Bailar es vivir

Leo Cortijo
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Adriana Semprún no puede expresar con mayor pasión su amor por la danza contemporánea. Una pasión que cautiva, engancha y enamora. Una forma de ser y estar que la convierte en un ser muy especial.

Bailar es vivir - Foto: Reyes Martínez

Antes que a andar, empezó a bailar. Eso, al menos, es lo que siempre le ha dicho su madre porque ella, Adriana, siente que es algo que le ha acompañado desde el primer día. La niña creció y se hizo mujer, pero lo que nunca le abandonó fue su espíritu inquieto, curioso y decidido. Tenía claro lo que quería y por eso, apoyándose en las clases que hasta entonces había recibido y en su formación en gimnasia rítmica, hizo las maletas y puso rumbo a Madrid. Lo hizo para estudiar en el Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma. Una escuela de baile... y de vida. Seis horas al día durante seis años a piñón fijo. La agobiante sensación de tener mil ojos encima y de estar en una «evaluación continua». Porque el de la danza es un mundo exigente y competitivo. Lecciones de una férrea y consistente formación que ahora aplica como docente en la academia conquense Alegría y Javier. Eso sí, y es algo muy importante, con un método pedagógico muy particular. Adriana no entiende su existencia sin enseñar. «Una de las cosas que más enriquece en la vida es poder compartir lo que uno sabe con los demás», comenta con una sonrisa de satisfacción al ver cómo sus alumnos, que van desde los tres años hasta superar los 80, progresan.

En sus clases busca aportar los valores de la danza, más allá de la propia técnica. La danza es, dice, disciplina, constancia, sacrificio... pero también «el amor por uno mismo, por el de al lado o por lo que se está haciendo». «Si no amas ni respetas la danza, puedes practicarla, pero es imposible que la vayas a aprender», comenta convencida esta maestra con todas las letras. Vivir una de sus clases es una experiencia única y, casi al instante, se entiende cómo es capaz de inocular su pasión a todos sus pupilos. Abandona por momentos la parte más académica o metódica de la disciplina para encontrar el aspecto «liberador» que guarda el poder comunicar con los movimientos de su cuerpo. En este sentido, verla en escena es vivir algo extracorpóreo.

Si algo tiene Adriana es que es un torbellino. No para. No puede estarse quieta. Puede estar inmersa en cuatro proyectos a la vez, y sumar otros cuatro si le seducen. El último, de cosecha propia, lo ha bautizado como Cuenca, a un paso. En un mismo plato mezcla dos ingredientes, para muchos, sorprendentemente desconocidos: la danza contemporánea y nuestra ciudad. Y así se propuso contar la historia de Cuenca bailando. «Voy a todos esos lugares que esconden historias dignas de contar, bailo y lo comparto en formato reels a través de mi perfil personal de Instagram», destaca esta entusiasta artista.

Ser, en cierta medida, embajadora de Cuenca no es algo que sea nuevo para ella. De hecho, es la imagen de todos nosotros en Madrid. Adriana forma parte de la campaña Cuenca, sólo para ti que el Ayuntamiento ha puesto en marcha en emblemas madrileños como la Gran Vía, Fuencarral o Serrano.

Siente Cuenca tan adentro como su pasión por el movimiento. Y eso le lleva a defenderla a capa y espada. «Muchos me preguntan que por qué no me he ido, pero no quiero», apunta, y es que en ella aflora esa vena «romántica» de que Cuenca siempre ha sido cuna y refugio de artistas, además de pionera en el arte contemporáneo. Aboga, entre todos los que crean cultura en esta ciudad, por abandonar el discurso derrotista y tomar la bandera de la proactividad: «Creo que hay futuro y si todos aportamos nuestro granito de arena podemos conseguir cosas únicas».

Lo siente, lo vive y lo expresa con pasión. Con una pasión que cautiva, engancha y enamora. Adriana es genio y figura de principio a fin. Adriana es un ser especial. Es magia. Es luz. La vida es un baile continuo y para ella «bailar es vivir». Adriana es única.