Romper barreras

Leo Cortijo
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Luis Ángel, estilista profesional, se ha hecho a sí mismo a base de romper prejuicios y derribar los muros de la intransigencia, hasta desarrollar un innovador proyecto personal llamado Biobelleza.

Romper barreras - Foto: Reyes Martínez

La profesión de mi vida es mi propia historia». Ese es el leitmotiv existencial de Luis Ángel, una persona que se ha hecho a sí misma a base de derribar los muros de la intransigencia y de romper los moldes del convencionalismo y los prejuicios. La suya es la vida del que se levanta tras cada zancadilla. El junco que es capaz de doblarse hasta lo imposible para resistir y mantenerse siempre en pie. Ese espíritu resiliente es el que le ha llevado hasta donde está, capitán de un barco llamado Biobelleza, un salón de imagen que navega contra viento y marea apostando por un concepto «único, diferente y personal».

Ésta, la de estilista, siempre fue la profesión de sus sueños. Desde que siendo un niño se quedaba «impactado» con lo que veía en la peluquería. Los hubo que intentaron borrarle esa idea de la cabeza, pero Luis Ángel desoyó esos pensamientos cenizos y apostó por lo que de verdad le motivaba. Suena poético, pero en cierto modo vengó a su madre, Mercedes, que también se quiso dedicar a este mundo, pero no le dejaron. Ella, que es la luz que le ilumina, ha sido clave en este pedregoso camino. «Lo llevo en la sangre», subraya con firmeza.

La situación no era fácil en casa ni tampoco en el instituto, pues tuvo que sobreponerse al acoso escolar de aquellos que con la misma actividad cerebral que un mandril cuestionaban su condición sexual o que se quisiese dedicar a un trabajo, aparentemente, de mujeres. Malditos clichés... Un trabajo, por cierto, que no es sólo eso, una forma de ganarse la vida, sino mucho más. Ésta es su «pasión» y su «afición». Lo que le ayuda a levantarse con optimismo y alegría todos los días y lo que le hace incluso ser «mejor persona».

Su salón de estética y peluquería le ha ayudado a ser lo que en otros momentos de su vida no pudo, porque no le dejaron. Algo tan sencillo como relacionarse con cualquier persona era un obstáculo para él, cuando algunos se empeñaban en dibujar negros nubarrones en su cielo estrellado. «He crecido profesional y personalmente», comenta con una sonrisa inequívoca de felicidad.

Su primer paso en la profesión lo dio en un pequeño local de 25 metros cuadrados en la Fuente del Oro. Apenas tenía experiencia, pero sí mucho que ofrecer. «Mi mayor secreto está en ponerle amor y ganas a cada cosa que hago», señala antes de autodefinirse como «un torbellino de constancia, pasión y dedicación». Cuatro años después de esa primera etapa, volvió a subir la apuesta. Y así, a 900 metros, adquirió su propio local en la calle Juan Martino para darle forma a Biobelleza, un enclave –argumenta– «donde prevalece la salud del cuerpo y de la mente» a través de productos naturales. Y donde, como en su vida, también rompe moldes, pues huye del concepto más tradicional de peluquería.

A través de un trato «cercano y exclusivo» y con tratamientos de los más novedosos y pioneros de la ciudad, Luis Ángel busca establecer un vínculo con sus clientes. Una relación que va más allá incluso del propio salón, pues trabaja para que aquellos que pasan por sus manos continúen con los tratamientos en casa de forma rutinaria. Es cuidarse para estar bien. «No es cuestión únicamente de belleza, de hacerte unas mechas o darte un tinte», asegura, «sino de no dañar tu piel o tu pelo».

Ahora su historia sirve de ejemplo para chicas y chicos que, como él, han decidido estudiar imagen personal. Los que fueron sus profesores en el Pedro Mercedes le llaman para que dé charlas motivacionales a los alumnos. Aciertan de lleno, puede ser un espejo en el que mirarse. No importa lo alto que quieras volar ni con quién quieras hacerlo. Si es eso lo que deseas, vuela. Y como Luis Ángel, nunca dejes que nadie corte tus alas.