La razón del juego

Leo Cortijo
-

'La Tribuna' conversa con usuarios habituales de las apuestas deportivas para despejar la incógnita de un interrogante: ¿por qué juegan?

La razón del juego - Foto: Ví­ctor Fernández

Carlos, Víctor, José Manuel y Cristian cumplen perfectamente con el perfil del apostador de la última década. Los cuatro son chicos y tienen entre 20 y 35 años, y los cuatro visitan con relativa asiduidad las casas de apuestas. Presentan perfiles totalmente distintos y sobre el papel sus vidas tienen poco o nada que ver. Sin embargo, hay un aspecto elemental que les sitúa en el ojo de un huracán común: los cuatro apuestan, en principio, «por diversión» y por darle «emoción» a los partidos de su equipo de fútbol o a los deportes que más les apasionan.

El mayor de todos ellos es José Manuel, de 34 años, casado, con dos hijos y repartidor de profesión. «Ni siquiera me planteo si tengo o no un problema con el juego porque sé que no lo tengo», asegura convencido. Y cimenta su convicción en que controla la situación y en que ésta no le domina: «Apuesto cuando me apetece y solo para divertirme, no me obsesiona si gano o pierdo y el dinero que me juego es mínimo». José Manuel parece tenerlo todo bajo control, pero también es «consciente» de que, llevado al extremo, el juego puede convertirse en un «problema muy gordo». Es más, «últimamente los medios de comunicación están todo el día informando sobre el aumento de las casas de apuestas y de los problemas que generan entre los jóvenes», argumenta en una especie de reproche hacia la prensa.

Carlos y Víctor son amigos. Ambos son estudiantes universitarios del campus conquense y tienen 21 años. Ellos dividen sus apuestas entre las presenciales, casi siempre en el mismo par de establecimientos, y las que realizan online a través de sus teléfonos móviles. «Todos los días miramos las cuotas que hay en diferentes deportes y en base a eso apostamos una cosa u otra», afirman. Es más, señalan que hay «grupos de apostadores» que a través de WhatsApp o Telegram aconsejan a los usuarios sobre las apuestas que mayor rédito les pueden ofrecer. Es una especie de tecnificación del juego, intentando centrar el tiro «lo máximo posible».

En este punto, la pregunta es obligada: ¿os obsesiona el juego? Carlos y Víctor se miran, dibujan una mueca rara en su cara y se encogen de hombros. «No», terminan por esgrimir evidenciando una palmaria falta de convencimiento. Repreguntamos y les hacemos ver que están al tanto de lo que se cuece en las casas de apuestas casi minuto a minuto y que no hay día en el que no pongan en juego, al menos, un par de euros. Su respuesta no puede dejarnos indiferentes: «Bueno... hay otros chavales que se gastan ese par de euros en tabaco, cervezas o cosas peores; apostar muy poco dinero, aunque sea todos los días, no hace daño a nadie». 

Cristian es el benjamín de nuestra pequeña muestra. Tiene 19 años recién cumplidos y asume con una naturalidad pasmosa lo que él califica como «afición» por las apuestas. Dice que «casi todos» sus amigos juegan: «Algunos más y otros menos, pero todos en realidad». Es más, conoce a «algún menor de edad» que también lo hace gracias a la inconsciente complicidad de «algún amigo» que tiene la entrada permitida en este tipo de establecimientos. «Hasta que no tienes los 18 no te dejan entrar porque te piden el DNI en la puerta, pero hay algunos chavales que le piden a alguien mayor que apueste por ellos y ya está solucionado el problema». Así de fácil lo pinta Cristian.

Tanto este jugador como los otros tres confirman que, «por el momento», seguirán apostando. Lo tienen meridianamente claro: no hay razón aparente para echar el freno todavía. Según ellos, no hay nubarrones negros en el horizonte. Y no solo eso: están convencidos de que la tormenta nunca descargará.