La vida es sueño...

Leo Cortijo
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Daniel Moset, becerrista y aspirante a torero

La vida es sueño... - Foto: Reyes Martí­nez

La Real Maestranza de Sevilla, toros de la ganadería de Garcigrande, y Curro Díaz y El Juli como compañeros de terna. Ese es el cartel en el que le «encantaría» verse anunciado a Daniel Moset. Este joven conquense de 13 años sueña con ser torero... y en ello está. Ha empezado a andar los primeros pasos de ese largo y muy complejo camino hacia la cima del toreo.

Tras el cierre de la Escuela Taurina de Cuenca, fijó miras en tierras madrileñas, y es que desde hace dos años forma parte de la Escuela de la Fundación de El Juli, ubicada en Arganda del Rey, a 140 kilómetros de casa. Hasta allí se desplaza dos días a la semana para entrenar tres horas por jornada. Lo hace a las órdenes de los maestros Jesús de Alba, Gómez Escorial y José María Plaza. Con los ojos como platos atiende a sus lecciones con el objetivo de «asimilar todo» para que «cuando llegue la oportunidad de ponerme delante de un animal esté a la altura».

En este centro formativo, en el que comparte aprendizaje con otros 25 aspirantes más de entre 9 y 19 años, se encuentra «muy cómodo y feliz», ya que «desde el primer día» le arroparon como uno más. Alguna vez, incluso, les visita «el maestro Juli», del que guarda una lección grabada a fuego, y es que «tengo que llevarle la cara al becerro más tapada», comenta un entusiasmado Daniel. Es lógico. Recibir lecciones así es un «privilegio» al que pocos pueden acceder.

Su afición a la tauromaquia llama la atención por su precocidad. Su madre le ha contado que con un añito le ponían dibujos en televisión y rompía a llorar, y solo le consolaba ver toros. Daniel ha tenido (y tiene) buen maestro en casa. Su padre, Abel, llegó a ser novillero sin picadores. De esa etapa le ha contado un sinfín de anécdotas, como cuando le cortó el rabo a un toro en la plaza de Arcas, una de sus tardes más especiales. Con añoranza, Daniel también recuerda a Mariano, un vecino de su pueblo, Villar de Olalla, ya fallecido, que de niño le hizo un carretón con el que él entrenaba. «Era una persona muy importante para mí, yo le llamaba abuelo...». Son innumerables las veces que su padre le ha llevado a los toros. Sin embargo, Daniel recuerda una por encima de todas ellas, en la que Abel, todavía en activo, actuó como banderillero de un novillero.

Con tan solo tres años, el torerete ya tenía su capotillo y su muletilla. Y el día de su comunión se estrenó por primera vez con una becerra de verdad... y no con el carretón. «Fue una experiencia única, incomparable con cualquier otra cosa», aunque por entonces «todavía estaba escaso de recursos». Había que mejorar y por eso se apuntó a la Escuela Taurina de Cuenca, en la que coincidió con Aitor Darío El Gallo, Sergio López y Marta Reíllo, entre otros. Sin embargo, él entrenaba mucho más con Mario, otro chico de su pueblo que también quería ser torero. Cogió tablas y con nueve años se midió a otra becerra, pero en esta ocasión las cosas rodaron mucho mejor.

Desde entonces no ha parado y, siempre que puede, torea. Ya sea en la escuela de Arganda del Rey o gracias al buen trato que le han tributado los ganaderos conquenses. Antes Curro Fuentes y ahora Pedro Miota. Se deshace en elogios hacia ellos, pues sabe la titánica labor que desempeñan y lo mucho que le supone a él tener contacto directo con los animales. Así, no cabe duda, «es como más se aprende».

El camino, ya lo hemos apuntado, será largo y complicado, pero «constancia, sacrificio y trabajo» no le faltan a Daniel. Y además, lo escribió Calderón de la Barca, «toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Porque si de soñar se trata, Daniel no se queda tampoco atrás. Lo hace, y mucho. Y se imagina sintiendo el calor del albero maestrante, cuajando al natural a Orgullito, como lo hizo su «maestro» Juli hace un par de años, alcanzando la gloria del toreo. Hace bien. Por soñar, que no quede...