La invasión de los electrodomésticos europeos en Ghana

G. F. y G. S. (DPA)
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La importación de basura electrónica es un negocio en el país africano que, aparte de dar una segunda vida útil a los aparatos, tiene un sistema informal de reciclaje con el que revende el metal a los Estados más ricos del mundo

La invasión de los electrodomésticos europeos en Ghana - Foto: JANE HAHN

Tony Obour es un maestro con el destornillador. Está trabajando en un viejo televisor en su taller de Accra, capital de Ghana, donde repara aparatos electrónicos desechados por Europa. No lejos de allí, Lubman Idris está inclinado sobre un montón de chatarra. Se gana la vida vendiendo viejas piezas de aparatos eléctricos rotos.

Mientras, a más de 5.000 kilómetros de distancia, en el puerto de Hamburgo, el superintendente de Policía Wolfgang Heidorn tiene la tarea de seguir el rastro de los residuos que salen del país de forma ilegal.

Computadoras, impresoras, aspiradoras, lámparas: el cúmulo mundial de los denominados desechos electrónicos está creciendo rápidamente. Según un estudio de Naciones Unidas, se calcula que en 2021 habrá 44,8 millones de toneladas.

En los países más ricos los consumidores quieren la última tecnología. Cuando se entrega una nueva lavadora se retira la vieja o se vende de segunda mano. Pero, ¿qué pasa con la máquina después de eso?

Tafsir Rahimi, de Afganistán, trabaja como distribuidor en Hamburgo. Compra televisiones viejas y otros aparatos que fueron devueltos a las empresas por los consumidores, los repara y los envía por barco a África.

La Policía inspecciona regularmente a gente como Rahimi para asegurarse de que los productos que comercializa están en buenas condiciones. Sin embargo, a menudo se cuelan dispositivos rotos.

Uno de los importadores más importantes de aparatos electrónicos es Ghana. «Hasta 100 contenedores pasan por aquí diariamente», explica Peter Bopam, responsable de la terminal aduanera Jubilee. 

«Tratamos de revisar el mayor número de contenedores posible», asegura Fred Yankey, de la oficina de impuestos. Pero hay escasa capacidad. ¿Y qué pasa cuando se descubren aparatos rotos? Yankey se encoge de hombros. «No hay tiempo para comprobar si todo funciona», explica.

Obour vive de la reparación de viejos equipos electrónicos procedentes de Europa desde hace casi 30 años. En su taller, este hombre de 51 años repara televisores usados.

Compra el material a los importadores que venden sus productos cerca del puerto, explica. No sabe si los dispositivos funcionan o no hasta que los lleva a su taller. «No se prueban de antemano, por eso son más baratos». Luego él intenta reparar los defectuosos y los vende a través de un distribuidor. Algunos terminarán en la sala de estar de una familia ghanesa o en la pared de una cafetería.

El material que sobra no tiene valor para él, así que se lo entrega a los recolectores de chatarra. Accra está lleno de ellos: Jóvenes que suelen ir de dos en dos, empujando carros por las calles buscando cualquier cosa que contenga metal.

Cuando terminan de recoger chatarra, se dirigen a una zona del centro conocida como Agbogbloshie.

Aquello parece un cementerio electrónico. Los motores y piezas de repuesto desechados se encuentran dispersos a ambos lados de la carretera. El suelo está negro. Hombres jóvenes trabajan bajo desvencijados techos de hierro ondulado.

Contra todo pronóstico, la gente es capaz de ganar algo de dinero con la basura. Prácticamente no hay industria oficial de reciclaje. «Compramos piezas a la gente de los carros», sostiene Idris, que tiene un pequeño taller a orillas del río. A sus 30 años, lleva 12  trabajando como reciclador.

Caos

A primera vista, Agbogbloshie parece caótica, pero en seguida se hace evidente que es una máquina bien engrasada. Decenas de miles de personas trabajan aquí: Recolectores, recicladores y comerciantes. Incluso hay una oficina de impuestos y sucursales bancarias.

Un humo acre se extiende en el aire mientras los recicladores queman el plástico de viejos cables para tener acceso al metal que recubren.

A diario los recicladores respiran gases tóxicos y manipulan mercancías peligrosas sin protección. Pero es parte del trabajo. «No puedes librarte de eso», explica Idris.

Este reciclador vende el metal que extrae de electrodomésticos viejos   a comerciantes que a su vez lo revenden a otros.

Círculo 

Un minorista llega en una bicicleta destartalada. «Vendo el producto a empresas que funden el metal para luego exportarlo», explica. Así, la mercancía suele terminar en China, Francia, la India, Alemania y otros países, cerrando el círculo.

Según los expertos, este sistema informal tiene sus ventajas, porque desde el punto de vista de los recursos tiene mucho sentido.

Pero también hay riesgos para la salud, para el medio ambiente y bajos salarios. Y otra desventaja, como el sector informal está tan bien organizado, el oficial no puede trabajar.

¿Pueden los recicladores informales convertirse en recicladores oficiales y detener el procesamiento ilegal de sustancias tóxicas y la quema de plásticos? Lograr tal hazaña será una tarea hercúlea.