Silencio y lágrimas

J. Monreal
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María del Carmen Benito Abarca

Silencio y lágrimas

Damas de la Congregación de nuestra Señora de la Soledad y la Cruz. Así se denominan este grupo de mujeres conquenses que cada año acompañan en el dolor a la Madre en Soledad que camina lenta tras el Cristo Yacente.

Conquense de profundas raíces y convicciones, Carmen ha vuelto a cumplir un año más con el compromiso asumido hace tiempo.

«Salgo el Viernes Santo siguiendo la tradición que inició mi madre, quien no pudo verme desfilar de mantilla», dice Carmen, quien tras fallecer su madre no dudó ni un instante en tomar el relevo y desfilar como Dama Acompañante a Nuestra Señora de la Soledad y la Cruz en la triste noche del Viernes Santo conquense.

Luto riguroso, mantilla y peineta. Rosario en mano y mirada atenta al dolor de la Madre que suplica al cielo.

Santo Entierro.

«Asumo el compromiso con gusto y desde la convicción. No es lo mismo ver el desfile como espectador que como integrante del mismo. Las sensaciones son diferentes porque cuando sales vestida de mantilla vienen a ti multitud de recuerdos y de vivencias difíciles de explicar, porque están entremezcladas la devoción, el recogimiento, la fe y la tradición».

Carmen vive con intensidad los días previos al desfile, «y en verdad, todo lo que significa la Semana Santa ya que pertenezco a varias hermandades, entre ellas a Nuestro Padre Jesús Nazareno del Puente, a la Congregación y a la del Duelo de reciente creación. Todo el año esperamos con ilusión que llegue el momento del desfile, y aunque mucha gente pueda pensar que hay cierta dosis de lucimiento, en el caso de las Damas Congregantes es todo lo contrario. No hay signo de ostentación porque para mí, como para mis compañeras, la mantilla es nuestro uniforme. Discreto y sin complemento alguno salvo la venera».

Vestirse para desfilar con mantilla es todo un ritual, que requiere la ayuda de alguien que supervise que todo está en su sitio.

«Hay muchos elementos que hay que tener en cuenta, entre ellos la colocación de la peineta (la teja), y sobre ella la mantilla para que quede uniforme y equilibrada. Se sujeta con un alfiler y aunque parezca sencillo, tiene su complicación», dice Carmen mirando de reojo al espejo para comprobar que todo está en orden.

Llegado el momento, las Damas Congregantes ocupan cada una su puesto en el desfile (por estatura), y a partir de ese momento, el silencio se adueña de la formación de las 24 damas que inician el recorrido, lento y doloroso junto a la Madre que implora clemencia.

Paso a paso, en absoluto silencio, roto tan solo por alguna oración a flor de labios, las Damas Congregantes acompañan en su camino a la impresionante talla del insigne Marco Pérez.

La música lejana amortigua el dolor.

Luto riguroso en el exterior y lamento contenido en el corazón, mitigado por la esperanza de la cercana resurrección. Duelo y llanto.

«Ser dama congregante es un honor, y no sólo en el momento del desfile sino a lo largo del año, ya que participamos de las diversas actividades que se organizan, entre los que destaca el 75 aniversario del Yacente que celebramos la pasada edición de nuestra Semana Santa, y digo nuestra Semana Santa porque es algo que muchos conquenses llevamos dentro como algo propio, algo de lo que no queremos prescindir.

Carmen vive, un año más su Viernes Santo de particular sentimiento. «Lo cierto es que se pasa pronto y apenas te has quitado la mantilla ya estás pensando en la próxima vez que vayas a salir. Aún me quedan unos cuantos años para seguir saliendo con mis compañeras, y aunque no habrá relevo en mi caso, porque no tengo hijas que sigan la tradición, nunca faltarán en el desfile Damas Congregantes», dijo.