El icono del cine republicano también se filmó en Toledo

Adolfo de Mingo
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La primera parte de Fermín Galán (Fernando Roldán, 1931), película sobre el mártir de la sublevación de Jaca, se desarrolló en escenarios como la Catedral y el Alcázar. Su director acabaría siendo depurado durante la dictadura

El icono del cine republicano también se filmó en Toledo

En 1931, poco después de la proclamación de la Segunda República, el escritor anarquista Carranque de Ríos realizó el guion de una película que iba a titularse Abril. El proyecto no salió adelante por falta de inversores -«el capital cinematográfico no estaba en manos republicanas», según el historiador del cine Román Gubern-, privando al público español de una película que, al menos de nombre, aspiraba a ser el paralelo de la soviética Octubre, filmada por Sergei Eisentein apenas tres años atrás.

En su lugar, tuvimos Fermín Galán, «la primera película inequívocamente política del nuevo régimen». Se trataba de un film que recogía la vida del capitán Fermín Galán Rodríguez (1899-1930), protagonista de la fallida sublevación de Jaca, que tuvo lugar apenas cuatro meses antes de proclamarse la Segunda República. El proyecto, del que ya se hablaba en mayo de 1931, contó con el antecedente de un poema dramático escrito por Rafael Alberti, exitosamente estrenado en Madrid a finales de ese mes en el Teatro Español, con Margarita Xirgu. «Su Fermín Galán -según recogía El Sol- es historia viva, es decir, leyenda popular, recogida por tradición oral. Esa y no otra es su verosimilitud. De ahí sus anacronismos, su exaltación. Inocente en su magnificencia, su aliento épico». No mencionaba el diario republicano el escándalo que se produjo al aparecer en escena el personaje de la Virgen María, declarándose republicana y pidiendo la cabeza del rey.

El guion de la película fue realizado a partir de un poema en cinco partes de Fernando Alarcón y del dramaturgo, periodista y empresario teatral Enrique López Alarcón (1881-1948). Se componía, básicamente, de la estancia de Fermín Galán en Toledo como cadete, su etapa combatiendo en África, su participación en la Sanjuanada de 1926 -la conspiración que intentó poner fin a la dictadura del general Primo de Rivera- y su prisión en el castillo de Montjuic, la sublevación de Jaca y su heroico fusilamiento. El protagonista sería José Baviera (1906-1981), quien años después haría una larga carrera en el cine mexicano como actor y doblador.

Su director fue Fernando Roldán, antiguo ayudante de José Buchs, un cineasta de carrera consolidada -con experiencia de rodaje incluso en Francia y Alemania- pero sin ningún largometraje hasta ese mismo año, cuando estrenó El sabor de la gloria. «Aquí, donde el director ha sido casi siempre un advenedizo sin talento, pero con la osadía que presta la ignorancia -decía de él Rafael Martínez Gandía, en una entrevista para Crónica, el 29 de noviembre de 1931-, hay que hacer una excepción honrosa con este hombre, uno de los pocos que tienen detrás un largo historial en que basar su titulo actual de director de films». Durante la Guerra Civil realizó documentales como Así venceremos o Madrid, sufrido y heroico. Una vez finalizada la contienda, sería depurado y no volvería a dirigir película alguna.

TOLEDO. Conocemos algunos detalles sobre el rodaje en Toledo, realizado durante la segunda quincena de marzo, gracias al periódico local El Castellano. Se trataba de la primera de las cinco partes de la película, correspondiente a la etapa del protagonista como cadete en la Academia de Infantería:

«Fermín Galán, como tantos otros compañeros suyos, tiene novia en Toledo: una novia buena e ingenua que, por sus rancias costumbres familiares, por la típica calleja en que vive y por la antigua reja a que se asoma, simboliza en la idea capital del argumento la austera tradición. Pero, espíritu sensible a las sugerencias más progresivas de la Historia, el cadete se siente acuciado con mayor fuerza por otras preocupaciones nacidas de su admiración a las epopeyas toledanas libertadoras, que le atestiguan torreones y muros seculares, y especialmente le sugestionan la visión de Padilla y los heroísmos de las Comunidades castellanas. Y un día en los soportales de Zocodover, a la hora del paseo, se cruza con un grupo de turistas del que destaca una chica moderna que atrae súbitamente su curiosidad y cautiva pronto su espíritu apetente de amplios horizontes. La complicada viajera rima mejor con su ideal que la sencilla toledana, y esa es la mujer que, a partir de entonces, ha de estimular sus exaltadas inquietudes y acompañarle hasta, ya derrumbado él en Jaca por la descarga de fusilería, transfigurarse ella en imagen de la República».

