El Picazo se resiste a olvidar a sus 'quintos'

Jonatan López
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La localidad picaceña, a pesar de las restricciones de la pandemia, mantiene y vive una de las costumbres más arraigadas que se celebran en el mes de mayo en la provincia

El Picazo se resiste a olvidar a sus ‘quintos’

Es una de las tradiciones más arraigadas en los municipios de la provincia, pero también una de las más amenazadas por el paso del tiempo. Hasta hace unos pocos años eran habituales en el calendario festivo de cada localidad, se celebraban durante los últimos días de abril y los primeros de mayo y congregaban a todos los vecinos. Son las ‘Fiestas de los Quintos’ que, tradicionalmente, reunían a los nacidos en un mismo año que cumplían la mayoría de edad y debían ser tallados para acudir a prestar el Servicio Militar. 

Veinte años después de que la mili pasara a la historia, la despoblación antes y la pandemia después se han encargado de que prácticamente desaparezca de muchas poblaciones. No obstante, El Picazo se empeña en celebrar y preservar una fiesta muy querida por sus vecinos.

Quince mozos y mozas de la localidad picaceña participaron recientemente en esta tradición que, por desgracia, va quedándose en el baúl de los recuerdos. «Se celebra con los hijos e hijas de las familias que viven o son de aquí», cuenta Ángela Pérez, encargada de reunir las imágenes grabadas durante los días festivos, para elaborar un vídeo con los tradicionales mayos y difundirlo por las redes sociales del Consistorio. El verdadero artífice de que el acervo continúe «es Mario Temprado», un acordeonista «que es el culpable de que esto se mantenga. La gente no se pudo juntar el año pasado y se grabaron imágenes con todos los que suelen tocar en el grupo musical. A las 12 de la noche del 1 de mayo se colgó en la página del Ayuntamiento y todo el mundo desde su casa pudo verlo». Al día siguiente, los grupos de casados que nacieron el mismo año y son quintos «se reunieron para cantar mayos y canciones populares». 

Zurra y azulete. La pandemia y las restricciones condicionan las tradiciones, pero una de las costumbres de estas celebraciones «es llevar un sombrero militar, y hacer camisetas y pañuelos con el año de la quinta». Además, antes de comenzar los festejos, es habitual hacer una zurra (vino azucarado, fruta y limón) y madalenas, e invitar a todos los vecinos. También se recorren las calles con un carro de metal al que se le colocan petardos y pólvora. 

«Se hacen varias paradas, se canta el mayo a la Virgen en la puerta de la iglesia o junto a un monumento, se canta al alcalde o alcaldesa y el último mayo es para la mozas», explica Pérez. Esa misma noche se lanzarán fuegos artificiales y con azulete (polvo azul para la ropa blanca) se pintan las aceras y las fachadas con el año de la quinta y los nombres de los integrantes, o alguna frase que permanecerá durante varios días. 

«Antes se iba por las calles para pedir en las casas e invitar. Ahora se solicita dinero y se costea las cervezas, los aperitivos o la comida, que se reparte gratuitamente en el local de los ‘quintos’ para la gente del pueblo. Normalmente, la gente da mucho porque es una fiesta que aquí se le tiene mucho cariño y que se ha sabido adaptar perfectamente a los cambios», describe la vecina de El Picazo, que explica que cuando acabó la mili «se incluyó a la mujer y, entonces, ya empezó a participar en la agrupación musical. En este último año, se han añadido instrumentos como el ukelele y una caja. Eso le gusta mucho a la gente». 

Uno de cada cinco mozos servía al ejército y al rey. La denominación ‘quinto’ se remonta a la contribución de sangre o la obligación de hacer el servicio militar que instauró Juan II de Castilla durante su reinado (1406-1454), por la que uno de cada cinco varones debía acudir al ejército. Otros dicen que fue Felipe II el que recuperó el servicio y hay quien otorga esta tradición a Carlos III, que dictó una ordenanza por la que uno de cada cinco mozos del pueblo debía servir al ejército y al rey, al menos durante ocho años. 

El Picazo se resiste a olvidar a sus ‘quintos’
El Picazo se resiste a olvidar a sus ‘quintos’
La costumbre obligaba a que los ‘quintos’ llamados a filas se juntaran ese año, organizasen rondas y recorrieran el pueblo acompañados de la banda o de varios músicos, para recaudar dinero y costear el gasto o coste de la bebida y de las viandas que se iban a repartir. Se cantaban coplillas, se arengaba al grupo para organizar una gran fiesta y se aseguraba con grandes pintadas –algunas resisten el paso del tiempo– que la quinta era la mejor. Ser quinto de otro era cuando menos un concepto de amistad que, por desgracia y como tantas otras cosas, queda y se borra en la memoria de los que lo fueron.