Javier Canales Albendea: Caballos indómitos

Leo Cortijo
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La pasión de Javier son las Harley-Davidson, tanto como para haber tenido 13 en apenas 10 años, y es que las entiende como «una forma de vida», pues son motos con «un alma y un significado especial»

Milwaukee. Estados Unidos. 1903. El joven William S. Harley, su amigo Arthur Davidson y el hermano de éste, Walter, reescribían –sin poder imaginárselo entonces– la historia de las dos ruedas. Todo ocurrió en el patio trasero de la casa familiar de los Davidson, que a modo de taller sirvió como escenario de su ópera prima: el primer modelo de competición de dos apellidos que han trascendido generaciones, tendencias e influencias hasta convertirse en un icono: Harley-Davidson.Más allá de modas y por encima de las características técnicas de cada moto, esta marca es para muchas personas un estilo de vida. Casi una religión que asienta sus cimientos en un profundo espíritu de libertad y rebeldía. Una forma muy particular de ser y estar. De sentir y de vivir. De tirar millas sentado sobre un motor de dos cilindros en V que suena como pura poesía. Él es Javier Canales, alias Monago. Es policía nacional y ésta es su «pasión». Algo que no le convierte –advierte– en motero, sino en harlista, «que no es lo mismo». Este gusanillo le picó hace poco más de una década tras una experiencia «no muy satisfactoria» con una Ducati de carretera. Tras bajarse de la italiana, se subió a la americana para no bajarse jamás, aunque no es fiel a la misma, ni mucho menos, pues en estos 10 años ha conducido ya 13 harleys. Casi nada. A más de una por año. Pero ojo, que entre risas reconoce que éste es su «único vicio» y que, en la medida de lo posible, procura no perder dinero en cada compraventa. Javier se autodefine como un «enamorado» de la marca, porque es «otra cultura; otra historia... son motos que tienen un alma especial y un carisma único». Es tajante. No duda. «Una harley no es una moto cualquiera de plástico que aparcas por ahí en cualquier esquina». Su última «joya» solo tiene dos meses. Es una Harley-Davidson softail breakout de 1.800 centímetros cúbicos. Una «bestialidad» de motor que es signo de diferenciación, «pues no son motos muy rápidas, pero sí tienen muchísima fuerza».Dentro de la variedad de estilos, la mayoría de los productos de la santa casa de Milwaukee son «custom», comenta Javier, lo que les da ese «singular aspecto». Sus 13 harleys han seguido esa línea, aunque cada una con sus peculiaridades. Algunas compradas en España y otras importadas desde Estados Unidos. De todas ellas, «la más especial» fue una hecha de forma totalmente artesanal. «Desde cero y pieza a pieza», explica con brillo en los ojos. Además, esa tenía un motor clásico, un ironhead del 79. «Me la hizo un amigo que es constructor de motos exclusivamente para mí... No había otra igual en el mundo». Su particular fisionomía les confiere un pilotaje, cuanto menos, complejo. «Los pies van por delante, el manillar te obliga a ir muy abierto y el asiento va muy abajo». Rasgos que las identifican, pero que exigen una destreza especial. «La mía en concreto, con un 240 de neumático trasero y con el lanzamiento de horquilla que lleva, es bastante complicada de llevar porque en el momento que tocas un poquito la dirección se mueve entera». Por eso, termina, «son motos para disfrutar de la conducción». A lomos de estos caballos indómitos ha recorrido España «de punta a punta», aunque el viaje más lejano fue el que le llevó a una concentración de harlistas en Faro (Portugal). «En total fueron 2.000 kilómetros, que se dice pronto». Estrecha lazos de unión con apasionados de la harley como él en una peña de San Lorenzo de la Parilla, «que nos juntamos, más que nada, para hacer almuerzos, concentraciones y kilómetros». Y es que esto es «otra filosofía de vida». Hay americanos, comenta, «que viven por y para ella, que no tienen ni qué comer, pero tienen una harley en la puerta». Como se suele decir, solo entiende mi locura quien comparte mi pasión. Así que, carretera y manta.