"Pintar en la clandestinidad me enganchó al grafiti"

Ana Martínez
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Mario Rodríguez, conocido en el mundo artístico como 'Mr. Trazo', habla de sus nuevos proyectos y de su pasión por el arte urbano tras ganar el I Concurso de Pintura Mural y Grafiti

"Pintar en la clandestinidad me enganchó al grafiti" - Foto: Reyes Martínez

No quiere dárselas de Banksy, pero se asemeja cuando imprime cierto  misterio al taller-galería que quiere abrir «en algún lugar» de la provincia conquense. Será un taller de puertas abiertas, donde el espectador podrá admirar su obra en vivo y en directo, ese arte que acaba de ser reconocido con el primer premio del Concurso de Pintura Mural y Grafiti, convocado por el Ayuntamiento de Cuenca. No nació aquí, pero tampoco lo parece.

Después de catorce años implicado en proyectos artísticos en el espacio público de Cuenca, su popularidad como Mr. Trazo es innegable, pero ¿quién es Mario Rodríguez?

Mario Rodríguez es un tipo de lo más normal que lleva innata la creatividad y el dibujo, que ha estado en el lugar y en el momento adecuados. Un tipo que con mucho trabajo y mucho tesón va consiguiendo las metas que se propone y al final sus sueños se van haciendo realidad. 

Y Mr. Trazo, su alter ego.

El arte es mi vida, me resulta muy difícil separar a Mario Rodríguez de Mr. Trazo. Lo que me hace feliz es el trabajo que hago y resulta complicado separar mi faceta personal de la artística.

¿Es usted el ejemplo de que con el arte se nace?

El arte es algo que lo tienes que sentir desde que naces, algo indivisible entre lo personal y tu actividad. Al final todo lo concibes y lo ves desde la posición del arte, es una forma de vida.

¿Es verdad que desconchaba las paredes con las uñas?

Nací en Puertollano, pero en realidad soy de Brazatortas. En mi infancia, las paredes del pueblo estaban encaladas y donde había un desconchado metía las uñas... Y si no, pues cogía cualquier cosa que manchara y dibujaba sobre ellas.

¿Supieron ver en ese niño a un futuro grafitero?

No, mis padres nunca se lo plantearon, yo siempre estaba enredando, inventando cosas y nunca se imaginaron que me inclinaría por Bellas Artes. Más bien lo veían como hobbie. Con el paso de los años, el muralismo y el grafiti se han convertido en mi forma de vida.

Hay que ser monaguillo antes que fraile. ¿Fue grafitero clandestino?

Lo que me enganchó al grafiti fue precisamente ese aliciente de pintar en la clandestinidad, el poder del spray, de la firma...

Hasta que artistas como Banksy, Vasmoulakis, Escif o Phlegm lo convierten en un arte urbano de gran calidad.

El hecho de que muchos grafiteros pasáramos por una formación académica implicó una evolución de la firma hacia un potencial artístico callejero que se podía explicar de una manera más intelectual con el mural. Es verdad que el mural no lo hemos inventado nosotros, nació en México, pero al estar en la calle, los grafiteros le hemos dado mucho más valor hasta tal punto que ahora los ayuntamientos de muchos pueblos y ciudades quieren tener sus propios festivales o encuentros de muralistas. Es tanto la importancia que ha adquirido el grafiti que ya salpica a otros sectores creativos como la ilustración y el diseño y, aunque no vienen de la calle, también la están cogiendo como soporte.

En 2005 estableció su residencia en Cuenca, quizá condicionado por la existencia de la Facultad de Bellas Artes.

Sí, vine a formarme y me quedé. Eché tantas raíces que aunque no sea mi localidad natal me considero de Cuenca. Cuando llegué era una ciudad cultural en plena ebullición, con el Museo de Arte Abstracto, la Fundación Antonio Pérez, la Casa Zavala... era epicentro del arte de Castilla-La Mancha, daba gusto subir al casco antiguo. Cuenca es también una ciudad tranquila y tiene un enclave natural impresionante que han hecho que me quede por aquí.

En lo artístico y cultural, ¿qué Cuenca se encontró entonces y en qué Cuenca vive ahora?

Cuando llegué lo que menos conocí fue la ciudad. Mi vínculo lo establecí entre la Facultad y la residencia universitaria, no salía de allí. Moló mucho esa época y aprendí mogollón, había mucho movimiento, teníamos muchos compañeros, siempre había alguien haciendo una instalación por los pasillos, incluso bailando break dance... Era una Facultad muy viva, muy creativa y ahora no sé por qué, si es cuestión de crisis o escasez de matrículas, parece que todo está más apagado. Hay menos gente que estudia Bellas Artes y eso se nota en la ciudad, esa vida de estudiantes con tanta creatividad se ha perdido.

¿Y en lo que se refiere a proyectos, a dinamización cultural...?

