David de Miranda, del infierno al cielo

Leo Cortijo
-

El torero onubense, que toreará en la Feria Taurina de San Julián, pasó de estar postrado en una cama y creer que no volvería a torear jamás, a alcanzar la gloria tras un triunfo de puerta grande en Las Ventas

David de Miranda, del infierno al cielo

Hay quien cree que algo bueno espera a la vuelta de la esquina cuando las cosas no van bien en un momento determinado. Un rayo luminoso de esperanza que habita dentro de aquellos que atraviesan un difícil bache y les hace reconfortarse interiormente consigo mismos. Sucede en todas las facetas de la vida, sin excepción. Solo que en el mundo del toro parece que los diques secos son menos duros por esa mala –entre comillas– costumbre de los toreros de recuperarse a velocidades supersónicas. He dicho parece, pero no es así.

Ellos son los que, además de padecer los miedos de las recuperaciones tras las cornadas o las lesiones, por las secuelas que puedan producirse, luchan de manera encomiable y corajuda por volver a jugarse la vida lo antes posible, pese a que ello suponga volver a la casilla de inicio. De los muchísimos casos que existen y han existido, uno de los más llamativos de los últimos tiempos es el del onubense David de Miranda, que el próximo día 27 hará su primer paseíllo en el coso del Paseo de Chicuelo II de la mano de Morante de la Puebla y Cayetano, para enfrentarse a toros de la ganadería de los hermanos García Jiménez.

Un cartel, por cierto, que es «una apuesta grande y atrevida por parte de la empresa» al conjugar dos figuras con un joven. «Eso es fundamental para la Fiesta, porque crea una expectación y un aliciente más para el aficionado», destaca el de Huelva. Y no es para menos, porque «cuando hay toreros jóvenes apretando eso hace que, al anunciarse con ellos, las figuras den también el do de pecho y el que acaba ganando es el espectador».

Se muestra «muy ilusionado», porque como él mismo dice, «esto es la Champions del toreo, donde están todas las figuras y todas las revelaciones». Y por eso un debut en una feria así, «tan rematada», es «un orgullo, un privilegio y un sueño».

Hace dos años sufrió una grave cogida en la zamorana plaza de Toro que le produjo una dramática lesión medular. El cuello crujió en la caída. El parte oficializó cuatro fracturas de vértebras, afectadas las cervicales C1 y C2 y rotas las dorsales D6 y D7. Los médicos le dijeron que se olvidara de torear. Que, con suerte, volvería a andar y a hacer vida normal. Permaneció cuatro meses inmovilizado con un collarín y un corsé en una cama. Después vinieron otros tres de dura rehabilitación. Y así, un año apartado de los ruedos. Sin tocar los trastos. Un auténtico calvario.

«Fueron meses muy largos, de mucha incertidumbre y de angustia, porque lo pasé muy mal», comenta el joven. En ese pozo, sin embargo, consiguió sacar fuerzas de flaqueza, pues «a la vez fue tiempo para ilusionarse y para fijarse nuevas metas y objetivos». En ese complejo y arduo trayecto ha habido «mucho sacrificio y mucho trabajo, pero las ganas de querer alcanzar tu sueño hizo que todo fuera más llevadero».

Ascenso del infierno. Un proceso de recuperación largo y tendido que acabaría dando sus frutos en la pasada Feria de San Isidro, desorejando al sexto toro del encierro de Juan Pedro Domecq, de nombre Despreciado. Allí había un torero resucitado. Un hombre libre que logró escapar de las fauces del infierno para llega a Madrid un 24 de mayo a tocar el cielo. Allí pudo sentir el calor del sitio en sus plantas, lo plomizo de las mismas dentro de una escena que aventuraba un triunfo cantando a golpe de firmeza y casta brava.

Ese camino del infierno al cielo «hace grande al toreo», afirma el torero. «Me tenía casi que olvidar de torear y al año siguiente abro la puerta grande de Madrid; esa es la grandeza de la Fiesta, porque después de vivir una tesitura así, una puerta grande en Las Ventas es un sueño del destino que todavía se paladea más intensamente después de todo lo que he vivido», termina.