El rodaje, que al parecer transcurrió «en medio de gran expectación pública», comenzó con las habituales panorámicas de la ciudad y vistas de la Catedral, Santa María la Blanca, la Posada de la Sangre y el Alcázar. El Castellano menciona también exteriores filmados en las plazas de Zocodover y San Justo, así como en varios callejones. Asimismo, «se han impresionado escenas interiores de conjunto y primeros planos, iluminados con grupos electrógenos de 300 amperes». El coste de la producción hasta entonces ascendía ya a «varios miles de duros».

Encabezaba el equipo, además del director, los técnicos y los actores, el productor Hipólito Díaz. Los acompañó durante su experiencia en Toledo el pintor cubano Esteban Doménech, titular del efímero consulado cultural de la República de Cuba en la ciudad, inaugurado en 1926. «Tanto el alcalde como el coronel director de la Academia militar y los señores San Román (don Francisco) y Polo Benito, por lo que a monumentos se refiere -continúa El Castellano, refiriéndose al director del Museo Arqueológico y al deán de la Catedral-, les han dado toda suerte de facilidades para el filmado».

Muy estrecha fue la colaboración del primero, el coronel Gámir Ulibarri -quien años más tarde habría de convertirse en uno de los mandos republicanos más importantes de la Guerra Civil-, quien mandó habilitar una compañía del edificio ya desmantelada, por estar reorganizando el centro, «para que en ella un grupo de artistas, uniformados con la polaca gris de tiempos del alumno Galán, reprodujesen escenas de la vida cadetil en el Alcázar». Fue tal el realismo de los uniformes, contaba su director en su entrevista a Crónica, que un teniente coronel llegó a cuadrarse ante uno de los actores disfrazado de general. «En Port-Bou nos pasó una cosa parecida al pasar la frontera. Iban en nuestro coche dos actores con sus uniformes. Los carabineros se cuadraron ante ellos y no se atrevieron ni a pedirnos los pasaportes».

Posteriormente, el rodaje se trasladó a Jaca, Ayerbe, Cilla y Biscarrués, donde fue filmada la sublevación republicana.

LA ACOGIDA. Fermín Galán fue una película de transición del cine mudo al sonoro. Tras la filmación, de hecho, hubo de ser sonorizada en los estudios Tobis de Epinay (Francia). Uno de los propósitos de su director al finalizar el film era traer del país vecino «un equipo sonoro completo para hacer películas en España», convirtiendo así a la productora de la película «en una Casa comparable a las extranjeras, capaz de lanzar todos los años al mercado veinte, treinta películas españolas», dijo en su entrevista a Crónica.

El estreno tuvo lugar en el Cine Royalty de Madrid el sábado 12 de diciembre de 1931, coincidiendo prácticamente con el primer aniversario del fusilamiento de Fermín Galán. El 3 de enero de 1932 sería proyectada en una gala benéfica organizada por Dolores Rivas Cherif, esposa de Manuel Azaña. Asistió a la misma el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora.

La promoción del film fue considerable. Se ha conservado, incluso, una partitura de los compositores Daniel Montorio y Jaime Ulla, cuya patriótica letra era la siguiente: «Sacude el león de España / el peso de sus cadenas; / y surgen de las arenas / rutas doradas, gloria del mar, / gimen yunques y martillos, / sangra el arado la tierra / y vibra un clarín de guerra / por el terruño, por el hogar. / España se levanta, / cifra de nuestra fraternidad, / abre su pecho y canta / la democracia... ¡La libertad! / La odiosa tiranía / nunca en mi suelo retoñará».