Hubo una época en que la Casa Zavala, con Eva Guzmán, intentó lanzar una iniciativa centrada en el arte juvenil, en el arte más emergente, para darle otro enfoque en paralelo a los típicos autores de arte más institucionales. Darle esa posibilidad y ese empujón a los nuevos artistas podría haber sido muy importante para la ciudad. Se intentó hace un par de años, pero no se hace el suficiente hincapié, vienen exposiciones muy buenas, pero de artistas que están en todos lados, los institucionalizados, mientras han dejado al margen al arte emergente. Las instituciones han apostado únicamente por las exposiciones de más envergadura y nos han dejado de lado a nosotros. Al final, una ciudad la mueve la gente que la habita y no un artista ajeno a ella.

Si de algo goza esta disciplina plástica es de su capacidad para transmitir emociones, sentimientos, mensajes, reflexiones... a un número muy amplio de espectadores. ¿Cuál cree que es la mayor excelencia del grafiti?

Que un mural esté en la calle hace accesible, democratiza, el arte, la pintura y la cultura. Estás acercando una forma de comunicar y de expresar a la gente, con su consentimiento o sin él. Quieran o no la obra está en la calle y la tienen que ver, aunque sea a la fuerza, pero la calle está para lanzar mensajes y hacer reflexionar a la sociedad. Lo peor de la calle es la indiferencia y lo importante es que un mural suscite sensaciones y opiniones, sean positivas o negativas. Lo importante es despertar la conciencia de cada espectador que pasa frente a ese muro.

Entre los grafiteros hay una ley no escrita de respeto. No se pinta sobre una obra ya creada. ¿Esto invita a muchas instituciones, establecimientos comerciales, garajes... a encargar proyectos?

Es verdad que la línea entre grafiti y mural es muy borrosa, pero en este caso la voy a separar. Con 15 años, cuando yo pintaba tags en paredes, contenedores o mobiliario urbano, se podía hacer lo que se conoce ahora como pompa, unas letras más construidas que se pueden ir solapando hasta llegar a una pieza de grafiti más elaborada. En el caso de los murales ya creados, es verdad que se suelen respetar. Si a alguien se le ocurre hacer una firma o una pompa cutre, el gremio de grafiteros le pone TOY, un descalificativo, una regañina por la falta de respeto hacia la obra de un compañero.

En los últimos años se ha producido un boom de festivales de arte urbano y muralismo. ¿Hasta cuánto de bueno tiene este interés para los profesionales?

Los festivales abren determinadas puertas y lo ponen de moda, pero están bien hasta cierto punto: las instituciones se dedican a decorar y solo el término ya es ofensivo; el arte no es decorar, sino una necesidad a la que todo el mundo debe tener acceso. Es como si hiciesen festivales de pintores de brocha gorda para pintar la ciudad. Los artistas también comemos y tenemos que profesionalizar el sector, no denigrarlo. El muralismo es arte y económicamente hay que defenderlo. Si hacemos festivales donde nos regalan el material pero trabajamos gratis, las ciudades y pueblos acabarán decoradas y los muralistas dejaremos de firmar contratos. Hay festivales que sí están remunerados, son los menos; la mayoría son gratuitos, incluso muchas veces somos nosotros los que proponemos juntarnos para pintar con amigos y colegas. Pero una cosa es que nosotros decidamos regalarlo y otra bien distinta que las instituciones se aprovechen de ello. Si quieren murales en sus paredes, que los paguen.

¿Cómo los concursos?

Los concursos no son la alternativa, no soy partícipe de ellos, pero como era en Cuenca y no tenía que desplazarme, decidí pasarlo bien y dedicar un día a pintar un muro. Hace años que no participo en concursos, es algo que suprimí de mi agenda, porque ni siquiera la dotación económica es equiparable al honorario o presupuesto de un muralista. Siempre reivindico que las instituciones apuesten por festivales de arte urbano con contrataciones de artistas, porque quedará un trabajo sólido que merezca la pena, bien estudiado y contextualizado; tendrán algo digno para ver.

Patrimonio natural es el título de la obra premiada por el Ayuntamiento en ese Concurso de Pintura Mural y Grafiti. ¿Tiene que ceñirse a un discurso plástico concreto? ¿Los concursos respetan la libertad de expresión del artista?

En las bases ya te especifican que el mensaje no puede ser sexual, ni ofensivo ni crítica política, está prohibido, cuando en realidad el muralismo tiene que ser algo muy comprometido social y políticamente. En el caso de Patrimonio natural, no se me coartó la libertad, simplemente la temática era sobre el patrimonio y lo quise llevar a mi terreno, quise hace una crítica contra el consumo exagerado y la contaminación de los océanos por los plásticos en un muro que está rodeado por una isla de contenedores. Me venía muy bien para tirar por esta temática tan actual y relacionarla con el contexto.

¿Tiene algún proyecto a corto plazo para Cuenca?

A raíz de la celebración del concurso, a un grupo de amigos se nos ha ocurrido relanzar el encuentro internacional de muralistas y artistas urbanos Zarajos Deluxe. Nos gustaría mucho retomarlo, pero con ciertas condiciones, para empezar, siempre que los artistas sean remunerados por su trabajo. Habíamos pensado celebrarlo en el barrio de La Paz porque tiene 24 medianeras. En una primera edición, podríamos pintar unas tres, sería suficiente. Ahora queremos mover ficha para ver si lo conseguimos.