilizar la cocina, y todo lo que deriva de ella, como un nuevo vehículo de comunicación entre los personajes, y con el que apela a los sentidos para sumergirse en la España noble de 1720. La del monarca Felipe V, en una corte hipócrita sumida aún en numerosas intrigas motivadas por la ambición y oscuras luchas de poder.

Clara Belmonte es una joven de buena posición, hija de un médico ilustrado y culto, cuya muerte la marca sobremanera y la obliga a buscar una salida frente a la pobreza en la que se vio tras ese doloroso fallecimiento. Pero su don, convertir cualquier alimento en un verdadero deleite para el paladar, la lleva hasta la cocina del noble duque de Castamar, viudo desde hace 10 años pero que «sigue enamorado del fantasma de su esposa», cuenta el autor, que presentó su novela en la Finca El Campillo de El Escorial, en Madrid.

El azar quiere que, durante la celebración de una gran fiesta, Clara deba hacerse cargo del banquete. Su sabor y sofisticación sorprenden al mismísimo duque quien, ante el resultado, quiere visitar las cocinas para saber qué está pasando. «Todos hemos tenido ese momento al probar un plato especial y decir: pero quién ha hecho esto?». A partir de ahí, el escritor utiliza ese nuevo lenguaje para establecer entre ellos «un diálogo sensorial y emocional a través de la comida, que se irá convirtiendo en algo mucho más profundo».

Múñez trabaja la prosa con delicadeza y precisión para transitar por aquella época en la que la historia solo da coherencia al relato. «No quería que la documentación histórica fuera la novela, yo quería contar la vida de los personajes», revela. De ahí las licencias que se toma con Clara, a la que hace «contestataria por naturaleza» cuando decide que no se quiere casar en una época en la que el hombre estaba por encima en cualquier estrato social. No se quiere arrogar una mirada feminista, al menos intencionadamente, pero sí pretende reflejar «la mirada de las mujeres y cómo se enfrentan a ese mundo patriarcal que lo domina y lo invade todo».

De hecho, la protagonista es vista con recelo por sus iguales cuando le dicen que «trabaja con nosotros, pero no es de los nuestros». Ese eterno «arriba y abajo» en las clases sociales, nobleza y servidumbre, es un elemento más de esta historia. «La cocina refleja muy bien las clases sociales» dice Múñez, que se autodefine como un «autor de brújula», y que asegura que no prepara las historias sino que deja que discurran a través de sus propios personajes.

Es por eso que sus influencias son numerosas, aunque se confiesa un admirador de los relatos de Jane Austin, con Orgullo y Prejuicio a la cabeza, de Charlotte Brönte, o de las obras de Alejandro Dumas y Choderlos de Laclos. 

Sin embargo, al igual que ocurre en las mejores recetas, el autor saca lo mejor de cada ingrediente para elaborar esta primera novela, una degustación de intrigas, conjuras, engaños, amores ilícitos y erotismo que sabe a seducción, y que ya huele a éxito.