Pese al apoyo institucional, la acogida del público no fue entusiasta y las críticas resultaron disparejas. Manuel Montenegro, en El Imparcial, señalaba el 22 de noviembre que «la acción está muy bien llevada y cuidada hasta en el último detalle». Entusiasmado, el periodista manifestaba que «no podría explicar claramente qué me produjo mayor emoción; si el fusilamiento en sí o aquella serenidad, aquel estoicismo con que Galán firma el enterado de su sentencia, con que hace un pitillo cuando sale para su último momento, con que abraza a sus compañeros. No me avergüenza decir públicamente que lloré». Montenegro asistió únicamente al pase mudo de las imágenes (sin la sonorización definitiva): «Y si esto es simplemente la película muda, tan pronto como esté sincronizada, cuando se oigan los toques de trompeta, las órdenes y la alocución de Galán, los disparos de los combates, y, sobre todo, los del fusilamiento, positivamente ganará la cinta un ciento por ciento en importancia, y esa emoción de que tan repetidamente vengo hablando, llegará al sumum».

Popular Film lamentaba sin embargo la falta de majestuosidad que el actor Carlos Llamazares brindó al personaje de García Hernández en sus últimos momentos. «Hubiera sido preferible en este film de la UCE que la simpática figura de García Hernández se mostrase menos borrosa y abatida, porque el alma de un héroe como él puede impregnarse de tristeza y de aflicción en la hora suprema de la amargura, pero nunca anonadarse temblorosa y balbuciente para cruzar los umbrales de la inmortalidad». Por el contrario, la interpretación de José Baviera recibió mejores críticas: «¡Qué serenidad, qué melancolía viril, qué fuego interior y qué digna compostura jamás alterada por un gesto inútil o un nerviosismo impropio de los grandes caracteres!».

Más demoledor fue Juan Piqueras en Nuestro Cinema, que consideraba que la película «no ha tenido más virtud que la de empequeñecer los hechos y ridiculizar dos figuras de nuestra historia contemporánea». Consideraba pobre la producción («en sus financieros no hubo otra idea que la de un lucro inmediato») y desacertado el afán, al parecer, de mantener vivo el lucrativo espíritu de la españolada: «Fermín Galán no es más que una prolongación de las fechorías históricas de Buchs, y como en aquellas, todo es una sarta de latiguillos populacheros, de escenas ridículas, de empequeñecimiento de un suceso muy significativo, de empobrecimiento de los hechos».

La crítica de los cronistas más conservadores, según Román Gubern, tampoco fue cálida. Para Méndez-Leite, en su Historia del Cine Español, «el episodio de Jaca fue recibido con toda frialdad en la España tocada con el gorro frigio. Sus editores recibieron una lección muy merecida, pues el cine descubre inmediatamente la fibra sensible de la multitud en reposo, tan distinta a la del barullo y a la del motín confusionista».

Sea como fuere, sabemos que el tono general de la película fue comedido. «Nada más fácil para mí que asegurarme el éxito halagando el gusto de la masa -continuaba Fernando Roldán durante su entrevista a Crónica-. Pero he desistido de ello, porque me ha parecido poco honrado. Sacar un obispo borracho o pintar grotescamente la fuga de Alfonso de Borbón eran cosas que, probablemente, me hubieran acarreado un éxito popular. Pero yo he querido hacer algo más noble. A Fermín Galán había que tratarlo así, con todo respeto».

Casi noventa años después, y sin la posibilidad de acceder a copias de esta película, hemos perdido el gran simbolismo que los Héroes de Jaca tuvieron durante la Segunda República. Muestra de ello es la concentración, convocada por el propio Ayuntamiento, que tuvo lugar en Toledo el 14 de diciembre de 1931. Estuvo formada por varios centenares de personas y doce banderas de agrupaciones obreras y partidos republicanos. A la cabeza, un grupo de comunistas sostenían la pancarta «Mil parados quieren trabajo». Al insistir éstos en manifestarse delante del Gobierno Civil -instalado entonces en la antigua Casa Profesa de los Jesuitas, hoy Delegación de Hacienda-, «los republicanos les afearon su conducta y se repartieron golpes y bofetadas», según el periódico La Libertad. Más sosegada sería, por la noche, en el Teatro de Rojas, la «velada necrológica» en la que participaron los diputados toledanos.