«Del infierno también se sale»

Leo Cortijo
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La historia de Ángela Mialdea es la historia de una joven que intentó suicidarse, que derrotó a los demonios que durante algún momento le han visitado y que ahora le hace disfrutar de esas «pequeñas cosas maravillosas» que tiene la vida.

Ángela Mialdea, que es enfermera y tiene 25 años, trabaja en el Colegio de Educación Infantil y Primaria Casablanca de la capital. - Foto: Reyes Martínez

Ángela no paró de intentarlo hasta que entendió que «no quería quitarse la vida», que lo que realmente pretendía era «quitarse el sufrimiento». Esta es la historia de una superviviente. Esta es la historia de una luchadora que se ha batido en duelo con aquellos demonios que durante algunos pasajes de su vida se han empeñado en visitarla y a los que ha hecho claudicar gracias al espíritu guerrero que guarda en su interior. Esta es una historia de superación, un ejemplo de vida que demuestra que «del infierno también se puede salir». Ángela ha mirado frente a frente a la muerte para comprender que la vida encierra un sinfín de lo que ella llama «pequeñas cosas maravillosas».

Hubo un momento en el que creía que vida y sufrimiento eran dos términos indivisibles, que caminaban de la mano de forma indisoluble. Ese era el gran error de esta joven enfermera de 25 años: «Cuando mi cabeza explotaba, todo lo relacionaba con el sufrimiento... el mero hecho de despertarte ya era sufrir». «Poco a poco» y sin un detonante claro que motive la acción, «la cabeza se va llenando de basura y llega un momento que la gota colma el vaso». Una «descarga de adrenalina» que te lleva a tomar una decisión que puede resultar fatal en «apenas dos segundos». Así lo hizo ella. Con una botella de amoniaco que tenía a mano. Ángela habla sin tapujos de cómo intentó quitarse la vida ingiriendo este compuesto químico. Y no era la primera vez que lo intentaba...

Afortunadamente, el destino le tenía guardada una nueva oportunidad. Después de estar una semana ingresada en la unidad de Salud Mental, retomó la terapia con su psicólogo, un pilar «fundamental» en todo este proceso. Así debe ser incluso cuando «creas que estás curada», pues un «fallo» que ella cometió es que cuando se sintió «mejor» tras el primer intento, recayó. «Tienes que seguir yendo a terapia para reforzar eso que tanto has trabajado», y es que los consejos de ese especialista dieron con el quid de la cuestión: «Por fin alguien me explicó cómo eran las cosas, lo entendí y me puse a luchar».

Ángela asumió que tiene una enfermedad mental que le lleva a padecer depresión y ansiedad, que ésta es una «compañera de viaje que puedes llevar de buena o de mala manera» y que en el fondo tienes que aceptar, ya que «tú eres tú y tu enfermedad». Eso no le hace olvidar todo el camino que ha recorrido para llegar a este punto, en el que ahora reina la calma. «Me he esforzado una barbaridad y estoy muy orgullosa de mí», subraya antes de apuntar que es consciente de que todavía queda «un montón» de camino por recorrer porque «sé que curada no estoy».

El transcurrir por el túnel no ha sido nada fácil. Le ha costado «muchísimo» salir de donde he salido. En el trayecto se ha encontrado piedras muy grandes. Ha «perdido» a mucha gente «porque no todo el mundo entiende y acepta a una persona que hace cosas raras o dice ciertas cosas aunque no las diga de corazón, porque tiene una enfermedad». Por esa razón, una de las motivaciones que lleva a Ángela a contar su historia no solo es para servir de espejo de alguien que, como ella en su momento, esté pasando ahora por una situación similar. También lo hace para poner el foco en la salud mental, para que salga a flote, no se silencie y no se pase por ella únicamente de puntillas. Todo lo contrario: «Se está llevando por delante a mucha gente y hay que darle la importancia que realmente merece».

Una «mano amiga». En todo este proceso han sido «imprescindibles» sus padres. Ellos han sido el principal asidero al que agarrarse: «Es clave en el momento en el que pierdes el control  encontrar una mano amiga... hay que buscar ayuda si ves que tú sola no puedes con ello». Nunca hay que tirar la toalla, siempre hay una solución. Así lo hizo Ángela con su entorno más cercano, al que hizo ver que «algo no funcionaba bien» en ella. Para ellos no guarda más que palabras de agradecimiento, ya que han vivido momentos muy complejos. Juntos los han superado, y es que los padres «siempre van a estar ahí».

Ahora todo ha cambiado. Ahora, a pesar de esos incómodos compañeros de viaje con los que Ángela ha asumido que tiene que viajar en el coche, la vida se afronta de una manera bien distinta. «No tengo ideas de quitarme la vida ni creo que me vayan a venir porque ya lo he entendido y lo interpreto de otra manera», comenta convencida. Lo que ha entendido es el «verdadero significado» de la vida, porque ésta no es un camino de rosas sin espinas. Algunas espinas hay. Y además pinchan. Pero por encima de ellas hay pétalos de un color rojo intenso.

Pétalos en los que Ángela se apoya para ver el lado bueno de las cosas. Como su trabajo, que le «encanta», y es que estudió Enfermería para «ayudar a los demás» y así tiene que seguir siendo. O como la Semana Santa, su gran pasión, y la Banda de Trompetas y Tambores, con la que quiere volver a interpretar marchas procesionales mientras resuenan las horquillas en el empedrado. O como cualquier celebración por el motivo que sea con su familia, su pareja o sus amigos. Incluso por cosas que parecen mucho más nimias a simple vista, como contemplar un atardecer o tomarse un café. «Esos pequeños detalles» –remata– «un buen día pasan a convertirse en detalles enormes». Quedémonos con eso.

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