Pasión, lealtad y honradez

Leo Cortijo
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Marcos de la Cruz o 'Kurry', como casi todo el mundo le conoce, saboreó en primera persona lo que muchos solo pueden soñar: acariciar la élite del fútbol profesional a través de su gran pasión, la preparación física

Pasión, lealtad y honradez - Foto: Reyes Martí­nez

Nada más empezar la entrevista, Marcos advierte que en el mundo el que ha trabajado gran parte de su vida, el fútbol, se le conoce más por Kurry que por su nombre de pila. Le pusieron ese apodo siendo un niño gracias a esas pequeñas criaturas humanoides, de color verde y trabajadoras como hormigas del universo Fraggle Rock. Sin entonces saberlo, el que así le bautizó dio en el centro de la diana. Porque otra cosa no, pero currante es como él solo. Y además, desde la honestidad, la coherencia y la lealtad a sus principios. Etiquetas que en el orbe futbolístico, a veces, brillan por su ausencia.

Marcos es profesor de Educación Física en Secundaria. En 2006 aprobó la oposición e imparte clases en un ciclo formativo en el IES Santiago Grisolía. Pero antes que todo esto, acarició con la yema de los dedos la élite del fútbol profesional desde su parcela, la preparación física.

La suya es una vida dedicada de principio a fin al deporte rey. Inició camino en las categorías  inferiores de los principales equipos de Cuenca, pero pronto se dio cuenta de que ganarse la vida así «iba a ser muy difícil». Por eso, el de Valverde de Júcar compaginó sus dos grandes pasiones. Es más, lo llevó a la práctica en el San José Obrero cuando al terminar la carrera simultaneó el jugar en el campo con preparar físicamente al conjunto rojillo. Colgó las botas y por su buen hacer desembarcó en el equipo técnico que tomó las riendas que dejó huérfanas Miguel Zurro en aquella Balompédica histórica que casi toca el cielo. Allí trabajó a las órdenes de Antonio Cazalilla y Eloy Jiménez, preparó a jugadores como Mikel Rico o Beñat y sentó las bases de lo sobresaliente que es Kurry haciendo lo que hace.

Tras su salida del equipo blanquinegro por ser como es, leal ante todo, llegó su gran oportunidad. El Guadalajara, que acababa de ascender a la categoría de plata, quería contar con él. Durante dos temporadas trabajó codo a codo con jugadores de primer nivel y visitó campos míticos del fútbol español como Riazor, El Molinón, el Arcángel o el Colombino. Aunque con el míster Carlos Terrazas no tuvo la mejor relación del mundo («no fue fácil trabajar con él; soy un tipo que no suele callarse las cosas y cuando veo que algo no es, no es»), fueron dos años que Kurry vivió con «intensidad» y esperando que su «pequeña aportación» se viera reflejada en el campo y en los resultados del equipo.

El suyo es un gremio que «trabaja en la sombra». De esos de los que nadie se acuerda cuando los marcadores vienen de cara y a los que todos señalan con el dedo acusador cuando no es así. Viendo la parte llena del vaso, saboreó en primera persona lo que muchos tan solo pueden soñar. Ahora bien, viendo la parte vacía, entendió que «es un mundo de pirañas» y repleto de «intereses». Y eso con él y con su forma de ser, casa entre poco y nada. Siente que es un «privilegiado» por haber llegado donde ha llegado, pero como también es ambicioso por naturaleza, le queda el «mal sabor de boca» de no haber alcanzado la Primera División. Entonces, Kurry «vivía por y para el fútbol» porque «esto era de lunes a domingo». Supeditó muchas cosas y muy importantes por este deporte.

Ahora ya no. «No sacrifico mi vida por el fútbol», apunta convencido. Aunque después del periplo en Segunda regresó al Conquense con diferentes entrenadores porque «la cabra siempre tira al monte», una parte de su labor, siempre profesional, la desempeñó con el ánimo de «colaborar» con el equipo de su ciudad.

Ahora, a sus alumnos, les enseña todo lo que sabe porque lo ha estudiado y también porque lo ha vivido. Aprovecha la experiencia acumulada preparando a jugadores de Tercera, Segunda B y Segunda, y lo aplica en sus clases. Y lo que es más importante, no solo ahí. El «baño de realidad» que supuso conocer las cocinas del fútbol lo extrapola a la propia vida, que es un flujo continuo de victorias y derrotas. «La clave está en no creerte el peor cuando pierdes porque hay que remontar el partido, ni el mejor cuando ganas porque viene la vida y te mete un nuevo gol». Por eso, sentencia, «viviría otra vez todo lo que he vivido y, además, más intensamente».